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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Todos somos ladrones

Luigi Bartolini (1892-1963) odiaba el cine y es recordado precisamente por la película de Vittorio de Sica Ladrón de bicicletas. Qué ironía, pero así se ha salvado del olvido un libro fresco y hermoso, al tiempo que la memoria de un hombre enérgico, dotado de variados talentos, desde el lírico hasta el plástico, pasando por el narrativo. Bartolini fue un artista humilde pero a la vez de un orgullo cesáreo. Poeta, autor de crónicas romanas y novelas, la mayor parte de su vida se dedicó al aguafuerte, siendo considerado uno de los más importantes grabadores de Italia. Quizá porque la literatura no era su modus vivendi, escribe con un ardor y una claridad que no encontramos en los autores consagrados. Polémico e independiente, llama a los literatos que lo critican "perfectos jesuitas" que temen que él descubra "sus reclinatorios" y dice de los pintores que minusvaloran sus aguafuertes que "no valen un pimiento". Novela de un tiempo y un lugar, la Roma en guerra de 1944, crónica de una ciudad embrutecida y exhausta, memoria íntima de un poeta opuesto a toda ambigüedad moral, Ladrones de bicicletas es una obra sutil y valiente, ambiciosa y profunda que es una delicia leer hoy dejando el cine para otro día. Bartolini es despojado de su bicicleta ante sus propias narices en una calle de Roma. Recobrarla se convertirá en una tarea peligrosa, heroica, divertida y finalmente poética. Habrá de adentrarse en Campo dei Fiori, una auténtica cueva de ladrones a pleno sol. Luchará contra la mentira y la complicidad, contra el hambre (se queja de haber perdido "la memoria del paladar") y el conformismo. Una lucha también contra su propia compasión y unos versos, los de Verlaine, aquellos que mitifican los "queridos ladrones y dulces asesinos". Es un caballero andante enfrentado al hampa romana. Y un hombre arrebatado, como Villon, por el "invencible sentido de la poesía, ese sentimiento de celestial anarquía que llevo en mí". De ahí que piense que a la postre todos somos ladrones, sea de bicicletas, de amor o de manzanas. Guiado por una indignación pequeña, el hurto de su bicicleta de aluminio, que en realidad es una indignación cósmica, Bartolini busca "conciliar el ángel con el demonio", comprender el engranaje del mundo. En el fondo, la única manera de recuperar una bicicleta robada es robar otra. O pactar con el pobre diablo ladrón a través de una fulana. Al final de este libro soberbio que nos transmite la impagable alegría de recobrar lo perdido, Luigi Bartolini, enemigo del cine y la política, se acusa de no haber sabido "prever y reprobar tenazmente la perversidad", pues es culpa de los poetas "que estallen las guerras y se multipliquen los ladrones y los asesinos".

Ladrones de bicicletas

Luigi Bartolini

Traducción de Pepa Linares

Sajalín. Barcelona, 2009

182 páginas. 15,50 euros

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