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Columna
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Sin gafas

La Sala de Exposiciones del Ayuntamiento de Valencia rinde homenaje a Joan Antoni Toledo (Valencia 1940-1995). Sorprendentemente los periódicos apenas se han hecho eco de la muestra, que ha comisariado Román de la Calle. Toledo, uno de los fundadores de Estampa Popular y del Equipo Crónica del que luego se separaría, es probablemente el mejor pintor valenciano de la segunda mitad del siglo XX.

Cae una fina llovizna y al atravesar el portal en la calle Arzobispo Mayoral, me quito las gafas para limpiar los cristales. Hay poca luz y a mis ojos de miope les cuesta acomodarse a las penumbras del vestíbulo. Sobre la mesa del ordenanza de la entrada hay unos trípticos de la exposición, ilustrados con unas gafas de tonos verdes sobre fondo negro. Luego la galería, con las tres salas dispuestas longitudinalmente, se ilumina con las pinturas y dibujos de Toledo. La figura del pintor nos recibe de espaldas, recortada sobre la madera que pintaron sus compañeros Rafael Solbes y Manuel Valdés. A modo de lapidarias, escrito en la pared algunas ideas del artista: "Considero que para pintar es imprescindible reflexionar paralelamente sobre las condiciones de la constitución de la imagen". A finales de 1979 tuve la suerte de participar en la creación de la revista Trellat que, bajo el impulso de Doro Balaguer y de Gustau Muñoz, constituyó un intenso núcleo de reflexión durante los primeros ochenta. Allí se publicaron les "Lletres de pintors", que se cruzaron Solbes, Toledo y Rafael Ramírez Blanco, que era también el diseñador de la revista. Los consejos de redacción se celebraban en la casa que Doro y Rocío tenían arriba del negocio familiar, la pasamanería Balaguer, a escasos metros de la sala donde ahora cuelgan los cuadros de Toledo. Al terminar las reuniones acompañaba a Toledo a su casa en el barrio de Russafa. La conversación sobre lo divino y humano podía prolongarse durante horas sin salir del pequeño Seat 127, absolutamente invadido por el humo de los celtas y ducados que empalmábamos. Toledo se quitaba las gafas y hablaba y hablaba.

¿Se quitaba las gafas Toledo para pintar? Me he hecho esa pregunta ahora por primera vez en esta sala de exposiciones municipales mirando extasiado una vez más sus cuadros, los rostros difuminados de sus maravillosos retratos. No se baila con gafas. Lo dice Patrick Modiano en un cuento ilustrado por Sempé, Catherine Certitude. "(...) Me ejercitaba durante la jornada en no llevar gafas. La siluetas de la gente y de las cosas perdían su intensidad, todo se volvía borroso, los propios sonidos eran cada vez más amortiguados. El mundo, cuando yo lo veía sin gafas, ya no tenía asperezas...".

Los espléndidos retratos de diversas colecciones particulares aquí reunidas se suceden junto algunos dibujos, cartas y textos. Al entrar en la última sala hay un cuadro de tonos grises absolutamente inquietante. Una mujer rubia, con un traje claro, se encamina a la puerta del juzgado. Está rodeada de hombres también de espaldas y vestidos de negro. Un hombre, cuya silueta evoca la figura de Rafael Solbes, apunta con la cámara a la mujer y al espectador. ¿Una novia? ¿Una justiciable? Catherine Certitude tiene la ventaja de vivir en dos mundos diferentes, según lleve o no sus gafas. "Tampoco hay que confundir las imágenes y las palabras", decía Toledo para quien el tema de la pintura siempre era "la pintura misma". Porque "lo que importa no son las cosas que se pintan o los significados de lo que se representa; lo importante es cómo pintas lo que pintas". Ahora, visto con los años, creo que Joan Antoni Toledo pintaba como bailaba Catherine Certitude, sin gafas.

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