La escuela rural se queda vacía

Cuando en junio la escuela infantil de Cruxeiras, en Ames, cerró sus puertas, los vecinos tenían la esperanza de que en septiembre volvieran los niños. Pero la hierba ya se está comiendo los columpios. A través de la cristalera se ven las colchonetas de gimnasia, apiladas contra la puerta de los baños, y aún hay algún mandilón colgado junto a carpetas perfectamente alineadas. A pesar de que en el corcho aún aguante una circular en la que se lee: "Admitidos para el curso 2009-2010", los niños no volverán en septiembre. Sólo renovaron plaza tres. Debía haber siete. Por esta razón, éste y otros 22 colegios no abrirán el próximo curso.

Pese a la dispersión, la Xunta siempre garantizó que todos los niños tuvieran una aula cerca. La disminución de la natalidad en el rural, sin embargo, está obligando a cerrar colegios y a reagrupar a los alumnos en las aldeas limítrofes. Durante años, en muchas aldeas, el ayuntamiento pagaba un taxi para recoger cada día a los pequeños de casa y llevarlos a la escuela infantil. Llenaban un vehículo; a lo sumo, dos. Nunca hubo más de 15 alumnos por clase, y desde hace varios años muchos centros se las ingenian para llegar al cupo necesario que evite el cierre de la escuela. Pablo, el hijo de Elena, sostuvo el grupo en el colegio As Goritas, en Loxo (Touro), durante tres años. El niño es autista, así que, a nivel escolar, cuenta como dos. Este año, sin embargo, al cambiar la maestra, su madre decidió llevarlo al colegio de Touro y dejó huérfana el aula. El que viene, el destartalado colegio infantil de Loxo no tendrá niños.

La Xunta siempre garantizó que los niños tuvieran un aula cerca

Un centenar de profesores se verán afectados por los cierres

Los profesores se convierten en la figura clave que sostiene la escuela rural. Un centenar de ellos se verán afectados por los cierres, aunque la Xunta asegura que la mayoría se jubilarán o serán trasladados."Me daba confianza, hasta se puso a estudiar logopedia", cuenta Elena. "La que la sustituyó era buena, pero no era Mercedes". En la parroquia, todos la recuerdan. "Esa maestra era maravillosa", explica Dolores Seijo mientras recoge tomates, "yo la escuchaba desde aquí", dice señalando el final del patio, donde acaba su gallinero y empieza el colegio. Sus dos hijos se formaron en esa escuela. "Uno de ellos hoy es concejal de Deportes", añade el padre, Miguel García.

La educación es otra de las pegas que ponen los tutores para no elegir la escuela de aldea. Aunque la maestra atiende a los alumnos de manera personalizada, las edades se mezclan en una sola clase en la que niños que apenas hablan aprenden con quienes deberían empezar a leer y escribir. Lo cuenta Adela, que impartió a los pequeños de Loxo catequesis. "Uno de mis sobrinos fue a aquel colegio, y luego cambiaba de centro, a los siete, y se notaba la diferencia de nivel con los otros", dice, "así que su hermano fue a Touro".

Hasta junio, el colegio As Goritas aguantó en mitad de una plaza cementada, sin árboles, a la que se accede por una larga escalinata de piedra. De no ser por los tres columpios y las dos canastas desvencijadas que hay en el patio, nadie diría que se trata de un colegio. La fachada principal, enrejada, que esconde un cartel de Cine Club, mira al cementerio de la parroquia. "Eran tan pocos niños...", cuenta Dolores Seijo, "tan pocos que, claro, algún día tenía que cerrar".