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Columna
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En defensa de la vigencia de los derechos humanos

Los derechos humanos existían antes de la Declaración Universal que proclamó la Asamblea General de las Naciones Unidas hace hoy sesenta y un años. Existían muy claramente desde la Revolución Francesa, pero eran muy desconocidos en gran parte de la Tierra. Ignorados casi siempre, vulnerados sistemáticamente. Y no solo en esos lugares, también en los países más desarrollados.

Por ello era necesario un gran documento internacional, lúcido y preciso. Un texto cuya necesidad era un clamor desde las ruinas, una esperanza imprescindible. Porque solo tres años antes de su promulgación, había terminado la segunda guerra mundial. Uno de los momentos más dramáticos de la historia reciente de la humanidad.

El hecho que, más que ningún otro, reveló las perversas consecuencias del fanatismo. De la identidad colectiva manipulada del modo más enfermo y diabólico.

Pero también era cierto y lo es, que el hombre y la mujer podían construir un mundo de inteligencia y de igualdad, de justicia y libertad. Que ese ideal algún día podía ser algo real, tangible. Desde los altos valores que el ser humano ha ido desbrozando, durante miles y miles de años, a través de su experiencia, de su mirar el mundo, de su mirarse a sí mismo.

Los derechos humanos fueron promulgados solemnemente por la Asamblea de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948. Una Asamblea en la que no estaba España, porque nuestro país, entonces bajo la dictadura franquista, era un paria internacional. Y no conviene olvidar eso para valorar nuestra realidad actual, democrática y desarrollada; un escenario social que defiende los derechos humanos, que los vive con intensidad y respeto.

La palabra rige la vida de la mujer y del hombre. Correlativamente, los grandes documentos son los que rigen la historia. Textos que terminan siendo el resumen de lo mejor de los habitantes de la Tierra, de sus anhelos más justos, más humanistas, más universales.

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Podíamos decir que la Declaración Universal de los Derechos Humanos es la Constitución de todas las mujeres y los hombres de la Tierra. Y así como todas las constituciones democráticas contienen una parte llamada dogmática -que es donde se concretan los derechos y los deberes- y otra orgánica -donde se articulan el marco de la acción política-, debemos articular esos derechos humanos en una realidad cotidiana.

Esa realidad es la nueva sociedad mundial. La de una nueva ciudadanía en la que los derechos humanos sean respetados. Y aunque ese horizonte nos parece un sueño, dada la conflictividad que existe en el mundo, también es cierto que avanzamos hacia esa meta. Que algún día será una realidad trabajada y fecunda.

Ahora bien, ese nuevo escenario mundial no llegará por la inercia histórica, sino porque hay millones de personas que, cada día, trabajan por la aplicación de los derechos humanos. Desde las más altas instancias de los Estados y las organizaciones internacionales, pero también desde el compromiso individual de cada ciudadano.

La paulatina aplicación de los derechos humanos será fruto de esa concienciación, de esa vigilancia, de esa condición moral. Sin las que se agosta y envilece la vida social. Y no existe, no puede existir la realización personal si cada uno solo piensa en sus asuntos y en sus proyectos, por legítimos que sean.

La fecha de hoy, tan intensa y fraterna, podría considerarse un nuevo capítulo de Los momentos estelares de la humanidad de Stefan Zweig si las circunstancias no lo hubiesen obligado a apearse de la historia. El año pasado pudimos constatar en Valencia la vigencia de tales derechos y la necesidad de continuar extendiéndolos. Por ello se hace necesario continuar trabajando a favor de la humanidad. A favor del reconocimiento de sus derechos.

Rafael Blasco es portavoz del PP en las Cortes Valencianas y consejero de Solidaridad y Ciudadanía de la Generalitat.

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