Brasil defiende el derecho de sus indígenas a vivir aislados
Seis de junio de 2004. El indigenista brasileño José Carlos dos Reis Meirelles, investigador de grupos indígenas aislados de la Fundación Nacional del Indio (Funai), pesca apaciblemente en un punto indeterminado de la selva amazónica en el Estado de Acre (noroeste de Brasil, en la frontera con Perú) cuando de repente le atraviesan el cuello de un flechazo. El rudimentario proyectil se abre camino bajo la oreja izquierda y el investigador tiene el primer reflejo de romper la flecha de madera y extraérsela con sus propias manos. Minutos después se debate entre la vida y la muerte mientras es evacuado de la zona en un helicóptero. Según el experimentado especialista en tribus amazónicas aisladas, no se trató de un ataque fortuito: "Había madereros furtivos en esa zona, que incluso llegaron a matar a algunos indios. Para estos indígenas no existen diferencias entre los blancos. En su concepción, los blancos somos pocos y de la misma familia. Decidieron vengar a sus muertos y me atacaron", recuerda sin rencor, casi cinco años después del ataque.
Los indigenistas han llegado a la conclusión de que muchos indios aislados no quieren contacto con el exterior
Brasil ha destinado a las reservas indígenas más de 105 millones de hectáreas, el 12,41% de su territorio
La sobrecogedora experiencia de Meirelles es un ejemplo anecdótico de los efectos perniciosos que las presiones económicas y políticas provocan en las tribus indígenas que han vivido durante siglos sin contacto con la civilización exterior. Las concesiones petroleras, la permanente carcoma de la industria maderera, las kilométricas haciendas agrícolas y ganaderas que poco a poco le van ganando terreno a la exuberante vegetación amazónica o las carreteras que llevan el progreso allá donde solo existían naturaleza y paz, conforman un cáncer que se extiende lentamente, con incalculables consecuencias.
Meirelles también se encontraba a bordo del helicóptero de la Funai desde el que fueron realizadas recientemente las imágenes difundidas por la ONG Survival International y que prueban una vez más la presencia de tribus indias aisladas. Según los indigenistas que conocen el área sobrevolada, es muy posible que los individuos que aparecen en las fotos pertenezcan a la etnia pano. Han llegado a esa conclusión por las pinturas de sus cuerpos, el tipo de maloca (casa comunal), las huertas o los arcos y las flechas empleados. En una de las fotografías también se aprecia un pequeño cazo de metal en el suelo y un niño que sujeta un machete. Ambos objetos podrían llevarnos a sospechar de un eventual contacto de esta comunidad con el mundo exterior, pero Meirelles lo niega tajantemente: "Consiguen estos objetos robándolos de nuestras bases de operaciones, instaladas en los márgenes de sus territorios. También se ha dado el caso de que nosotros mismos los hemos lanzado desde vuelos de inspección".
Las tribus en Brasil
Los investigadores tienen evidencias de que en Brasil existen 77 grupos aislados repartidos entre los Estados de Rondônia, Roraima, Amazonas, Acre, Mato Grosso, Pará y Maranhão. De este total, siete ya han sido contactados en alguna ocasión. Tras años de estudio, existen pruebas irrefutables de la presencia de otros 30 grupos, aunque nunca se ha establecido contacto con ellos. Según la Funai, hay 40 grupos que se encuentran aún en fase de observación.
Un grupo aislado no es un colectivo indígena sin conocimiento de que existe vida humana más allá de las fronteras de su territorio. De hecho, puede haber tenido algún contacto puntual con el exterior, aunque nunca prolongado. El Coordinador General de Indios Aislados y Recién Contactados de la Funai, Elias Bigio, afirma: "No dependen de nosotros para sobrevivir y viven con sus propios recursos. Tienen pocos conocimientos de nuestros códigos lingüísticos y morales, y están en una situación de vulnerabilidad".
El Gobierno brasileño ha destinado hasta el momento a las reservas indígenas más de 105 millones de hectáreas de su territorio, el 12,41% de la superficie nacional, aunque sus fronteras son sistemáticamente violadas por los madereros furtivos y los terratenientes del agronegocio. Pese a que la Constitución ya reconoce y protege a estos pueblos en varios de sus artículos, la Funai decidió en 1987 dar un golpe de timón a su política de contacto con las tribus aisladas. "Llegamos a la conclusión de que buena parte de los indios no contactados evitaban ese contacto y comenzamos a garantizarles el derecho a vivir aislados. Por tanto, nosotros no los aislamos. Ellos quieren vivir así", comenta Bigio.
Protección de minorías
La decisión de proteger a estas minorías étnicas del contacto externo se apoya en varios argumentos. El primero y más poderoso es que el sistema inmunológico de los indios que siempre han permanecido aislados es muy diferente del de las personas que viven más allá de sus fronteras. "La salud de estos grupos está íntimamente ligada a la protección de su territorio. El contacto con gente extranjera puede desembocar con facilidad en un brote de gripe, hepatitis u otra enfermedad en la comunidad. Si se llega a producir el contagio, el escenario se convierte automáticamente en grave, ya que ellos no tienen defensas para enfrentarse a estas enfermedades y probablemente se produzca la muerte de mucha gente", explica el responsable de la Funai. "De la misma manera, los contactos con estas comunidades también han provocado que nuestros equipos de investigadores hayan contraído enfermedades desconocidas para las que el hombre blanco no ha desarrollado defensas", añade.
Meirelles, de 62 años, ha trabajado 40 años en la Funai y vivió la época en la que las expediciones para entablar contacto con indios aislados eran habituales: "De la misma manera que a los indios les da miedo ver un avión sobrevolando su territorio, a un grupo de cuatro o cinco investigadores también le da miedo verse frente a 50 o 60 hombres de una tribu totalmente aislada con los que no te puedes comunicar verbalmente. Un primer contacto con una comunidad aislada es algo imprevisible, nunca sabes lo que va a suceder", explica. "Raramente es positivo y siempre son ellos los que salen perdiendo", concluye.
Los 245 investigadores de campo que trabajan en la identificación y protección de grupos aislados evitan el contacto físico a toda costa. Los funcionarios se internan en la selva durante semanas recopilando restos de comida, cacería o huellas. Toman coordenadas con aparatos GPS y observan los más mínimos detalles hasta obtener una idea más o menos precisa de la etnia que habita el territorio. Las fotos aéreas de los vuelos de monitoreo terminan de confirmar las hipótesis de los grupos que trabajan en el terreno. ¿Y si la expedición se cruza con indígenas de manera fortuita? "En ese caso ellos salen corriendo para un lado y nosotros para otro", contesta Meirelles.
"El Gobierno brasileño ha tomado decisiones correctas. Pero se puede hacer mucho más para proteger a estos pueblos. La Policía Federal y el Ministerio del Medio Ambiente deberían estar más presentes para evitar los abusos de alcaldes, diputados y senadores, que tienen intereses económicos y políticos en estas áreas y que captan votos de empresarios y terratenientes a base de permitirles la depredación de estos territorios", denuncia Fiona Watson, Directora de Campañas de Survival International.
Las últimas imágenes aéreas realizadas por Funai demuestran que en la zona fronteriza del Estado brasileño de Acre con Perú existen comunidades aisladas de las que se conoce muy poco. Las pinturas corporales realizadas con tinte de semillas de annato, los tocados tradicionales o los arcos y las flechas muestran que mantienen intactas sus tradiciones ancestrales. Según Survival Internacional, las personas que aparecen en las imágenes pertenecen a una comunidad "sana y próspera, con cestos llenos de mandiocas y papayas frescas de sus huertos". La ONG estima que en esta zona puede haber unas 600 personas que viven aisladas. La Funai eleva esta cifra a 1.000 individuos.
La ONG indigenista denuncia lo que está ocurriendo en la frontera entre Perú y Brasil. "En el lado peruano existen grandes explotaciones mineras ilegales, plantaciones de coca y multinacionales petrolíferas que están ocupando los territorios indígenas. En su huida, los indios atraviesan una frontera que no existe para ellos (la que separa Brasil y Perú), pero sin embargo, sí saben perfectamente donde está la frontera que delimita su territorio y cuándo están invadiendo la tierra de otro grupo. Y la historia demuestra lo que sucede cuando un pueblo invade el territorio de otro: normalmente se desencadena una guerra", abunda Meirelles, que lleva 22 años estudiando esta región indígena.
El Ministerio de Asuntos Exteriores de Perú no ha tardado en pronunciarse. En un comunicado anuncia que "establecerá contacto con la Funai para preservar a estos pueblos y evitar la incursión de madereros ilegales y la destrucción de la Amazonia". "El presidente Alan García negó hasta hace algunos años la existencia de los pueblos aislados afirmando que era una invención de las ONG para evitar que Perú obtenga concesiones petroleras y madereras", arremete Watson.
Preocupación indigenista
Los indigenistas están especialmente preocupados con la situación en el valle de Jabari, al suroeste de la triple frontera entre Brasil, Perú y Colombia, donde se sabe que viven unas 4.000 personas repartidas en siete grupos indígenas aislados. Es aquí donde la etnia korubo se ha visto diezmada durante las persecuciones de los madereros hasta quedar reducida a unos 100 miembros. Frente a etnias mayoritarias como la tikuna, que cuenta con unos 30.000 miembros, la yanomami (unos 32.000 entre Brasil y Venezuela) o la makuxi (20.000), corren el riesgo de desaparecer los akuntsu, de los que solo se conoce la existencia de cinco miembros en el Estado de Rondonia. Los kawahiva, que habitan la ribera del río Pardo, en el Mato Grosso, no llegan a los 50 y no paran de huir de los madereros, que permanentemente invaden sus territorios. En el Estado de Rondonia queda un indígena considerado el último superviviente de su tribu.
En el centro del debate sobre la necesidad de establecer contacto con estas comunidades ha estado tradicionalmente la cuestión de la salud. Hay quien opina que las condiciones de vida de las tribus aisladas podrían mejorar considerablemente si tuvieran acceso a la medicina del mundo desarrollado. Es una tesis que rebate el grueso de los indigenistas. "Todos los pueblos indígenas tienen sus propios métodos para cuidar de su salud", explica Bigio. "Cuando se trata de curar enfermedades transmitidas por el hombre blanco, entonces está justificado el uso de nuestras medicinas. Pero hay estudios etnobotánicos que demuestran una sabiduría extraordinaria de los indígenas en ese terreno", concluye Watson.
Brasil anunció el pasado agosto que la deforestación en el Amazonas ha disminuido casi la mitad en el último año. Lamentablemente, el área devastada ocupa más de 1.800 kilómetros cuadrados, algo más del 70% de la superficie de Luxemburgo.
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