El peso del pesimismo. Del 98 al desencanto

Resulta perfectamente aplicable el juicio de Vila-Matas de que "hay que reconocer que todo acaba siempre mal". Hasta hace solo unas décadas y, por lo menos, desde Rocroi en 1643, para muchos pensadores, historiadores y predicadores ese parecía ser el leitmotiv de la historia de España, y hay quien puede pensar que todo ha sido un espejismo sin continuidad. El espléndido trabajo del historiador Núñez Florencio es una inmersión dolorosa, extensa y apasionante en el despliegue secular del pesimismo español o lo que otros dirían, simplemente, el ethos nacional. Es esta una historia de las mentalidades sobre autores de los siglos XIX y XX hasta casi la actualidad periodística. En esta taxonomía del pesimismo se adivina pero no se expresa quizá con la suficiente firmeza el relativo descreimiento con que el autor recorre la inacabable letanía de desgracias que, aparentemente, le han sucedido a España mientras Europa se apresuraba a modernizarse. Núñez Florencio duda de que estuviera justificada tanta aversión a uno mismo, pero esa pesada losa no deja por ello menos de pesar como un permanente 98 sobre nuestras cabezas. A esa galería de pesares que recoge el historiador cabría hacerle, sin embargo, una matizada observación. Parte de esos monumentos literarios al pesimismo apenas ocultan un alarido de soberbia; como quien dice: "Estamos encantados de que todo salga siempre mal". Esa ufanía de la catástrofe es evidente en Vida de don Quijote y Sancho y, más aún, en el estremecedor canto al Dios Ibero y su "feroz tahúr de la cantiga"; como si los españoles -¿o habría que decir castellanos?- sufrieran el complejo de superioridad de no creer en el fondo de sus corazones en su inferioridad. Pero verlo todo reunido en un solo volumen, gracias al arduo y feracísimo trabajo de Núñez Florencio, deja al lector anonadado de tanta negatividad. ¿Concluyó en 1977, con el restablecimiento de la democracia, la maldición?