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Columna
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Más miserias que política

Una previa: todo allanamiento de la privacidad sin amparo legal constituye, obviamente, un delito, pero también y muy a menudo una traición y casi siempre una canallada. Pero esta sanción penal y social no nos pone por sí sola a buen recaudo. Dada la generalización y disponibilidad de los artilugios con que se nos puede espiar conviene ser precavido para no caer víctimas de los desaprensivos, sobre todo si uno desempeña cargos públicos o administra parcelas de poder. Asimismo, hay que contribuir a la represión de tales prácticas que, por cierto, en el País Valenciano y en punto a su aprovechamiento político, cuentan con rocambolescos y reveladores precedentes. El proceloso mundo del urbanismo y de los negocios municipales ha propiciado por estos pagos algunas grabaciones ilegítimas, aunque reveladoras de las codicias y trapicheos en juego.

Claro que no siempre se puede estar ojo avizor y con las cautelas en ristre, so pena de acabar neurótico perdido. Si uno se encuentra entre interlocutores presuntamente fiables y al amparo de un bufete de mucho tronío debe suponer que está a salvo de ojos y oídos indeseables. Eso debió pensar el consejero de Inmigración, Rafael Blasco, cuando la semana pasada, en su tercera o cuarta incursión en las entretelas del Valencia CF, se explayó con los representantes de una firma financiera que, por las referencias divulgadas, navega aparentemente bajo pabellón de conveniencia, que es a la postre el que han enarbolado tantos otros candidatos a salvar la malversada economía del club merengue, que ya es una suerte de forúnculo crónico en el patrimonio municipal.

No está en nuestro ánimo glosar la desinhibida rajada del veterano político, que fue comentadísima exclusiva periodística de Levante-EMV. La verdad es que sacudió los llamados mentideros políticos, aunque, a nuestro entender, más por el carácter insólito de este desahogo verbal de tan relevante personalidad que por la audacia o gravedad de las opiniones vertidas. Eso sí, dada la sensación de acoso judicial y mediático que se tiene en estos momentos en el entorno del presidente de la Generalitat, cualquier salida de tono resulta alarmante y sospechosa. "Con un Camps en plenas facultades esta ligereza le hubiera costado la cabeza a Blasco", diagnosticaba quien pulsa a menudo el clima de ese selecto cogollo áulico. Pero las circunstancias no propician ceses súbitos ni cambios de Gobierno que, de haberlos, habrían de empezar por el jefe del Consell, y éste es evidente que exprimirá su mandato mientras tenga oportunidades procesales para alejar el banquillo que le amenaza por el cohecho que se le imputa.

No insistiremos más en este oscuro episodio que, junto a las peripecias judiciales del molt honorable y sus compañeros de fatigas, nutre lo más notorio de la actualidad política valenciana. Un trance revelador del deprimente espectáculo en que ha devenido el debate público. La política, así, de la mano del PP, se ha reducido a lo que debería ser crónica judicial o de sucesos, en definitiva, a sus miserias, y eso en unos tiempos aciagos que reclaman imaginación y liderazgo. No ha de chocarnos el desaliento del electorado más lúcido, sobre todo cuando se le echa un vistazo a la alternativa que en realidad no está, ni se le espera, excepción hecha de sus portavoces parlamentarios, verdaderos jabatos, unos y otras.

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