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LA CRÓNICA
Columna
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Visita comentada

1. A quien le dé respeto entrar en el cubo blanco me complace decirle que a determinadas horas puede visitarlo orientado por un guía que le explicará algunas cosas relativas a los autores expuestos y a sus obras. ¿Qué pintan esos descarados y frivolones monopatines colgados de la pared del MACBA? Él se lo explicará. La nueva disposición de la permanente la he visitado por lo menos tres veces, sólo para mirar los dos lienzos de Palazuelo, ante cuya tumba hoy me inclino lleno de reverencia, respeto y admiración; tengo a Palazuelo por una especie de divinidad tutelar. Creo que no soy el único al que el fino y espiritual pintor madrileño le arregla un día malo. De alguno sé que incluso le ha salvado la vida.

No diré nada de estos zapatitos en sus cajas, bajo el papel encerado cosido a la caja con puntos de cirugía

Pero ayer volví a Manderley siguiendo al guía, un joven articulado, inteligente y didáctico que se llama Víctor Ramírez, y la verdad es que gracias a él aprendí algunas cosas que no sabía. Al lector de EL PAÍS no le voy a contar por escrito, tan fríamente, la obra de la colombiana Doris Salcedo que está en el mismo corazón de la exposición, y además en la misma sala que los dos palazuelos, porque es sencillamente demasiado turbadora y aquí me siento yo balbuciente como lord Chandos. No, querido lector no te diré nada de estos zapatitos en sus cajas, bajo el papel encerado cosido a la caja con ese hilo como de puntos de cirugía. Que te lo cuente Víctor. Pero a ver si puedo explicar otras cosas.

Lo que me atrajo más después de ese poster de Rabascall que declara que "Todo va bien", con el que entras en la exposición bajo el signo del humor, de la ironía y de la despreocupación, fue la salita que expone uno de los famosos rotores de Duchamp de los que nació todo el arte cinético, línea de experimentación que a pesar de su honestidad radical -libre de todo sentimentalismo- ha quedado en la historia del arte del siglo XX como un callejón sin salida debido sobre todo, creo yo, a que era muy difícil vender aquellas piezas mareantes y amorales. Hay en la misma salita un cristal de Duchamp (relativo a la Novia desnudada por los solteros) realizado por su admirador Hamilton, que vino a Cadaqués para estar cerca del maestro a ver si se le pegaba algo, junto con unos collages zen, "blanco sobre blanco", de Cage, todo esto procedente de la galería Cadaqués y de los años sesenta, cuando estos sujetos pasaban allí los veranos. ¡Qué joven era entonces todo! ¡Qué bonita debía ser la Costa Brava! ¡Qué fresco entonces el mensaje de Duchamp!

Como en el turno que elegí la visita comentada se hacía en lengua castellana, componíamos un grupito globalizado: yo era el único español allí, todos los demás sudamericanos pulquérrimos que prestaban mucha atención a las explicaciones de Víctor y hacían de vez en cuando preguntas pertinentes. Y a mí me emocionaba aquella gente que, aunque fuese sólo durante el lapso turístico, se tomaba evidentemente en serio y con respeto estas cosas agonizantes del arte y la cultura viejuna, como yo de uvas a peras.

Me pareció curioso, en la nueva disposición de la colección del MACBA, que los informalistas y surrealistas de los años treinta, cuarenta y cincuenta, los padres de lo que el visitante acaba de ver en las salas precedentes, estén al final. Una forma, supongo, de saltarse la ley de hierro y la fatalidad de la cronología. Me parece muy bien.

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2. Al pasar junto a una terraza de la calle Enric Granados oigo a una hija decirle, casi a gritos, a su madre: "Yo tampoco estoy bien, y a mí nadie me ayuda, si no me ayudo yo misma".

¡Se oye mucho esto en Barcelona! No sé si también en otros sitios.

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