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Reportaje:IDA Y VUELTA

Las voces de Colm Tóibín

Antonio Muñoz Molina

Desde la primera línea en una historia de Colm Tóibín uno está sumergido por completo en una conciencia. Da igual que sea una novela o un cuento. La inmersión es la misma, y no cesa hasta el final, y en ningún momento escucha uno crujir los mecanismos de la construcción ni es distraído por la evidencia del estilo, y menos aún ve al autor haciéndole un guiño para felicitarle por su propia agudeza ni gesticulando para que se sepa lo listo o lo complejo que es quien escribe, lo al tanto que está de las últimas innovaciones narrativas. Colm Tóibín escribe a veces sobre escritores o gente de profesiones intelectuales y muchas más veces sobre personas que se dedican a oficios modestos o que carecen de familiaridad con las palabras escritas o con la expresión sofisticada de los sentimientos. Pero siempre la voz que cuenta, sea en primera o en tercera persona, es la de alguien que mira a los seres que ha inventado exactamente desde la altura de sus propias vidas, a una distancia respetuosa que elimina la condescendencia y sin la cual es posible que no exista gran literatura.

Uno empieza The Master y ya está en la conciencia de Henry James, y la mezcla de opacidad y transparencia que percibe tal vez se parezca mucho a la que el propio James sentía hacia sí mismo, perpetuamente revelándose y escondiéndose en sus veladoras de palabras, en sus historias en las que las cosas se dicen y al mismo tiempo no se dicen y la verdad última sobre los personajes o sus destinos queda inaccesible al otro lado de un umbral que no cruzaremos, aunque la puerta esté entornada. Desde las primeras frases de Brooklyn el mundo se ve a través de la mirada serena y atenta de una chica irlandesa de provincias al principio de los cincuenta. Eilis Lacey no ha salido nunca de su pequeña ciudad y tiene muy escasas perspectivas vitales -el trabajo en una tienda de comestibles, el baile semanal, la misa del domingo por la mañana-, pero su inteligencia es tan cavilosa y tan observadora como la de Henry James en The Master o como las de esas heroínas admirables que a James le gustaba inventar, mujeres de un ímpetu y una fantasía que han de quedar casi siempre confinadas en el teatro sofocante de la vida social pero que de algún modo acaban sabiendo vivir a la altura de sus propios sueños, o renunciar a ellos con sabiduría. Publicada inmediatamente después de The Master, Brooklyn fue uno de esos quiebros de dirección que los escritores no siempre se atreven a tomar, porque desconcertarán las expectativas de algunos de sus lectores más asiduos. En apariencia, no puede haber dos novelas más distintas entre sí. The Master era un desafío que puede parecer menos difícil por el hecho mismo de la calidad asombrosa de su resultado, y porque la novela, como es habitual en la literatura en inglés y muy raro en la nuestra, no pretende llamar la atención sobre su propia factura. ¿Cómo se escribe, sin incurrir en el pastiche o en los enjuagues metaliterarios, una novela meticulosa e introspectiva sobre el más meticuloso e introspectivo de los novelistas, el más consciente de su estilo y de su oficio? Alguien, además, que dejó un rastro tan copioso de su propia voz escrita, en diarios, cuadernos de notas, cartas innumerables.

La solución es doble: por una parte, esa tercera persona interior que el propio James usó con tanta maestría, y que le permite espiar de cerca la intimidad de los personajes y presentar las cosas como filtradas por ellos; y por otra, un talento más musical que literario para interpretar una forma de escribir como se interpreta una partitura, o más exactamente como un músico de jazz homenajea a un maestro y revive el estilo de sus improvisaciones sin mimetismo ni parodia, de modo que hace su propia música y al mismo tiempo la de su maestro, y que cuanto más fielmente le sigue más intensamente es él mismo. The Master suena a James como Tete Montoliu sonaba a veces a Art Tatum o a Thelonious Monk, o Billie Holiday a Bessie Smith, o Charles Mingus a Duke Ellington. Pero no hay ninguna duda, a quien escuchamos es a Colm Tóibín, y estamos leyendo una novela de principios del siglo XXI y no un pastiche de una de finales del XIX. El irlandés Tóibín, que empezó a cultivar la extranjería desde que se fue por primera vez a Barcelona con veinte años, y que se ha hecho escritor en la cultura literaria inglesa y americana, intuye con naturalidad la extranjería inversa de Henry James, que dejó los Estados Unidos para instalarse en una Europa en la que siempre estaría de paso, en una Inglaterra en la que no dejaría nunca de ser forastero; el homosexual criado en una cultura cerrada y católica en la que el primer aprendizaje tenía que ser el del disimulo revive esa parte de la intimidad de Henry James que se insinúa y que no llega a revelarse nunca, el desasosiego y la costumbre de pasar parte de la vida representando a un personaje, muchas veces en el filo entre la respetabilidad y la vergüenza.

Extranjería y disimulo, huida y regreso, lealtad y ruptura, impudor y contención, son los temas que se entrelazan de nuevo en el último libro de Tóibín, The Empty Family, una colección de relatos. Ningún gran músico tiene un repertorio ilimitado. Cada comienzo es otra vez un inmediato sumergirse: Estoy de vuelta aquí. Puedo asomarme y ver el cielo delicado y la línea débil del horizonte y el modo en que la luz cambia sobre el mar. Tóibín escribe sobre gente que se marchó hace tiempo y que vuelve llamada por el remordimiento, o por la nostalgia, o por la enfermedad o la muerte de esas personas queridas que mantienen los lazos y alimentan la culpa del que se atrevió a marcharse. Los detalles del origen o de la huida importan menos que la realidad del desarraigo o que la pesadumbre de un regreso demasiado tardío: una decoradora de cine que viaja desde Los Ángeles a Irlanda para el rodaje de una película; una hija de una familia burguesa catalana que tuvo que irse al exilio y vuelve después de la muerte de Franco; un emigrante paquistaní que no sale nunca de las pocas calles del Raval de Barcelona en las que sucede su vida desterrada y furtiva.

Pero en la deserción también está la libertad: en Barcelona, en 1975, en el carnaval alucinante de las vísperas de la muerte de Franco, el temeroso estudiante irlandés encuentra la temeridad y la desvergüenza del amor. También en Barcelona, en ese presente que a los escritores de ficción españoles nos cuesta tanto llevar a las novelas, el emigrante paquistaní elude la vigilancia policiaca de su comunidad para entregarse al amor de su vida. Y cada uno de ellos afirma con naturalidad su presencia soberana en el mundo. Hace falta mucho talento para que los personajes ocupen del todo el espacio que ha abierto para ellos un autor que no tiene miedo de volverse invisible. / Scribner, 2010 / 2011. 288 páginas. www.colmtoibin.com.

The Empty Family. Colm Tóibín. Viking antoniomuñozmolina.es

Colm Tóibín (Enniscorthy, Wexford, 1955), fotografiado el pasado verano en Farrera de Pallars (Lleida).
Colm Tóibín (Enniscorthy, Wexford, 1955), fotografiado el pasado verano en Farrera de Pallars (Lleida).Carmen Secanella

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