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Reportaje:Joseph Bruce Ismay | Presidente de la naviera del 'Titanic', escapó en uno de los pocos botes salvavidas | COBARDES DE LA HISTORIA | el propietario del 'Titanic'

Las mujeres y los niños, después

Jacinto Antón

Entre los muchos misterios que yacen en el fondo del mar sepultados con el Titanic no es el menor el de la cobardía de Joseph Bruce Ismay. En aquella medianoche desoladora de hielo, agua y muerte, en la hora crítica del miedo, cuando tantos fueron probados y medidos en su coraje a bordo del orgulloso y condenado titán de la navegación, Ismay no dio el tipo y tuvo un comportamiento como mínimo discutible. Se salvó, eso sí, pero sólo para ser estigmatizado como el gran cobarde de aquel drama y uno de los mayores de la historia. Al menos no se disfrazó de mujer para subir a los botes, como hicieron algunos. Es verdad que lo tenía difícil porque lucía bigote.

El caso de Ismay, cobarde del mar, remite, salvando las distancias, al del protagonista de Lord Jim, de Conrad. En el momento crucial de su vida, enfrentado al desastre y forzado a elegir entre la vida y el honor, Jim también abandona el barco, dejando a su suerte a los peregrinos que viajaban a bordo y que confiaban en él. En el Patna tampoco había botes para todos: parece que es un clásico (Conrad se basó en una historia real, la del Yeddah). Jim, eso sí, buscó luego -y halló- la redención, cosa que a Ismay parece no haberle importado una higa.

Eligió salvarse, vivir y dejarse de romanticismos y mandangas, que el agua estaba muy fría

"¿Quién no preferiría morir como héroe a vivir como cobarde?", se preguntaba cinco días después de la tragedia del Titanic un editorial del Denver Post, que alababa a "los verdaderos hombres, tranquilos y valientes, de pie en la cubierta del buque condenado", los que ayudaron a los más débiles, les dejaron su sitio en los botes y los vieron partir sabiendo que para ellos mismos no había esperanza. ¡Qué duro ser un gentleman en el Titanic! Uno se pregunta qué habría hecho de estar allí (o en el Patna). Es algo que cada cual ha de contestar en el fondo de su corazón. Ismay ofrece una repuesta clara: él eligió salvarse, vivir y dejarse de romanticismos y mandangas, que el agua estaba muy fría. El caso es que poder contarlo cuando no hay botes para todos -de hecho no había ni la mitad de los necesarios- y en el trance se ahogan más de cien mujeres y medio centenar de niños, y que además al llegar a Nueva York te alojes en la mejor habitación del Ritz, pues es feo.

Ismay tenía una responsabilidad moral añadida: era el presidente de la White Star, la compañía propietaria del Titanic, y había colaborado decisivamente en su idea y diseño (que, por cierto, no es algo para estar muy orgulloso), por no hablar de que parece que estuvo implicado en algunas decisiones que podrían haber tenido que ver con la catástrofe -la escasez de botes, la velocidad del buque, el ignorar los avisos de avistamiento de icebergs-. En cierta manera, podemos pensar, le tocaba ahogarse decentemente, como al capitán.

El camino que llevó a Joseph Bruce Ismay a tomar la decisión más trascendental de su vida aquella noche del 14 de abril de 1912 sobre la cubierta inclinada del Titanic comenzó en 1862 en Liverpool, cuando nació en el seno de una familia acomodada implicada en el negocio del transporte marítimo. Su padre era el fundador de la White Star Line. Ismay fue a buenos colegios, aunque debió de faltar cuando les explicaban la conmovedora historia del HMS Birkenhead, en el que los oficiales y soldados del 73 regimiento de a pie, a la sazón camino a la guerra con los cafres, permanecieron formados disciplinada y caballerosamente mientras el navío se hundía para permitir que las mujeres y niños de a bordo subieran a los botes como mandan los cánones; los militares se ahogaron casi todos, pero Kipling les dedicó un verso.

Ismay se convirtió en socio de la compañía de su padre y cuando éste murió se encargó del negocio transformando a la White Star en empresa de referencia. En buena parte fue suya la idea de construir grandes y lujosos transatlánticos para competir con la Cunard Line. Se le achaca haber privilegiado la comodidad sobre la seguridad y reducir el número de botes salvavidas -cabría decir cínicamente que desde su punto de vista no calculó mal-. Ismay decidió ser uno de los pasajeros del viaje inaugural del Titanic. Casado y con cuatro hijos, hizo la travesía solo -con su secretario y su valet-, pero en una de las suites de primera clase. El choque con el iceberg pilló a nuestro hombre en la cama. Se puso un abrigo sobre el pijama y se dirigió al puente, donde le hizo al capitán una pregunta memorable: "¿Cree usted que el asunto es serio?" -sólo superada por la del pasajero de primera que al dirigirse a los salvavidas sentenció: "Vaya manera de empezar el día"-. Varios supervivientes afirmaron haberlo visto ayudando a embarcar mujeres y niños en los botes. El propio Ismay dijo que se pasó dos horas en esa humanitaria tarea. Luego se subió él mismo, faltaría más.

Cuando durante las investigaciones sobre el desastre se le afeó su conducta, Ismay señaló que había sitio en el último bote y nadie por ahí a quien darle prioridad y que le pareció absurdo no tomarlo. "No había ninguna mujer a la vista", dijo. Además, recalcó, ayudó a remar.

Desde el principio, la prensa y la opinión pública se le echaron encima. Todos consideraban que se había salvado por su cargo y su poder, y que lo honesto habría sido que se quedara a bordo. Su secretario y su sirviente murieron ambos. Le rebautizaron J. Bruto Ismay. Seguramente es verdad que se le convirtió en chivo expiatorio. De no haberse marchado, sencillamente habría habido un nombre más en la lista de muertos. Pero algo se remueve en nuestro interior al imaginarle ocupando la plaza en aquel bote. Dicen que, desde el mar, giró la cabeza en el momento postrer del Titanic. Es reconfortante pensar que fue por vergüenza.

No está claro, sin embargo, cómo le sentó todo aquello a Ismay. La versión más popular sostiene que, marcado por la ignominia, se encerró y no volvió a la vida pública. Según otra, más inquietante, vivió tranquilamente, continuando sus negocios. Murió en 1937 de una trombosis, seco y sin el pesado lastre del honor.

Lord Pirrie (izquierda), presidente de Harland & Wolff, y Bruce Ismay (derecha), presidente y gerente de White Star Line, fotografiados en la inspección final del <b><i>Titanic
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Lord Pirrie (izquierda), presidente de Harland & Wolff, y Bruce Ismay (derecha), presidente y gerente de White Star Line, fotografiados en la inspección final del Titanic .

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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