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UN ASUNTO MARGINAL
Columna
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La casa más hermosa del mundo

Enric González

Empecemos con un aviso: los arquitectos me parecen gente peligrosa, porque sus creaciones más horrendas no pueden esconderse en un cajón o un almacén. Estamos obligados a verlas o, en el peor de los casos, a vivir dentro de ellas. Quizá debería relativizar lo anterior, dado que en ciertos casos conviene vivir en el edificio más feo del barrio. Se vivirá mal, cierto, pero no habrá que ver el bodrio cada vez que miremos por la ventana.

Existen, por supuesto, arquitectos responsables, preocupados por la gente que habitará sus obras y por la gente que las contemplará cada día. Entre esos arquitectos, algunos son brillantes. Y de vez en cuando aparece un arquitecto único, especial, capaz de crear maravillas con ladrillo.

José Antonio Coderch de Sentmenat, uno de los grandes arquitectos del siglo XX, se parecía, de alguna forma, a Gaudí

Quería hablar de la casa más hermosa del mundo. Habrá quien discrepe y afirme que no, que es mejor una de Frank Lloyd Wright, o de Alvar Aalto, o de Oscar Niemeyer, o de cualquier otro. Me parece bien.

La casa más hermosa del mundo fue construida en 1951 en una ladera, sobre la bahía de Caldes d'Estrac, en el Maresme barcelonés. Es una casita unifamiliar, pequeña, de muros blancos. La hizo uno de los grandes arquitectos del siglo XX, José Antonio Coderch de Sentmenat (1913-1984). Fue un arquitecto indudablemente espléndido. En Cataluña es fácil identificar a las personalidades indudablemente espléndidas. Basta con elegir una obra de mérito y comprobar si su autor ha sido homenajeado con una calle que lleva su nombre, o con un gran reconocimiento público, o con algo más o menos importante. Si no es el caso, si el personaje en cuestión ha sido relegado al desván de los antepasados incómodos, tenemos garantías. Con Coderch no caben dudas.

José Antonio Coderch hizo la casa de Caldes por encargo de un gran amigo suyo, el ingeniero Eustaquio Ugalde. La situó junto a un pino de dos troncos (que ahora tiene sólo uno) y la construyó desde dentro, mirando y fotografiando, hasta conseguir un edificio capaz de procurar goce al ojo humano desde cualquier punto de vista, exterior o interior. Los planos originales fueron modificándose hasta convertirse en inútiles. Es una casa en la que tiene sentido cada centímetro cúbico de materia o de aire: el edificio, que suele calificarse de "orgánico", parece haber crecido de forma natural sobre los terraplenes de la ladera. Tuve la oportunidad de visitar la Casa Ugalde hará unos 10 años (es propiedad privada); fue un gran privilegio.

Coderch debió de ser un hombre peculiar. Se parecía, de alguna forma, a Antonio Gaudí. Su texto más conocido, una declaración de principios formulada en 1960 bajo el título No son genios lo que necesitamos ahora, decía: "¿No es curioso también que tengamos aquí, muy cerca, a Gaudí (yo mismo conozco a personas que han trabajado con él) y se hable tanto de su obra, y tan poco de su posición moral y de su dedicación?". A Coderch le interesaban cosas como la moral. Y proclamaba su vocación aristocrática. En el texto ya citado describía la sociedad como una pirámide. Otro párrafo: "Solían decirme mis padres que un caballero, un aristócrata, es la persona que no hace ciertas cosas, aun cuando la ley, la Iglesia y la mayoría las aprueben o las permitan".

Qué valor, proclamar estas ideas en la Barcelona de 1960.

Fue un arquitecto que rehuyó las teorías y las clasificaciones. Se movió entre el racionalismo y el humanismo, aprendió de Aalto, utilizó los elementos arquitectónicos tradicionales (no folclóricos) de cada lugar y defendió "la acción propia y la enseñanza" (en su oficina se formaron profesionales como Correa y Milà) frente al doctrinarismo. No le gustaba difundir sus ideas: temía lo que pudieran hacer sus colegas a partir de ellas.

Evidentemente, Coderch no se dedicó tan sólo a inventar deliciosas casas particulares. Diseñó también los rascacielos más bajitos de España (las Torres Trade, en Barcelona, cuya ondulación acristalada sigue fascinando hoy), bloques de viviendas como los de la Barceloneta o la calle de Juan Sebastian Bach, y centros culturales y académicos como el Instituto Francés o la Escuela de Arquitectura, ambos en Barcelona.

Recomiendo el libro en el que Enric Soria recogió sus conversaciones con Coderch. Sugiero al lector que eche un vistazo en Internet (sigue siendo gratis) a las muchas creaciones de Coderch. Imploro a las nuevas generaciones de arquitectos que estudien la obra de Coderch e investiguen con el máximo interés su "posición moral y su dedicación".

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