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Columna
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No volverás a Gaiás

Estoy de acuerdo con Xosé Bugallo, alcalde de Compostela, en que no me parece descabellado dedicar el Gaiás a Manuel Fraga. Varias son las consideraciones que me llevan a tomar esta polémica determinación a fuerza de sentir piedras en el estómago. La primera tiene que ver con lo esencial: un mausoleo debe dedicarse a la persona que incubó el proyecto o que lleva dentro y, aunque deseo buena salud a don Manuel y Gaiás no sea precisamente un mausoleo, tiene algo indudablemente de Ara Pacis Romano y de pirámide egipcia. Es decir, que lleve el nombre del sueño faraónico de su fundador como el Pompidou lo lleva en París o Getty preside con su museo los cerros de Los Ángeles, Calouste Gulbenkian tiene la mejor fundación de Lisboa, Juan March sigue siendo un nombre vinculado a la difusión del arte internacional o Solomon Guggenheim una franquicia de centros repartidos por todo el mundo. Muchos me podrán decir que son filántropos que no han manejado los dineros públicos, pero si ustedes acuden a la biografía de cada uno, verán que el arte sirve para lavar la conciencia a menudo infame de estos máximos accionistas de las cuentas públicas y los estraperlos privados (dejo a los Thyssen para la prensa del corazón).

Lo lógico es que lleve el nombre de Manuel Fraga, del sueño faraónico de su fundador

Esto en cuanto a la etimología, pero hay más. Como muchos aeropuertos, estadios o centros públicos llevan el nombre de prohombres con los que podemos estar más o menos en sintonía (de Gaddafi a Manuel Ruiz de Lopera pasando por George Bush) llegando a extremos muchas veces inadmisibles, la Cidade de Fraga puede resultar a la larga una suerte de exorcismo sobre las dudas, desatinos y polémicas que están marcando sus inicios y que, haríamos bien en asumir, son las mismas que tuvo su fundador y que aquí recordamos: encargó a un arquitecto de marca otro de esos proyectos de campanillas para inmortalizar su legado, sus colaboradores solícitos cumplieron tan a la perfección el deseo del faraón que se olvidaron del contenido de la pirámide: no sabían si en aquellos miles de metros cuadrados tocaba la ópera, el gaiteiro de Soutelo de Montes o Siniestro Total... Es decir, que el proyecto nació un poco muerto porque la idea era ya un funeral.

El bipartito procuró enderezar el rumbo y vio con mucho candor qué podía hacer con la patata caliente. Varias comisiones de expertos (yo también fui cortésmente invitado) debatimos en el laberinto de tinieblas durante varias sesiones sin ponernos de acuerdo sobre la preeminencia de la ópera o de la gaita, del grafiti o la emigración, de lo local o de lo internacional, mientras las obras proseguían su curso arrojando un espeluznante saldo de dinero que la oposición de aquel momento juzgó, y así pasará a la historia, como otro increíble despilfarro de los bífidus activos (¡cómo si ellos no tuvieran nada que ver con Fraga!). La patata ha pasado nuevamente a sus legítimos propietarios, aunque parece que con ellos no va la cosa en este nuevo orden de negar lo evidente que con tanto éxito esgrimen: sigue el pertinente despilfarro, incluida la piedra traída de Brasil a este reino de canteros, y se plantea una nueva fundación, pero nadie sabe cómo va ser el asunto ni si viviremos para contarlo.

Por todo ello es de recibo que Gaiás lleve el nombre de su fundador y a todos nos recuerde cuál fue su origen, sin detrimento de que algún día en un futuro no muy lejano se cumpla una especie de metamorfosis: que el nombre de Fraga sea asociado con el mecenazgo y que la Cidade se constituya en un faro de las artes universales. Ha ocurrido así muchas veces en este espacio de vanidades que es la cultura y nadie se ha escandalizado. Ahora bien, que alguien empiece a darle contenido, por favor, porque si no corremos el riesgo de que la cosa se convierta en uno de esos hermosos puentes de Calatrava que disimulan tan bien sus costuras que parecen palomas o ingenios voladores. Que aquí no ocurra lo de siempre, que todo el mundo recuerde el pecado original y el derroche y la polémica para que, de una vez, podamos albergar la esperanza de que la cosa funcione y la única polémica que queda en el horizonte es si nacionalizamos a Aída y Rigoletto o hacemos una ópera con Avelino Cachafeiro de protagonista.

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