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Columna
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Jubileo contemplativo

El tiempo, en Galicia, es lo que es. Llovizna y ventea, pero luego el sol equinoccial lo ilumina todo y lo transfigura. Da gusto quedarse en Compostela en Semana Santa. Los adeptos de la madrugá sevillana podemos incluso consolarnos con la retransmisión de la SER, que consigue por momentos algo casi imposible, expresar la emoción de esa noche inefable en la ciudad de los olores y las pasiones.

En la catedral de Santiago han hecho bien en tomarse en serio el apaciguamiento del trasiego de visitantes; las colas que empiezan a enroscarse ante la Puerta Santa y la de Platerías presagian lo que puede ser el mes de julio. Esta larga estación de lluvias ha dejado sobre los muros una gruesa pátina de vegetación que los humaniza hasta desmaterializar la densidad pétrea, pero que si es excesiva agrava las patologías. Esto nos lleva al Pórtico de la Gloria, que nadie estudió con tanta penetración como Serafín Moralejo. Como siempre pasa en intervenciones de esta complejidad, lo que iba a ser una delicada operación de restauración se ha complicado con fenómenos añadidos. De un lado, la persistencia del secular movimiento y torsión de la torre derecha del Obradoiro, con las consiguientes filtraciones. De otro, el uti et abuti del turismo masivo que, a medida que se sucedían los últimos años jubilares, fue implantando ritos absurdos que, con este motivo, desaparecerán. Y lo más comprometido, después de eliminar la suciedad, la elección entre los diversos repintes de la capa de policromía con la que se va a quedar el Pórtico; ojalá acierten y puedan elegir la más bella.

Da la sensación de que el Año Santo resucita, quizá porque no habrá otro hasta dentro de 11 años

Da la sensación de que el Año Santo resucita, quizá por la expectativa de que no habrá otro hasta dentro de once años. El tropiezo ciudadano con miles de transeúntes, peregrinos y turistas deriva en la fijación de una perspectiva unilateral, como un fenómeno que afecta solo a los servicios hosteleros y a los vendedores de recuerdos, que pueblan los medios con la consabida pregunta de cómo les va y la habitual respuesta de que "bueeeno..."

Quedarse en Santiago en estos tiempos ahorrativos tiene ventajas porque, además del encuentro con alguna procesión íntima y pequeña al doblar una esquina, la convocatoria musical es claramente gallega, y aún más que eso. A los incondicionales de aquí y a los turistas de paso se suman quienes llegan ex profeso desde otros puntos de Galicia y de fuera. Muchos melómanos han hecho una cita irrenunciable del Festival de Músicas Contemplativas que desde hace cinco años idea y organiza Xosé Denis. En la línea de aquellos inolvidables Compostela Millennium, que seguimos añorando, el festival tiene una filosofía de diversidad y -parafraseando su programa- un compromiso intelectual, frente a un mundo globalizado, para franquear caminos, abrir diálogos y derribar barreras de prejuicios que se alzan entre los pueblos y las culturas.

Dada la adversa climatología que hemos sufrido, pueden aducirse como inconvenientes las colas y el frío, pero todo lo damos por bien empleado en aras del disfrute de la música y del ciclo del patrimonio bien cuidado: fachadas, retablos, pinturas murales, órganos, archivos... hasta la recuperada carraca monumental. Entre la arquitectura barroca y neoclásica, la luz del atardecer que entra por los cimborrios patina los retablos de Fernando de Casas y Simón Rodríguez, o los estucos de Melchor de Prado, y hace que la música parezca sonar de forma distinta, porque la reverberación la hace más celestial, como quiere la última tendencia de interpretación del barroco.

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En el exquisito programa y entre los conciertos a los que he asistido es difícil, como siempre, destacar algunos nombres, pero no puedo dejar de mencionar la excelencia del Hilliard Ensemble, el gran momento que está pasando Carlos Mena, la orquesta barroca de Helsinki con Teppo Lampela o el recital de Purcell por el Fretwork Ensemble. Las músicas espirituales de otras culturas y creencias, Vietnam, India, el Islam, se contraponen a los dramáticos oratorios y oficios de tinieblas y elevan el alma igualmente.

Al acabar la pétrea Semana Santa compostelana, el domingo de Gloria nos hace cambiar de categorías hedonistas arrastrándonos hasta el mar. En el lusco fusco, pienso que la labor cultural del Consorcio gerenciado por Xosé Manuel Villanueva, que tanto ha aportado al rexurdimento de Compostela, vuelve a demostrar que este equipo hubiera podido organizar el mejor Año Santo para Santiago.

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