El mago
La magia es como la política: cuanto mayor el engaño mejor el resultado. Será por eso que por cada mago en paro hay cinco políticos en activo: es más o menos lo mismo y es mucho más lucrativo. Antes las cosas eran distintas. Recordemos por ejemplo cuando aquel mal actor aficionado a las varitas llamado David Copperfield andaba por ahí atravesando la Gran Muralla China, volatilizando aviones o -su truco más célebre- haciéndonos creer que salía con la modelo Claudia Schiffer. El hombre se limitaba a mover las manos como si buscara desesperadamente las llaves de casa y a cobrar un rato después.
En España hay un buen número de magos afiliados a algún partido, de las costas de Levante a la meseta, de las playas catalanas a los montes norteños: tipos expertos en hacer desaparecer cosas, maestros del noble arte de llenarse la chistera, gigantes -en suma- capaces de serrar a alguien (o a algo) en las partes que sean necesarias, de meterse la mitad en el bolsillo y de sonreír al final, aceptando los parabienes de sus fieles, aquellos que no pueden resistirse a la belleza de una buena mentira.
En cierto modo, todos ellos siguen la estela y enseñanzas de aquel mito llamado Houdini. El húngaro emigrado a Estados Unidos sigue siendo considerado el rey del escapismo (la palabra tiene ahora matices menos nobles) además, y según William Kaloush y Larry Sloman en su libro The secret life of Houdini, el mago fue durante muchos años de su vida una especie de espía que se encargaba -entre otras cosas- de transmitir conocimientos a otros espías para que estos pudieran librarse de cualquier cautiverio. Kaloush y Sloman llegan a especular sobre la naturaleza no-accidental de la muerte de Houdini y la implicación en la misma de sir Arthur Conan Doyle (creador de Sherlock Holmes) y del movimiento espiritualista. Los escritores afirman que el mago era un ferviente detractor de aquella corriente de charlatanes que aseguraban -sin ruborizarse- que podían hablar con los muertos. El odio entre uno y otros llegó a cotas preocupantes (Houdini desenmascaraba a los espiritualistas a diestro y siniestro) y el mago encontró la muerte.
Pero lo que realmente nos interesa del artista es aquel anuncio que puso en la revista Magic made easy a finales de 1898 cuando estaba al borde de la ruina: "El único acto de su clase. Desafía a las autoridades policiales a ponerte las esposas y escapa con total facilidad. Precio a discutir. Si le interesa, escriba". Nadie contestó al anuncio en aquel entonces, ¿a quién podía interesarle aquello? El pobre Houdini se equivocó de época y lugar: si hubiera nacido en España, pongamos, a principios de los ochenta, a los 20 ya estaría forrado. Con un poco de suerte hasta hubiera llegado a tesorero, ministro o presidente de alguna comunidad autónoma. Al menos hubiéramos tenido el placer y la diversión de ver a un profesional haciendo desaparecer comisiones, presupuestos e inversiones delante de nuestras narices: con los amateurs pasa lo mismo, pero ya no tiene gracia.