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Cosa de dos
Columna
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Hedor

Sería arduo desmontar la certidumbre de Balzac sobre el crimen que se oculta detrás de cada gran fortuna. Pero no hace falta que sea excesivamente grande en el caso de los políticos que se limitan a engordar milagrosamente su patrimonio desde que alcanzan un poquito de poder en su noble tarea de servir a los demás. Decir que esconden crímenes sería exagerado. No es preciso que tenga que correr la sangre. Basta con las comisiones, el lavado de dinero, el trinque descarado o subterráneo, esa cosita tan humana y tentadora llamada corrupción.

Esa corrupción era previsible cuando en el 82 los descamisados tomaron el Gobierno y descubrieron todos los lujos que proporciona el gran dinero de la cosa pública, la codicia, la adicción a colar la manita sin prisas y sin pausas en la caja de caudales, la mitad pa ti y la mitad pa mí, y eso tan embriagador resumido en: "A pillar, a pillar, que son cuatro días los que vamos a vivir". Y pensabas ingenuamente que sus sucesores, los nietos de aquella España Grande y Libre, bien nutridos y con la cuenta corriente saneada ancestralmente, familiarizados desde pequeñitos con Cartier y con Hermés, no tendrían la irreprimible necesidad de pringarse hasta el alma para multiplicar su capital, que ese señorío del que presumen no condescendería a plantar el cazo ante un gánster tan esperpéntico y hortera que obligaba a sus delincuentes socios de la política a llamarlo Don Vito.

Y ante cloaca tan localizada y densa los jefes del tinglado pepero sonríen con suficiencia, hablan con gesto entre indignado y quejumbroso de caza de brujas, de tramas maquiavélicas del rojerío, la madera, los de la toga y los hijos de Stalin que se dedican al periodismo, calificación que no pueden aplicar a su fraternal El Mundo, tan rápido y tan listo él, apuntandose con la bendición de la sinuosa Esperanza al conveniente bombardeo sobre las ya indefendibles e infinitas manzanas podridas.

Da miedo la torpeza, la ineficacia, los titubeos y el populismo de preescolar que exhibe el PSOE. Pero inspira terror que el choriceo gürteliano se legitimara en las futuras urnas. No es improbable. El auténtico Don Vito sigue reinando en Italia. El único alivio es el vómito.

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