_
_
_
_
_
ELECCIONES CATALANAS | Jornada electoral
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Votar es un placer

J. Ernesto Ayala-Dip

No creo que votar al PSC sea un placer tan intenso. Ni genial ni sensual. Otra cosa es votarlo porque no quede más remedio. Pero placer placer, tengo mis serias dudas. Es posible que muchos votantes del PSC no acaben de entender la estrategia de Montilla (suponiendo que dicha estrategia fuera de su absoluta autoría). Me refiero, por ejemplo, a renegar de sus socios de gobierno, sobre todo de Esquerra Republicana, partido sin el cual nunca los socialistas catalanes hubieran tocado poder autonómico. La táctica del donde dije "digo", digo "Diego" es de sobra conocida. Pero no por conocida es menos peligrosa. Porque, ¿qué pasaría si el tripartito inesperadamente sumara de nuevo para gobernar?

No sé qué pasará este domingo, pero hay que reconocer que nuestros políticos no han hecho demasiado por la política
Más información
Un federalista contra un soberanista

Así que en esas estamos. Con morbosas ganas de ver a Montilla con los votos de sus apestados socios republicanos obligándolo a cumplir su palabra. Pero ¿cuál?, ¿la de cuando afirmaba que los republicanos eran unos socios muy fiables o la de hace unos instantes, cuando descubre que no lo son tanto? ¿Qué placer, entonces, puede haber en votar a un candidato en estas incómodas circunstancias? Si con estos antecedentes ya es difícil que los voten quienes siempre los votan, imagínense qué vídeo pueril hubieran tenido que inventarse para convencer a los indecisos y los abstencionistas, que son ingentes.

Lo que sí da placer es votar. Tengo la sensación de que al final votaré al menos malo de todos. Para mí votar es un ritual. Es levantarme por la mañana, comprar la prensa, ir a mi colegio electoral y echar la papeleta de rigor. Luego engancharme a TV-3 con unos amigos y esperar los primeros sondeos a pie de urna. Eso, a las ocho de la tarde. Luego los primeros guarismos electorales, las caras de los candidatos que van mudando de color según les cuadren o no los números, los primeros bailes de escaños, las decepciones o la gloria del poder tanto tiempo soñado.

Gane o no gane mi candidato, yo ya habré disfrutado de una de mis jornadas preferidas. Y me habré olvidado de las malicias partidistas y de la risa que me dan el PP y Ciutadans juntos cuando afirman casi bajo juramento que en Cataluña se vive como en la Alemania nazi. Y de Alicia Sánchez-Camacho (¿por qué será que esta señora da toda la impresión de que gestiona su vida personal de manera bastante más liberal que lo que vocifera en sus rancios mítines y ya no digamos en sus antediluvianos videojuegos?). Y de Albert Rivera, según el cual al castellano le quedan en Cataluña cuatro semanas de vida. Incluso de la desbocada invectiva antiandaluza de Puigcercós. Y de los asimétricos ramalazos pro palestinos de Iniciativa. Y salvo honrosísimas excepciones, también habrá que olvidar el glorioso empeño que ponen nuestros políticos en parecerse cada vez más a sus homólogos de la esperpéntica Polònia.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Pero de lo que sé perfectamente que no me olvidaré es de lo que ha hecho el tripartito en dos legislaturas, mucho más que Convergència en 23 años. Además tengo otra evidencia: saber que ninguno de los consejeros de los dos Gobiernos del tripartito fueron los inventores de las hipotecas basuras, ni de las colosales primas que se cobraron por sus misteriosísimos derivados financieros. No fueron sus autores, pero serán sus víctimas electorales. No me extrañaría nada que un día Jiménez Losantos sentenciase que la crisis mundial se fraguó en las profundidades nacionalistas del Palau de la Generalitat. No sé qué pasará el domingo a medianoche, pero hay que reconocer que nuestros políticos no han hecho demasiado por la política, protagonista ostentosamente desaparecida en combate.

Mientras espero que gane mi candidato, tengo preparada mi sesión nocturna de DVD de El ala oeste de la Casa Blanca. Tengo esa serie rabiosamente contemporánea siempre a tiro de mi mando a distancia. Enseña bastante. Y sobre todo te advierte: no dispares nunca contra la política.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_