Una pátina de verdad
De apariencia débil, delgado y con gafas. Cuando los soldados rusos vieron a Vasili Grossman (Berditchev, 1905-Moscú, 1964), uno de los escritores reclutados por Stalin a la fuerza para cubrir el desarrollo de la campaña soviética contra los nazis, rieron con condescendencia. Tres años después, cuando los "ivanes" entraron en un Berlín en ruinas, Grossman seguía sus pasos en primera línea tomando notas. Sus crónicas, reunidas ahora en Años de guerra (1941-1945), muestran la honestidad y el talento de un escritor con una voluntad narrativa innegable y muy por encima de las presiones políticas. "Años de guerra debe ser contextualizado. Sus crónicas se publicaban en la Estrella Roja y formaban parte de la propaganda del régimen sobre la contienda", aclara Joan Riambau, subdirector editorial de Galaxia Gutenberg. "Pero a través de esos textos se descubre la humanidad de un escritor que transmitía fielmente lo que iba encontrando en su camino". Gran parte del material que no pudo utilizar para sus crónicas ante el temor a ser depurado lo usó posteriormente en la escalofriante Vida y destino -de la que se han vendido 300.000 ejemplares-, pero sus reportajes, prolijos en descripciones sobre el paisaje, el dolor de los civiles y la locura de los hombres, son memorables, como el que describe su llegada al campo de exterminio de Treblinka, cuyo funcionamiento reconstruye minuciosamente.
"La crónica es un género que necesita tiempo para producirse, tiempo para escribirse y espacio para publicarse", dice Guerriero
Años de guerra lleva vendidas 15.000 copias y su éxito se enmarca dentro de una tendencia que nunca ha dejado de estar presente entre los lectores de textos de no ficción y que se mueve entre el rigor del periodismo y la voluntad de un estilo literario. Nuevos títulos, en los que se recuperan reportajes históricos o sucesos del presente, como la anorexia o la polémica sobre el cadáver de Lorca, han desembarcado en las librerías en estos días. El editor de Galaxia reconoce que la narrativa de base histórica y la crónica transformada en libro aportan una sensación de verdad muy valorada por el lector. "El periodismo certifica la verosimilitud o el rigor de la obra", añade Riambau. "Vivimos tiempos de saturación de información, pero persiste la voluntad para detenerse y conocer más sobre algunas de las cosas que ocurren".
Fuera de los despachos donde se decide cuál será el próximo título y sin más planteamiento filosófico que la buena marcha del negocio, Marjorie, propietaria de la librería Blanco, en el barrio de Salamanca de Madrid, piensa que todo lo que se conoce globalmente como no ficción cuenta con lectores fijos: "No estamos hablando de best seller, claro, el ensayo es difícil que provoque ventas espectaculares, pero sí cuenta con un público fijo y variado que normalmente suele pasar de los cuarenta años. Se trata de gente que sigue mirando el papel y que lee libros con cierta profundidad", aclara la librera, que no suele ver que mucha gente joven traspase la puerta de su local.
La narrativa de base histórica alcanzó en España su punto álgido con Ryszard Kapuscinski (Pinsk, 1937-Polonia, 2007), seguramente el periodista más respetado y con mejores críticas del momento. No siempre fue así. Títulos como El Emperador o El Sha se vendían con cuentagotas en la editorial Anagrama y se mantenían en la colección porque al editor Jorge Herralde le hacía mucha gracia cómo escribía el periodista polaco, hasta que sucedió lo que en literatura se conoce como el punto de no retorno: Ébano, donde resume su experiencia como corresponsal en África, fue una explosión. El libro pasó de los ¡100.000 ejemplares! y arrastró, de paso, al resto de sus obras. A Kapuscinski nunca le gustaron las rutas oficiales, huía de los palacios y de la gran política. Prefería describir la vida cotidiana. Necesitaba mucho tiempo para concentrarse y construía sus relatos como un collage, una especie de diario íntimo, cargado de fuentes y de datos históricos. Comparaba el reportaje con lo que el cubismo supuso para la pintura: "Cuando trataban de descubrir una cara la mostraban en todas sus reflexiones", dijo en una entrevista, el mismo año en que se publicó Ébano. A sus lectores no cabe encajarlos en un sector muy definido: "Gente mayor acostumbrada al ensayo y chicos jóvenes atentos a las novedades", según Ana Llornet de Anagrama. Lo cierto es que hoy día su obra sigue viva. El Emperador camina por la undécima edición y este mes ha llegado a las librerías Cristo con un fusil al hombro, una colección de relatos inéditos en España, editados en los setenta, en los cuales describe la relación entre árabes y judíos en los tiempos donde los fedayin, vestidos de verde botella, vigilaban una carretera de Beirutl; la dura existencia de los campesinos en Guatemala y el resurgir de la guerrilla tras la muerte del Che Guevara.
Pero no todo son guerras, aunque de ellas hayan surgido algunas de las mejores crónicas. La periodista de The New Yorker Judith Turman reúne en La nariz de Cleopatra (Duomo) un puñado de ensayos sobre el cuerpo humano, la alta costura y la literatura, que se leen como una crítica de la actualidad cultural. Nada que ver con los polémicos artículos de Julio Camba sobre la República, cargados de humor e ironía. Y el dibujante Joe Saco destapa, viñeta a viñeta, en Notas al pie de Gaza, la matanza de más de cien palestinos en la destartalada ciudad de Rafah en 1956. La frase "no news good news" no vale para este oficio, escorado hacia el drama y la tragedia. Pero ¿qué se puede esperar de un trabajo basado en la curiosidad? El escritor César González Ruano lo describía así en su diario: "No hay profesión como ésta, en la que sea preciso ganar lo que ya se tiene cada mañana, profesión en la que viva uno en una costumbre resignada de colapso económico y en la permanente amenaza del olvido". El periodista Miguel Ángel Bastenier sostiene en Cómo se escribe un periódico que para ser no ya un buen periodista, sino simplemente dedicarse a esto, hay que tener un punto de inconsciencia. "Una persona sosegada, ponderada, equilibrada, respetuosa de los derechos del prójimo, no es que no pueda ser un buen periodista, es que se dedica a otra cosa. No ha habido ninguna elección democrática para decidir quién pueda ser periodista, quién tiene derecho a manejar reputaciones, haciendas, éxitos, fracasos". En su opinión, el periodismo no es sino una pequeña parte de ese mundo grandioso de la literatura aunque, puesto a decidir sobre las características que deben acompañar a un buen reportero, resume: "Perspicaz, suspicaz, pertinaz y algo mordaz".
Cada profesional define su propio estilo sobre algo que se reduce a una persona que habla de manera neutral y que, en realidad, utiliza todo su talento para dar un enfoque subjetivo y poner la atención en detalles significativos del hecho que investiga, recreando una atmósfera, un contexto, un tiempo y un lugar. En esto del periodismo hay escritores para todos los gustos; los estadounidenses se muestran partidarios de "reseñar hechos y más hechos", pero otros eligen dejar su impronta, marcando claramente el bando en que se encuentran. Objetivos o subjetivos se han formado devorando lecturas periodísticas o literarias, seguramente el único camino para contar una historia con el ritmo de una buena novela. "La crónica es un género que necesita tiempo para producirse, tiempo para escribirse y mucho espacio para publicarse: ninguna crónica que lleva meses de trabajo puede publicarse en media página", aporta Leila Guerriero en Frutos extraños. Naturalmente, la periodista argentina se refiere a textos sólidos que encierran una visión del mundo y se reconocen como una forma del arte de contar, relatos que terminan exactamente donde empieza la ficción. "La única cosa que una crónica no puede hacer es poner allí lo que allí no está".
Tiempo y espacio son también valores apoyados por el escritor Jonathan Littell, que acaba de publicar Chechenia año III, un formidable reportaje de 120 páginas sobre la situación de la república caucásica. El autor de Las Benévolas cuenta casi al inicio del libro que, si hubiera editado la primera versión del texto, tras un viaje de dos semanas por Chechenia, habría dado una imagen de normalización del país que no se correspondía del todo con la realidad. Sabía que la corrupción era insostenible, que muchos guerrilleros regresaban del bosque y rehacían su vida con un vehículo todoterreno de regalo, que no es sencillo vivir contra un régimen autoritario, que a las mujeres les obligan a cubrirse la cabeza y que los secuestros seguidos de desapariciones se habían reducido notablemente. Pero el lado oscuro emergió de pronto. El correo electrónico empezó a vomitar noticias preocupantes. Natalia Estemiova, activista de Memorial (el grupo que se ocupa de los casos de desaparición, tortura y ejecución al margen de la justicia), en Grozni había sido secuestrada en la calle. A Estemiova, amiga de Anna Politkóvskaya, a la que guió por los arcanos chechenos, le dio tiempo a gritar que la estaban secuestrando antes de que la metieran en un coche. Su cadáver se encontró en el bosque: le habían dado un culatazo en la cara y disparado a la cabeza, como a muchas de las víctimas que ella había ayudado a que se conocieran.
Littell, domiciliado en Barcelona, ha optado por no promocionar su nuevo título, pero contesta vía e-mail a preguntas relacionadas con su pasión por la crónica. "Soy un gran admirador de la manera en que cuenta la realidad la prensa norteamericana (por ejemplo, The New Yorker o The New York Review of Books) y su capacidad e interés por dotar a los reporteros del tiempo, el dinero y el espacio necesario para contar largas y profundas historias; eso tiene un valor impagable. Algo que todavía se echa en falta en Europa". Littell se confiesa lector de la revista francesa XXI -se vende en librerías y en Internet-, que es un intento de crear un formato parecido al de las grandes revistas estadounidenses y que ha tenido buena acogida pero "todavía nos queda un poco lejos". Littell ni siquiera está seguro de que haya espacio para libros como el suyo, pero recalca que "sería maravilloso que fuera así".
La situación del mercado actual es compleja. No resulta fácil hacerse oír ante la avalancha de información. Los periódicos de papel reducen el espacio de los textos y los post de los blogs digitales no se extienden más allá del folio. Frente al periodismo en tiempo real que es la generalización de Internet, la crónica periodística se abre paso. Las webs no son del todo rentables pero ganan público, mientras que el papel, que todavía cuenta con publicidad de pago, pierde lectores. Al menos todos parecen de acuerdo en que el reportero como testigo sigue vigente en la era de Internet y si dispone de la capacidad de utilizar los recursos literarios, mejor, especialmente si es capaz de evocar una atmósfera. ¿Pero dónde se encuentra el futuro del cronista? Jean-François Fogel, fundador de Lemonde.fr y miembro de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, cree que las horas del papel están contadas pero que la realidad es tan fenomenal que siempre necesitará de periodistas que la cuenten. "Internet se centra en un periodismo de flujo e instantáneo, pero en este trabajo tienen que caber todas las formas, quizás los blogs como cuadernos de notas tendrían que decirnos algo en el futuro". Fogel, que en la actualidad arma una docena de sitios para el grupo francés Sud Ouest, añade que en el mundo que se avecina la velocidad de entrega pesa como una de las grandes motivaciones aunque el libro clásico también cuenta con gran futuro como género periodístico, un texto en el cual contar de manera pormenorizada y con calidad literaria una historia o un problema. "No olvidemos que en otros momentos de la historia también contó con mucho auge. La tormenta perfecta o la biografía de Chaves Nogales sobre Juan Belmonte encajan en esta definición".
Conseguir espacio para un periodista siempre supone un gran logro. Fogel también señala como una grata sorpresa editorial la buena marcha de la revista francesa XXI. Tiene carácter trimestral, vende cerca de 50.000 ejemplares, y cuenta con un pariente del autor de El Principito, Patrick de Saint-Exupéry, como redactor jefe. Mucha ilustración, cómic para contar historias del presente, fotografía y reportajes sobre los juegos de poder o la rutina en la vida de un cartero destacan en el número 9 de la publicación. Al otro lado del Atlántico, El Malpensante,Gatopardo y Etiequeta Negra han acabado por convertirse en un referente del poder de la crónica. "Ignoro", concluye Fogel, "si Jon Lee Anderson o Kapuscinski son periodistas o escritores, pero sus relatos pueden convivir en las estanterías al lado de los clásicos".
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