'Desertores' de conciencia
26 soldados israelíes explican los abusos cometidos en la guerra de Gaza
"Nos dijeron que debíamos arrasar la mayor parte posible de nuestra zona". "Mi comandante me dijo, medio sonriente, medio serio, que esas demoliciones podrían añadirse a su lista de crímenes de guerra". "Si alguna vez nos hablaron de inocentes, fue para decirnos que no había inocentes". Es el turno de los soldados israelíes. Un grupo de 26 militares que participaron en la guerra de Gaza el invierno pasado ha relatado a la ONG Breaking the Silence (Rompiendo el silencio) las atrocidades perpetradas por el Ejército israelí en una campaña diseñada para no sufrir bajas. A todos ellos les resultará difícil tragarse la coletilla que los líderes de su país utilizan profusamente: "El Ejército de Israel", dicen, "es el más moral del mundo". La guerra de Gaza fue un punto y aparte. No hubo reglas de combate, y los crímenes de guerra, según la ONG, no fueron hechos aislados.
El Ejército utilizó a palestinos como escudos humanos contra los milicianos
"Es el ataque más duro que ha infligido el Estado de Israel a una zona urbana densamente poblada por civiles", asegura el abogado Michael Sfard. La descripción de los soldados explica por qué varias zonas de Gaza parecían devastadas por un terremoto. Un total de 1.400 palestinos perdieron la vida en 22 días de contienda, una gran mayoría civiles, mientras las milicias palestinas mataron a tres inocentes israelíes con cohetes. Diez soldados murieron, cuatro por fuego amigo. Unas 50.000 casas, 200 escuelas y casi un millar de fábricas fueron dañadas o destruidas, según Naciones Unidas. La lucha entre militares y milicianos fue la excepción en una campaña en la que soldados disparaban contra depósitos de agua por aburrimiento; en la que se lanzaron bombas de fósforo sobre civiles y en las que muchos militares se dieron al pillaje y al vandalismo.
Un suboficial admite que se empleó con profusión la denominada "entrada mojada": el allanamiento de una casa a tiro limpio. En ocasiones lanzando proyectiles antitanque. Después inspeccionaban el interior. La destrucción, deliberada según los testimonios, fue planificada. "Antes de la guerra, durante el entrenamiento, nos dimos cuenta de que esta vez no se trataba de una operación, sino de una guerra en la que te quitas los guantes... Las consideraciones a las que estábamos acostumbrados sobre reglas de combate y los esfuerzos por no dañar a inocentes no se escucharon esta vez. Al contrario... La idea era abrir fuego y no entrar en repercusiones. Si hay un vehículo en el camino, se aplasta; si hay un edificio, se bombardea. Éste es el espíritu que se transmitió", relata Amir, un sargento reservista.
Sin excluir de ese espíritu el componente religioso. "Se repartieron pasquines con el sello del Ejército y su rabinato que contenían material político: los palestinos eran los filisteos, alienígenas en una tierra que debemos retomar... La guerra entre la luz y la oscuridad era la preparación para la redención", narra otro militar. Se disparó a personas, a sabiendas desarmadas, sin efectuar tiros de disuasión, como reclamó algún soldado. El sargento Amir relata: "Si nos hablaron de inocentes fue para decirnos que no habría inocentes. Todos eran enemigos".
Mientras, el presidente, Simón Peres, y líderes políticos repetían hasta la saciedad que Hamás utilizaba escudos humanos en sus operaciones. Resulta patente, a tenor de las confesiones, que el Ejército israelí sí los empleó. "Johnnies". Así llamaban los uniformados a los palestinos que fueron forzados, encañonados, a entrar en casas sospechosas de albergar a milicianos. Algún Johnny entró más de una vez para buscar la rendición de hombres armados. Si no se entregaban, se derribaba la casa sobre ellos. Otras veces obligaban a los palestinos a taladrar paredes con martillos mecánicos para eludir el riesgo de que los soldados se toparan con trampas explosivas.
"Tengo la sensación de que el Ejército pretendía llevar a cabo una demostración de fuerza espectacular", explica un sargento de infantería. "Los objetivos de la guerra eran vagos. Pero nos dijeron que debíamos arrasar la mayor parte de nuestra zona posible, un eufemismo de destrucción sistemática. La idea era dejar un área estéril cuando nos marcháramos. Mientras, tendríamos visibilidad abierta. En la práctica, esto supuso derribar casas que no eran sospechosas. Mi comandante mencionó, medio sonriente, medio serio, que esto podría añadirse a su lista de crímenes de guerra". No se escatimaron recursos. "Las casas", añade, "eran demolidas con excavadoras que trabajaban continuamente, pero también se emplearon la artillería, helicópteros, tanques y aviones...".
¿Qué te preocupa de esta operación?, se pregunta a un soldado: "¡Cómo se comportaban mis compañeros! Es inconcebible... Todo ese odio, disfrutar matando". El Ejército lamentó ayer que la ONG difundiera un informe con testimonios anónimos. Al menos uno, el del sargento Amir, es a cara descubierta.
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