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Reportaje:

Gatos, madriles y otros motes

Un libro recoge el archivo de Cela sobre los apodos locales

Pablo de Llano Neira

Camilo José Cela poseía un rico archivo sobre las maneras que tenían los pueblos para mofarse unos de otros. Desde los años setenta del pasado siglo, recopiló fichas con topónimos y gentilicios de raíz popular. El novelista y sus colaboradores encuestaban a vecinos y carteros para saber cómo llamaban a sus pueblos y, sobre todo, para decirles los motes que les ponían los de al lado y provocar respuestas en cascada: "¡Pues a ellos les llaman...!".

"Gaspar, la única forma de lograr información veraz es picar a la gente", decía el premio Nobel a su secretario personal, Gaspar Sánchez Salas, según relata este último. Era ya en los años noventa, cuando decidió catalogar las fichas en una serie de 20 volúmenes sobre dictadología tópica, como llamaba Cela (Padrón, 1916-Madrid, 2002) a esta disciplina. Antes de morir, el autor de La familia de Pascual Duarte publicó el tomo introductorio, Diccionario geográfico popular de España (1998). Sabía que le quedaba poca vida y encomendó el resto a su discípulo, relata Sánchez Salas. "Oye, Gaspar, ahí tienes todo el material. Ya sabes lo que tienes que hacer. Porque, evidentemente, no lo voy a hacer yo", cita de memoria su ex secretario, imitando la voz ostentosa del Nobel.

En el 'Diccionario' hay 16 topónimos y 11 gentilicios de la capital

Sánchez Salas, nacido en Campillo del Río (Jaén) en 1970, ayudante de Cela de 1995 al 2000, ha terminado ahora el segundo volumen, específico sobre Madrid. El Diccionario geográfico popular de Madrid (Ediciones La Librería), presentado la semana pasada en el Círculo de Bellas Artes, es un estudio de los pueblos de la región con un gran fondo sobre la capital: 16 topónimos y 11 gentilicios. Madrid es "Babilonia, el Foro, Villa gentil y torres mil", entre otras cosas. Y los madrileños son "gatos, ballenatos, madriles" y aún "gilipollas", por lo mucho que decían ese insulto, según parece.

La denominación de gatos, explica el libro, viene de la época del rey Alfonso VI. Se cuenta que éste iba a asaltar una fortaleza inexpugnable. Dejó de serlo cuando actuaron los guerreros de Madrid. Dice la leyenda: "El Rey, muy gozoso, estaba mirando a sus leales madrileños cómo trepaban por los muros, agarrándose a las más leves desigualdades de la piedra, con gran arrojo y no pequeña mortandad, y volviéndose a uno que le acompañaba le decía: '¡Mirad-los, miradlos cómo suben! ¡Parecen gatos!".

El discípulo de Cela comenta que la singularidad del léxico de Madrid es que trasciende fronteras regionales. "El dicho De Madrid al cielo, por ejemplo, se ha extendido por todos los lados", dice Sánchez Salas.

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En la región también se recogieron chascarrillos comunes a toda España, como llamar a los del pueblo vecino "los de la viga atravesá". Así le decían a la gente de Hoyo de Manzanares: "Dicen que los de Hoyo se empeñaron en meter una viga atravesada en la Iglesia. Como no podía pasar, la untaron de grasa para ver si se doblaba, hasta que a uno se le ocurrió meterla de punta y le hicieron alcalde".

Sánchez Salas lamenta que la Fundación Cela, presidida por la viuda del escritor, Marina Castaño, no haya apoyado la publicación del libro. "Pa dictadología es lo menos conocido de Cela y la Fundación no quiere difundirla. Es algo que no entiendo".

"Yo soy cultura general"

Gaspar Sánchez Salas disfruta recordando las anécdotas de su "poliédrico y caprichoso don Camilo", como le llama. El ex secretario del premio Nobel le recuerda con amor filial, pese a que sufrió durante cinco años las excentricidades del novelista, primero en su finca de Guadalajara y luego en su chalé de Madrid, en Puerta de Hierro.

Igual le pedía 1.000 pesetas (seis euros) para tomarse unas cervezas que le ordenaba que limpiase su colección de orinales: "Tenía una colección muy buena y no se fiaba del ama de llaves", relata Sánchez Salas.

El secretario atendía con gusto las solicitudes del novelista. Pasaba a ordenador sus "manuscritos enmarañados" y se los leía en voz alta para evitar cacofonías ("basta. Continúa. Basta. Continúa", mandaba Cela). Tenía que recortar sus artículos de prensa y ponerlos siempre en la misma mesa de su estudio, "con un pisapapeles en forma de pene", afirma.

Recuerda especialmente una anécdota que para él define el personaje del escritor gallego, ese humor acre que cultivaba en su literatura y en su comportamiento: "Un día fuimos a la Real Academia y había obras ante la puerta principal. Don Camilo bajó del coche y entró retirando los plásticos que prohibían el paso. Un obrero se indignó: '¡Oiga, pero usted quién se cree!'. Y Cela, paso firme, mirada al frente, respondió: '¿Yo? Yo soy cultura general".

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