El más reputado de los milagros
La resurrección de Tequila propicia una orgía de rock intergeneracional
La historia entre Alejo Stivel y Ariel Rot reúne todos los ingredientes para merecer un cursillo monográfico en la Facultad de Psicología. La relación entre estos geniecillos argentinos que, casi adolescentes, fundaron una avasalladora máquina de rock bailable cuando nuestra democracia todavía gastaba pañales se asemeja a la de dos hermanos que, aun profesándose un intenso cariño, serían capaces de levantarse hasta las novias. Estas cosas suceden cuando confluyen el talento y una autoestima a prueba de misil: entre el amor y el odio media una distancia más propia de funambulistas que de compañeros de furgoneta.
Es una anécdota menor, pero elocuente. Allá por septiembre de 2007, Alejo se llevó un disgusto tremendo cuando, en una entrevista para este periódico y por un lapsus de edición, se le mencionaba al final del artículo con el vocativo de Ariel. Lo consideró la peor de las afrentas, pero apenas seis meses más tarde estaba marcando el teléfono de su aliado/antagonista para proceder a la insólita reedición de Tequila. Nadie lo habría imaginado nunca, pero el viejo artefacto no sólo funciona, sino que sus artífices han resistido un año completo sin tirarse, por lo que se ve, los trastos a la cabeza.
"El 'rock and roll' es como el 'botox', pero más barato", susurra Stivel
Mucho han cambiado los tiempos desde aquella cándida e ilusionante primera transición, cuando Rot, Stivel y sus tres compinches incendiaban las plazas del pueblo del país. La juventud bailaba entonces a las órdenes de Fradejas; ahora, tres décadas después, los maduritos han de sacudir no sólo las caderas, sino el tejido adiposo firmemente asentado a su alrededor.
Como la resurrección fue de siempre el milagro más reputado, esta de Tequila trae consigo algunas consecuencias asombrosas. Por ejemplo, que veinteañeros y cincuentones hagan buenas migas en el gallinero de Puerta del Ángel, habilitado por primera ocasión. O incluso que los teloneros, los muy resultones Miss Cafeína, se conviertan en los únicos jovenzuelos con licencia para subir al escenario durante estos Los Veranos de la Villa, tan apegados siempre al artisteo vetusto.
Stivel disimula su frente hoy despoblada con un sombrerito bohemio, pero conserva esa pose chuleta y desgarbada de los mejores días. Él mismo desveló la clave: "El rock and roll es como el botox, pero más barato". El compadreo con Belcebú y sus allegados resulta todavía más evidente en el caso de Rot, guitarrista incombustible al que las nenas siguen contemplando con ojos pillos.
Su guitarra stoniana hasta los tuétanos es la que marca la pauta durante toda la noche en esta orgía rockera de manual: descarado, provocador, golfo y hedonista, tan propicio para el brinco como para la desinhibición con el/la guaperas de al lado. Porque las butacas terminan sobrando, irremediablemente, cuando los rugidos del rock invitan a despendolarse.
En aquellos setenta elevaron el volumen de sus amplificadores muy por encima de lo que aconsejaba la prudencia. Eran compañeros de gamberradas sus paisanos Moris y Sergio Makaroff, de los que rescatan sendas piezas. Treinta años más aparte, sigue apeteciendo saltar con ellos. O con sus amigos Pereza, con los que se marcaron El rock del ascensor. Benditos sean los milagros intergeneracionales.
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