_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Basura a la italiana

Entre todas las informaciones que se han publicado estos días sobre el caso Brugal, la trama corrupta vinculada al negocio de la basura en Alicante, hay una que me produce especial desasosiego. Aunque la supuesta implicación en los hechos del presidente de la Diputación, José Joaquín Ripoll, fue noticia de primera página, no es lo que a uno le inquieta de manera singular. Ni siquiera, a pesar de la gravedad, la afiliación irregular de trabajadores de la basura al PP de Orihuela y la compra de sus votos en la asamblea local que lanzó a la presidencia a la actual alcaldesa, Mónica Lorente. No. Uno, como tantos ciudadanos, ante cosas así, ya empieza a estar curado de espanto.

La zozobra es fruto de una noticia en principio menor, de una cuestión aparentemente colateral, pero que puede acabar siendo algo más que un indicio. La semana pasada se desveló que Ángel Fenoll, el empresario afín al PP, considerado el cabecilla de la trama, había ordenado enterrar desechos en hoyos ilegales en los alrededores de su planta de basuras. ¿Y qué importancia puede tener eso con la que está cayendo?, se preguntará más de un lector. La relevancia a veces viene determinada por la asociación de ideas y el tema de los hoyos de desechos es inevitable asociarlo a un fenómeno que algunos columnistas, como Josep Torrent o Ángel López, han llamado en estas mismas páginas la berlusconización de la política valenciana.

La berlusconización haría referencia a prácticas tan italianas como el uso descarado del poder mediático en favor del control político, la corrupción y la anestesia social ante ella, la idea de que las urnas pueden absolver al gobernante pillado en falta, el acoso a los jueces independientes, o los cambios normativos cuando la aplicación de las leyes no resulta favorable a los intereses de los Gobiernos oligárquicos. Desgraciadamente, de todo esto, aquí, empezamos a saber algo. Y ahora llega el tema de la basura, al que Roberto Saviano dedica el último capítulo, pero no el menos importante, de Gomorra, su lúcido análisis de la Camorra napolitana. Unos vertederos, con desechos ilegalmente enterrados, que para Saviano representan el emblema más concreto de todo el ciclo económico, el ADN de la economía. La semana pasada el gran politólogo italiano Giovanni Sartori aseguraba que se habían batido todos los récords y que el nivel de degradación no tenía precedentes. "No solo se trata de una corrupción sin límites", decía, "sino de una infiltración mafiosa gigantesca. De vez en cuando arrestan a un tentáculo del pulpo, pero el pulpo sigue adelante".

Un diagnóstico inquietante, si pensamos que en la Comunidad Valenciana más de un 70% de los consultados por el Centro de Investigaciones Sociológicas piensan que la corrupción en la Administración que preside Francisco Camps está muy o bastante extendida y sin embargo su oponente, Jorge Alarte, sigue sin despegar en las encuestas, como le ocurre a la oposición a Berlusconi.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_