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Columna
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221 B De Baker StreEt

Javier Sampedro

El último Sherlock Holmes, el de la película de Guy Ritche, ha aprobado por fin la asignatura pendiente que le quedó colgando a Arthur Conan Doyle hace más de un siglo: la de hacer creíble a su personaje. Es cierto que Conan Doyle se inspiró para crear al detective en una persona real, el doctor Joseph Bell, uno de sus profesores de medicina en la Universidad de Edimburgo. Bell debió de ser un personaje singular, y desde luego era muy famoso entre los estudiantes por su innovador estilo pedagógico. Una vez llevó a clase a un paciente y pidió a los alumnos un diagnóstico. "Hepatitis", probó uno. "Enfisema", dijo otro. "¡Artritis!", les corrigió con irritación el doctor Bell. "¿O es que no han visto el bastón que dejó al lado de la puerta?".

Pero, como también muestra esa misma anécdota, el escritor no usó al doctor Bell para poner carne a Holmes. Se limitó a trasplantarle su cerebro. Lo que hace singular al detective londinense no es el "método hipotético-deductivo", como sostiene un topicazo inventado por el propio Conan Doyle en sus relatos. Ese método, que sustenta toda la práctica científica, y quizá cualquier actividad racional, también lo usa el inspector Lestrade en Scotland Yard, con resultados muy desiguales, si hemos de ser francos. Lo que hace singular a Holmes es el salto creativo, como diagnosticar una artritis por el sistema del bastón en la puerta. Ahí es donde falla Lestrade.

El doctor Bell solo es responsable, por tanto, de que Holmes sea un genio creativo. No se le puede culpar por la acepción de Holmes que ha fijado un siglo de películas y teleseries: una especie de robot de hacer deducciones, insípido hasta la irritación pero dotado de una gran rapidez de cálculo. Pero eso no existe. Hasta los ordenadores actuales exhiben una paleta emocional más sofisticada que el más célebre detective del mundo.

Han sido sobre todo Billy Wilder y, ahora, el británico Guy Ritche quienes han sacado a Holmes de esa cárcel incorpórea. Para este holmesiano que les habla, Robert Downey y Jude Law son ya los inquilinos del 221 B de Baker Street.

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