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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Adiós a la Casita Blanca

Esta semana la noticia ha corrido como la pólvora por toda la ciudad, obligándome incluso a cambiar la crónica de este sábado. En la barra de un bar, un parroquiano estupefacto le espetaba al dueño: "¡Anda, no me digas que tú nunca habías estado en la Casita Blanca!". Esa misma tarde, en la cafetería Cosmos de La Rambla un terceto de señores talluditos rememoraban sus años mozos a cuenta de la noticia: "Ahí fuimos mi mujer y yo a celebrar nuestro 25 aniversario de bodas". A lo que su compadre respondía guasón: "¡Pues vaya plan, irse a un meublé con la parienta!".

Como ya deben de saber todos ustedes, el pasado lunes cerró uno de los negocios más peculiares y queridos de Barcelona. La Casita Blanca, incluso para aquellos que nunca fuimos sus clientes, representaba la tenaz pervivencia de las ganas de vivir aún en tiempos de dictadura. En aquel abrevadero amable y romántico al que cantó Joan Manuel Serrat se dieron cita parejas de toda condición, forjó falsos mitos e hizo correr ríos de saliva. Pero ahora, tras ser expropiado por el Ayuntamiento, este lugar va a convertirse en zona verde. Y con un poco de suerte, algún concejal nostálgico impulsará una placa que rememore su historia. Se despide así el último representante de un género genuinamente barcelonés: el meublé (literalmente, un cuarto amueblado). Aunque aquí -como tantos otros afrancesamientos que solo se usan al sur de los Pirineos-, esta palabra denomina el lugar donde se alquilan habitaciones para mantener relaciones sexuales. Vamos, algo así como la creme de la creme (otra francesada autóctona) de la hostelería venérea. El más antiguo y conocido de una serie de establecimientos pensados para parejas sin piso propio, amantes, amigos con derecho a roce o calentones de una tarde. Con la puerta abierta las 24 horas del día, fue refugio de toda clase de amores clandestinos, haciendo de la discreción la marca de la casa.

El 'meublé', ajeno a las modas, dice adiós por decisión municipal, no por falta de clientes

En su origen, fue una modesta marisquería donde los clientes, tras la comida, podían echarse una siesta en un reservado. De esta manera, llegó a ser más famoso como picadero que como restaurante. En 1912 se edificó la casa que hoy se derriba, conocida ya como Casita Blanca, pues en su tejado siempre había numerosas sábanas colgando del tendedero. No obstante, la fama le llega tras la Guerra Civil. Lejos del rompe y rasga del barrio Chino, ofrecía un toque de sobria elegancia. Era toda una leyenda local, forjada gracias a la película de Carles Balagué y a las peculiares normas de la casa. No aceptaban tarjeta, ni a parejas que no fuesen heterosexuales y mayores de 23 años. Mediante un elemental sistema de cortinas, se impedía que dos clientes pudiesen cruzarse por el pasillo. En las habitaciones había timbres para llamar al camarero, para avisar de que se iba a salir o para pedir un taxi. Incluso tuvo a un empleado dedicado en exclusiva a narrar los partidos de la jornada -cuyos resultados apuntaba en una pizarra-, a fin de darle una coartada perfecta al marido que había dicho en casa que se iba un rato al fútbol.

La Casita Blanca dice adiós por decisión municipal, que no por falta de clientes. Ajena a las modas, todavía conservaba su encanto. Dicen que en el pleno que tomó la decisión, algunos concejales se echaron unas risas (quizá risas nerviosas de cliente inconfesable, aliviado por borrar posibles rastros). Esta muestra de humor funcionarial no parece haberles hecho mucha gracia a sus exempleados. Lo cierto es que cierra otro negocio centenario, entre las burlas y el desinterés de un Consistorio que no parece muy interesado en preservar nuestra memoria sentimental.

La Casita Blanca, en la avenida del Hospital Militar con la calle Ballester.
La Casita Blanca, en la avenida del Hospital Militar con la calle Ballester.CARLES RIBAS

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