De garífunas y otras puntas afrocaribeñas
En 1635 dos barcos, con su cargamento de esclavos del golfo de Guinea a las Indias Occidentales, naufragaron frente a la isla de Saint Vincent. Los africanos supervivientes se unieron a los indios caribes en la montaña cimarrona y resistieron con fiereza a las incursiones de los británicos. Derrotados a finales del siglo XVIII, y desterrados en la pequeña isla de Baliceaux, fueron luego expulsados a la costa Atlántica de América Central. Los garífunas o garínagu, descendientes de aquellos esclavos africanos, viven hoy en la franja costera de Nicaragua, Honduras, Guatemala y Belice, y en ciudades de Estados Unidos como Nueva York o Los Ángeles. Son alrededor de 250.000. Un precario ecosistema cultural el de los garífunas, declarado hace diez años Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad por la Unesco. Su música la ha grabado Ivan Durán en discos de su sello Stonetree Records -acuerdo de edición y distribución internacional con Cumbancha- gracias a un estudio móvil con el que puede trabajar en las propias comunidades. Hijo de catalanes, y con su base de operaciones en Belice, a un kilómetro de la frontera con Guatemala junto a las ruinas mayas de Xunantunich, Durán es el productor de Wátina -del cantante, maestro de escuela y activista Andy Palacio-, Umalali -laborioso proyecto con mujeres garífunas- o el recién publicado Laru beya -en el sello discográfico de Peter Gabriel- de Aurelio Martínez, un hondureño originario del departamento de Gracias a Dios. Sencilla y emotiva música de voces, guitarras y percusión en unos discos que, según el fallecido Andy Palacio, aseguran la supervivencia del idioma para algunas generaciones. La historia musical de los garífunas o garínagu -hace cuatro años la realizadora Patricia Ferreira rodó para TVE un interesante documental titulado La aventura garífuna- se refleja también en un libro de 288 páginas con hermosas fotografías en blanco y negro, editado el pasado mes de noviembre. En Clave AfroCaribe, proyecto de los centros culturales de España en Guatemala, Costa Rica, Honduras, Nicaragua y República Dominicana para la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), ofrece una visión de las expresiones musicales, no sólo garífunas, sino de la población afrodescendiente asentada en la costa Caribe de Centroamérica, República Dominicana y Haití. Una pega: no están presentes en este valioso estudio sobre la herencia cultural de la diáspora africana -también hay un disco con 16 canciones- países como Cuba o Jamaica. Son tierras de clave, cajón, marimba, maracas, guitarras, conchas marinas, quijada de burro, tumbadoras o güiro; de la figura rítmica del cinquillo; del calypso, la parranda, el rara, la punta o el tamborito; de orichás, las deidades que nos conectan con las fuerzas de la naturaleza, cada una con sus propios cantos, toques de tambor, danzas, oraciones, colores... Como escribe Manuel Monestel, coordinador de las investigaciones para En Clave AfroCaribe, las movilizaciones masivas de esclavos desde África Occidental hacia el Caribe se traducen en formas de expresión que, basadas en lo africano, adoptan lo europeo y generan toda una innovadora forma de hacer música.
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