_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Feliz lo que sea

Hay muchos argumentos para creer en la Navidad. A mí, vaya por delante, no me da ni frío ni calor. Ni como más ni como menos, ni bebo más ni bebo menos. Por hacer honor a la fecha, como y bebo mejor, aunque jamás he conseguido una Navidad en mi casa con un par de huevos fritos con patatas. Creo que moriré sin ellos por culpa del colesterol, aunque a nadie parece preocuparle el acido úrico de las cigalas o el adelgazamiento económico que provocan los percebes. Digo yo que por un día, el precio del colesterol debería ser más saludable que el precio de las nécoras. Batalla perdida.

Pero digo que hay argumentos para creer en la Navidad. Por ejemplo, es probable que, salvo el Rey, lleno de orgullo y satisfacción, para variar, ningún político diga algo y, si lo dice, no le haga caso ni Dios, es decir no le escuche ni Rouco Varela, que no tendrá un minuto de silencio para escuchar a Rajoy. Un día sin declaraciones políticas no es un día cualquiera. Es verdad que habrá discursos regios, discursos nacionales y autonómicos, pero los discursos de estos personajes se producen cuando la gente está haciendo cosas tan importantes como cocinar y no hay Dios, ni Rouco Varela, capaz de atender un discurso político mientras controla un besugo o fríe esos deliciosos huevos fritos que volverán a ser mi jardín prohibido, mi santoral de los sueños.

La Navidad es una época ciudadana, salvo que algún imbécil delincuente de cualquier tipo se empeñe en joder la paz mundial y local. La Navidad es el día de los supermercados, de las pescaderías, de las carnicerías, de los bares (¡qué lugares!), de las tiendas de bromas, de las pastelerías, de la tiendita de la esquina que apura las horas para arañar un euro y a ti te salva la vida con el pimentón que se te olvidó para los langostinos (cubanos) a la sartén.

Tendemos a la nostalgia en Navidad con ese sentimiento trágico de la vida pensando en los ausentes, aunque resulta que, sin embargo, en esta época están más presentes que nunca entre nosotros. Están allí, virtualmente sentados en la silla vacía, salvo que su ausencia sea tan cercana que resulte insoportable de padecer. Y tendemos a mentir, a decir que estamos deseando que pasen estas fiestas, mientras adornamos la mesa con espumillón de todo a cien o ajuar de hilo y seda. A decir que es un exceso económico, mientras cocemos las nécoras pagadas a millón (y me dice mi pescatero que son las peores de todo el año), en vez de freir unos huevos fritos con patatas -ya sé que es una obsesión, pero las obsesiones son rescoldos de la ausencia-. A decir que es una imbecilidad enredarse en regalos innecesarios, inútiles, caros y de compromiso, mientras compramos el típico estuche de colonia con una crema de cuerpo que no utilizaremos jamás. El ser humanos es contradictorio; por eso es capaz de ser feliz, incluso en Navidad. Incluso en la crisis hay un instante de alegría. Feliz lo que sea.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_