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Columna
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La Navidad y la blasfemia

Luis María Anson, en un reciente, firme y moderado artículo publicado en El Cultural de El Mundo, contaba que el Ayuntamiento de Madrid, en la ornamentación de la ciudad, había eliminado la palabra Navidad de un conjunto de diversas palabras que un diseñador -¿o era diseñadora?, lamento no recordarlo- había reunido como juego verbal. A Anson esa eliminación de la palabra Navidad no le parecía bien. Quería ahora citar algunas palabras de ese artículo, pero me ha desaparecido ese suplemento de El Mundo. Esa desaparición, probablemente nocturna, de este suplemento no sé si se la adeudo al ángel del belén madrileño de los Heraldos del Evangelio o al ángel del belén de la Iglesia Basílica de Nuestro Padre Jesús de Medinaceli, regentada por los padres capuchinos. Ni encomendándome a san Google, ni telefoneando a los servicios de documentación del cielo y del infierno, he logrado encontrar el artículo de Luis María Anson.

Decir de alguien que ha blasfemado suena aún más fuerte que decir que ha cometido un crimen
Injuriar a Dios y a la Virgen se parece mucho a injuriar al sistema métrico decimal

Le extraña a Anson que el Ayuntamiento de Madrid, regido por un alcalde del PP, Alberto Ruiz-Gallardón, deje a la Navidad fuera de ese grupo de palabras mágicas. Pero, ¿en un Estado aconfesional las celebraciones religiosas, salvo cuando el Estado considera oportuno y autoriza que se exhiban en la vía pública, no deben quedar reducidas al ámbito privado? De lo contrario, si un alcalde que es de todos los ciudadanos nos saca al ámbito público la Navidad, ¿agnósticos y ateos no tendrían el mismo derecho a pedir que, por ejemplo, otra palabra mágica, como la palabra blasfemia, se uniera a la palabra Navidad? Y, siendo, además, como es académico de la Real Academia Española, Luis María Anson muy bien podría de paso proponer alguna matización en la definición que el Diccionario de la Academia da de blasfemia. La primera acepción de esta voz es: "Palabra injuriosa contra Dios, la Virgen y los santos". Me parece una buena definición por lo que respecta a los santos, unos ciudadanos con existencia física, salvo en los casos en que la Iglesia, en su irreprimible tendencia al delirio y a la manipulación historiógráfica, se los haya sacado del manípulo, el equivalente de nuestra manga civil. A los santos, como ciudadanos del mundo, se les puede injuriar. Pero ¿qué sentido tiene hablar, como dice este Diccionario, de injurias a Dios y a la Virgen, unos seres que jamás han estado inscritos en ningún registro civil, sino que son simples frutos de la imaginación del hombre?

Aunque quizá no pocos católicos tendrán dificultades para verlo así, injuriar a Dios y a la Virgen -entes de ficción- se parece mucho a injuriar al sistema métrico decimal o, en el terreno de la métrica de la poesía, a injuriar a una silva aconsonantada de versos sueltos que, como Dios y la Virgen, son también entes de ficción. ¿Se ofenderá el sistema métrico decimal porque alguien le diga: "Sistema métrico decimal, eres un cabrón"? Por supuesto que no. Pues lo mismo ocurre con Dios y la Virgen. Los entes de ficción, por su propia esencia, ni sienten ni padecen por lo que podamos decirles. Pero, obviamente, la que sí siente y padece -¡y hasta qué punto!- es la Iglesia católica, que tiene montada su descomunal multinacional sobre la siguiente base: el galimatías de los dogmas más aberrantes y el terror como el mejor medio de sojuzgar a sus esclavos.

Blasfemia es probablemente la palabra que denota y connota la mayor carga de terror del castellano. Decir de alguien que ha blasfemado suena aun más fuerte que decir que ha cometido un crimen. Por tanto, es muy bueno para la sociedad que la Navidad no asome mucho la oreja porque precisamente al delirante cuentecito del Portal de Belén, bajo su ingenuo aspecto de un rorro, de una Virgen, de un padre putativo, y de una mulita y un buey, le adeudamos toneladas de terror.

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Para que quede claro que, en esta fase de mi vida, la Navidad, con todo su delirio, incluso me encanta, pero, eso sí, limitada al ámbito privado, vaya aquí el villancico Navegando en el Portal que escribí un día que tuve un problema con el ordenador y no me atreví a blasfemar por si levantaba demasiado la voz y un vecino me denunciaba por haber injuriado a los entes de ficción -y que, en mi caso, no son precisamente el sistema métrico decimal y la silva- a los que me dirijo airado cuando pierdo la paciencia. Mi villancico Navegando en el Portal, que es una décima, dice así: "La mula no era muy pía / y se fugó entre dos luces. / De la bronca que allí había / la Virgen se dio de bruces / con José... el buey hipaba... / Como la mula tardaba -que a este bicho Dios dé hule... / el Niño airado silbaba- / y Él mula necesitaba... / ¡Don Chus se bajó el eMule!".

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