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OPINIÓN
Columna
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La suerte del banquero

Soledad Gallego-Díaz

Vuelta a los negocios, como siempre. Los banqueros y financieros quieren volver al business at usual y que les dejen en paz. La verdad es que la mayoría de ellos no puede creerse la buena suerte que tiene, escribe en New Statesman el diputado británico Vincent Cable. Cuando parecía que la última crisis iba a poner fin a los excesos más irresponsables y a someterles a un nuevo sistema de controles y regulaciones, resulta que los políticos de medio mundo ayudan a distraer la atención, polemizando sobre sus propias desgracias y sobre asuntos ajenos. Los políticos se las están arreglando, delante de nuestras propias narices, para birlarnos la agenda realmente importante, sin miedo al creciente cinismo de unos ciudadanos que tienen serias sospechas sobre la capacidad de sus gobiernos para tratar con el mundo del dinero.

Los ciudadanos tienen serias sospechas sobre la capacidad de sus Gobiernos para tratar con el mundo del dinero

La apuesta es peligrosa, porque el cinismo es un grave estado de ánimo de las ciudadanías y, desde luego, un riesgo casi letal en la extensa, y todavía poco cohesionada, Unión Europea. Los próximos días y semanas van a ser especialmente importantes en ese sentido, porque vamos a poder comprobar si existe realmente alguna voluntad de cortar esa oleada de desconfianza política o si las cosas van a velocidad de crucero, business at usual, y ya no hay nada que esperar.

Primero, el martes y miércoles, el presidente de la Comisión, José Manuel Durão Barroso, presentará a los grupos socialista y liberal del Parlamento Europeo su plan para un nuevo mandato. El servicial Durão fue respaldado, sin presentar ningún documento ni propuesta, por los Gobiernos de los 27 países miembros de la UE, incluido el español, pero en el último momento el PE impidió su nombramiento y le exigió que presentara un plan de trabajo. Ésta será la primera noticia que tengamos sobre lo que piensa Durão Barroso respecto al papel de la Comisión, algo más importante de lo que parece para el futuro de la Unión. Claro que Barroso se ha caracterizado hasta ahora por ser uno de los presidentes más acomodaticios con que han contado los Gobiernos europeos, alguien muy poco dado a impulsar la capacidad de iniciativa del órgano que preside. Veremos hasta qué punto el Parlamento es capaz de paliar ese desastre.

Segundo, en menos de dos semanas, el día 17, se celebrará en Bruselas la cumbre extraordinaria de la Unión para discutir, precisamente, sobre las reformas que deben introducirse en el sistema financiero. Dado que la reunión se lleva a cabo unos días antes de la inmediata sesión del G-20 en Pittsburgh (EE UU), se supone que es la ocasión para intentar definir una posición común europea. Por el momento, parece que toda la fuerza (y la apariencia) se va a ir en torno a la propuesta francesa de limitar los sueldos y bonos de los ejecutivos de los bancos y entidades financieras, algo que la opinión pública exige y que recibiría, sin duda, muy bien, pero que es claramente insuficiente.

No hace falta ser un experto para darse cuenta de que la UE tiene cada vez peor imagen entre los ciudadanos porque aparece como el organismo que se ha encargado de impulsar en los últimos 20 años la agenda de liberalización económica en el continente, mientras que ahora es incapaz de dar una respuesta a lo que la ciudadanía percibe como la crisis resultante de ese proceso de liberalización. Ni tan siquiera parece capaz de preservar lo que hay desde el punto de vista social ni de garantizar que no se dan pasos atrás en ese campo.

Los ciudadanos tienen que conocer la razón de ser de la UE, saber qué defiende, advierte el último informe del grupo Brueguel, un think-tank de Bruselas, o todo el proyecto puede estar en riesgo. Si los Gobiernos no son capaces de hacer eso y si la Comisión no es capaz de presionarles para que no adopten medidas que pongan en riesgo esa razón de ser (equilibrio social y una agenda de crecimiento y empleo común), sería injusto reprochar a los ciudadanos que se deslicen hacia el cinismo, un estado de ánimo mucho más peligroso que el pesimismo, y que, como ya denunció Peter Sloterdijk, se está convirtiendo en el modo dominante en la sociedad contemporánea. Y los cínicos de hoy, advierte el filósofo, no tienen nada que ver con los de la antigüedad. Ahora se trata de ciudadanos asaltados por la duda y paralizados. -

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