"La diva vive entre algodones. Y a mí me gusta la gente"
"Lo que queda de mí, aquí está". Así se presenta Graciela Borges en plena Cava Baja, de Madrid, con un sombrero panamá y unas grandes gafas oscuras. Se disculpa: "He estado a punto de no poder viajar, tras una promoción pavorosa por toda Argentina, tuve una infección de riñón, me ha atacado una conjuntivitis y ahora me duele la muela". "Tengo los ojos chinos, odio no quitarme las gafas", se vuelve a disculpar ante el fotógrafo al que despide con un: "Muchas gracias, corazón, ¿quieres alguna más?".
La gran actriz del cine argentino ha elegido para comer Casa Lucio, todo un clásico de la restauración madrileña, pero no solo por su gastronomía, sino en recuerdo de los "afectuosos encuentros" que ha mantenido en esta casa. "Aquí he vivido momentos maravillosos". Es enérgica y positiva, deslumbrante y tierna. "Vamos a brindar por la vida", dice mientras alza su copa, recién servido el vino. Se deja aconsejar en el menú -espárragos blancos y gambas cocidas-, come con apetito y, una vez acabados los dos platos, se decanta por algo calentito: "¿Una sopa de mariscos? Lo mejor".
A sus 68 años, la actriz argentina solo acepta guiones que le ayuden a entenderse
Borges, con una carrera plagada de éxitos, musa de tantos realizadores argentinos, consagrados y noveles, aquella mujer "alcohólica, que no borracha" de La ciénaga, de Lucrecia Martel, estrena la semana próxima Dos hermanos, dirigida por Daniel Burman, que ha reunido en dos semanas en las salas argentinas a 600.000 espectadores. "Me gusta trabajar con nuevos directores. Tienen otra mirada, alguna más vieja que yo y otras más jóvenes, pero siempre diferente. Y a mí me gusta la diferencia, lo desconocido, interpretar nuevas partituras", dice mientras se relame con las gambas untadas en mayonesa.
Aunque una de sus primeras advertencias es que no le gusta hablar de sí misma, no tiene más remedio que reconocer que ese es el objeto de este encuentro. Y empieza. De pequeña era flaquita, delgada, morenita, una niña de padres separados en un colegio de monjas -"entonces éramos distintas"-, con un color de voz bien fuerte, del que sus compañeras se burlaban sin piedad. Su madre la envió a una escuela de declamación -"qué palabra bonita"- y ahí comenzó su eterno amor por el cine, la interpretación y la poesía. "Empecé a comprenderme a mí misma a través de las palabras de otros".
Si algo no le gusta es que hablen de ella como una diva. "Las divas deben de vivir entre algodones, son pretenciosas y distantes. Yo soy todo lo contrario. A mí lo que más me gusta es la gente. Me gusta hasta la que no me gusta, con la que discuto y me peleo. Me da vitalidad. Cuando me enojo soy feroz, pero me enojo poco".
Borges disfruta con los guiones que, a punto de cumplir 69 años, le siguen ofreciendo, -"los guiones que no son de hierro, no me sirven, quiero que me hagan experimentar, buscar, pensar"- y asegura que no todo lo que funciona en el cine es lo que más le gusta. "La crisis desgraciadamente es el mejor momento para el artista. Es un buen momento para hacer un determinado tipo de cine".
Borges ha seguido el consejo de su abuela Teresa: "Nunca seas un número, eso te hará envejecer". Ella nunca ha sido un número, y ahora menos que nunca. "Hay que ser uno mismo siempre, para lo bueno y para lo malo".
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