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Reportaje:EUROBASKET 2009 | Una generación inolvidable

Cuatro medallas y cuatro historias

El compromiso colectivo, la ambición y la calidad de los jugadores han sido el denominador común de los éxitos en el Mundial, los Juegos y el Eurobasket pese a los cambios en torno al equipo

Campeón del mundo. Subcampeón de Europa. Subcampeón Olímpico. Campeón de Europa. Cuatro años, todo un ciclo de conquistas ininterrumpidas tan difíciles de conseguir que sólo han estado al alcance de históricas selecciones como la URSS o Yugoslavia en tiempos anteriores a su atomización territorial. Cualquiera podría pensar que esta hazaña ha venido provocada por la repetición de personajes, situaciones y filosofías de éxito. Pero no ha sido así. Al contrario, cada medalla trae historias bien diferentes.

La de Japón en el Mundial de 2006 fue la de la sorpresa. El equipo español había apuntado detalles en anteriores citas pero aún así se presentó en Hiroshima sabiéndose competitivo pero no ganador. Todo salió redondo. Pepu Hernández, nuevo seleccionador y de talante extremadamente humanista, resultó el perfecto complemento de un colectivo que maravilló con su estilo de juego alegre y desenfadado no exento de fundamentación táctica. La lesión de Gasol en la semifinal, el fallecimiento del padre de Pepu horas antes de la final y el varapalo que se llevó Grecia en la final pusieron un final perfecto a una aventura que desbordó lo imaginable. Todos volvieron a casa como héroes y pensando ya en el siguiente escalón: el Eurobasket de España.

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Esta historia ya no fue tan bonita. Ni en su desarrollo, ni en sus consecuencias. España perdió la final, y con el paso del tiempo, se descubrió que aquello no fue lo único malo que ocurrió en ese verano. Durante la preparación, lejos de ser la ideal, se abrió una grieta en la armonía del universo selección. Las relaciones Pepu-José Luis Sáez, presidente de la Federación, se deterioraron hasta el punto que, a dos meses de unos Juegos Olímpicos, España cambió de seleccionador.

Tercera historia. La del cambio. Aíto García Reneses como seleccionador fue elegido y no se anduvo por las ramas. Varió jerarquías, metodologías y formas de hacer las cosas tanto dentro como fuera de la cancha, por lo que la convivencia durante los Juegos de Pekín no fue lo que se dice plácida. En la primera fase el juego estuvo alejado de lo habitual, pero fue cumpliendo objetivos hasta vencer a Lituania en semifinales y alcanzar la ansiada medalla de plata. Lo mejor quedó para la final, frente a Estados Unidos, probablemente el mejor partido de la historia de la selección. Pero Aíto, ante la sorpresa de ¿nadie? se marchó al Unicaja a los pocos días de volver a España.

La última historia es un guión tan sorprendente como retorcido. La preparación parece ir bien pese a la lesión de Pau. Cuatro días antes del inicio, España pierde en Lituania claramente. En el primer partido del Eurobasket, el debut de Gasol, nueva derrota ante Serbia. Al día siguiente frente a Gran Bretaña y a falta de cuatro minutos, se masca el descalabro. Pero a la misma velocidad que estuvo a punto de desintegrarse, el equipo se recupera hasta el punto de alcanzar una frescura y eficacia en su juego que no se veía desde Japón. Finalmente, el oro cuelga de sus cuellos.

La explicación de que tantas historias diferentes hayan tenido el denominador común de ambiciosas metas alcanzadas sólo puede basarse en la fortaleza de un talentoso colectivo de jugadores que casi nunca ha perdido su cohesión. A favor de corriente o en situaciones delicadas, con entrenadores y filosofías con los que congeniaban y otras con los que no tanto, su foco ha estado siempre centrado en mantenerse juntos, en que lo que es bueno para el grupo, es bueno para todos y al contrario. No es de extrañar que la salida del tiesto de Marc Gasol después de perder Turquía sea el único hecho que se sepa en cuatro años que se contradice con esa forma de hacer las cosas.

Al final, entre la extraordinaria calidad de sus componentes, su compromiso colectivo, una buena actitud ante las dificultades y una indisimulada y sana ambición, han logrado que los cambios de escenario, directores y extras, no hayan tenido una mayor incidencia y que el final siempre haya sido el mismo. Un pódium. Una sonrisa. Un historial alucinante.

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