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El enigma del dueño de Nilefós

Un empresario indio se esfuma con 2,3 millones de ayudas de la Junta

La desaparición del empresario indio Nitin Madhvani, dueño de la fábrica Nilefós Química de Huelva, ha dejado a los trabajadores de la factoría perplejos, a la Junta de Andalucía sorprendida y a los sindicatos indignados. La Administración autonómica entregó al empresario 2,3 millones de euros en 2008 para que salvara de la ruina la antigua empresa Rodhia, fabricante de detergente ubicada en el Polo Químico onubense. Madhvani accedió a hacerse cargo de la fábrica, que pasó a llamarse Nilefós, pero, en lugar de mejorarla, se esfumó con el dinero de la Junta y dejó a los trabajadores en la calle, sin indemnización ni interlocutor al que denunciar. Ya hace meses que nadie le ve el pelo. Como señal de protesta, los 54 empleados que quedaban en Nilefós este verano -de los 200 que eran el año pasado- decidieron encerrarse en la fábrica a la espera de respuestas. Ya cumplen un mes habitando una factoría abandonada y sin luz eléctrica debido a un impago a Endesa de 200.000 euros. A pesar de las decenas de reuniones, agendas, amagos de negociación y visitas de políticos, nada ha mejorado mucho desde que Madhvani se desentendiera de la empresa. Hasta la avenida Francisco Montenegro, donde se ubican otras industrias químicas, se acercan muchas personas diariamente a mostrar su solidaridad a la plantilla. Pero entre ellos no se encuentra Nitin Madhvani, al que nadie ha vuelto a ver desde el 25 de julio, fecha en la que acudió a una reunión con la Junta en Sevilla y se le advirtió de que debía hacerse cargo de la empresa y actuar con responsabilidad. Y hasta ahora.

Madhvani mantuvo su última reunión con la Junta el pasado 25 de julio
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Madhvani llegó a Huelva en abril de 2007. "Venía como un salvador, con un ceremonial de indios a su alrededor, se quedaba en hoteles de cinco estrellas y viajaba en un lujoso Mercedes que conducía un chófer", explica José Pérez Morroco, presidente del comité de empresa. Todos depositaron en Madhvani sus esperanzas de revitalizar la empresa de producción de tripolifosfato sódico, un componente para la fabricación de detergentes. Después la planta pasaría a crear componentes para pienso animal, una apuesta más ecológica y con más futuro, cuya buena gestión, según Morroco, les habría salvado de la quiebra. En el momento de la compra, el 30 de abril de 2007, la empresa presentó un plan de inversión de unos ocho millones de euros y la contratación de trabajadores. "Pero al final sólo se gastó 143.000 euros", asegura el representante sindical que interpuso una denuncia ante la Fiscalía de Huelva.

A los pocos meses de la llegada del nuevo dueño, los empleados encontraron algunas actitudes en él que consideraban "raras", pero las achacaron a las costumbres hindúes.

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El propietario de Rodhia, capitalizada en 22 millones de euros, había vendido al Grupo Misa (Madhvani Internacional SA) sin que el comité de empresa viera documento alguno ni supiera exactamente en cuánto quedó la transacción. "Como un mero cambio de titularidad", precisa Morroco. Algunos trabajadores van más lejos y apuntan a que la antigua Rodhia quería "eludir responsabilidades medioambientales y de todo tipo" y decidieron poner un "empresario de paja", totalmente insolvente, con el objetivo de cerrar la empresa. Pero nadie podía imaginárselo entonces. Todos los días se observaba en la planta onubense "un desfile de consultores y asesores indios", todo un séquito de esperanza para una industria en peligro de extinción. "Aparentaba ser muy poderoso. La verdad es que nos lo creímos", reconoce el líder del comité.

El 11 de febrero de 2008 -ocho meses más tarde de adquirir la fábrica- el comité le exigió información por escrito a Madhvani ante lo que ya se consideraba como de incapacidad total de gestión empresarial. Como respuesta, se anunció el cierre de la fábrica dejando, según Morroco, "la caja vacía". Desde entonces se han sucedido numerosos intentos en defensa de la planta onubense. Pero la figura de Madhvani continúa siendo un enigma. Nadie sabe dónde vive. Según Morocco, no es la primera vez que hace algo así. En Bélgica dejó una deuda de 50 millones de euros en una planta de ácido fosfórico y sulfúrico y en Uganda (África) posee unas minas de fosfato que tampoco avanzan.

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