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Reportaje:LA JEFA DE TODO ESTO | Angelines Segovia, sargento de la Policía Municial

"El que la hace, la paga"

La encargada de la zona de Barajas vigila que los taxistas no estafen a los turistas

Juan Diego Quesada

-Angelines, le han dado un palo de miedo a un guiri...

-Me voy a comer al taxista.

Angelines Segovia cuelga el teléfono. Tras el aviso del conserje del hotel Palace, espera en la cola de taxis de Barajas hasta que aparece un coche renqueante. Esta policía municipal se acerca a la ventanilla y le pregunta al taxista, con aire chulesco, que de dónde viene. Él no acierta a explicarse. "Anda, ve al Palace y devuélvele las 30.000 pesetas al cliente", le ordena.

Han pasado muchos años de esto que muchos recuerdan como uno de los mayores palos perpetrado por un taxista. En esta mañana soleada, Angelines Segovia, la "sargento Angelines" como la llaman en Barajas, camina por los accesos a la Terminal 4 del aeropuerto dando órdenes a unos y otros. Fuma y lleva gafas de Versace. Lleva 25 años al frente de la Policía Municipal del aeropuerto, con 37 agentes a su mando. Tiene 64 años y apenas le queda uno para decir adiós. Se ha ganado el respeto de todos. Y lo sabe. Comenta en voz baja cuál es el secreto que la ha convertido en la autoridad más respetada del lugar: "No soy de hierro, pero tengo genio. Cuando alguien se me pone chulo, le digo: 'Que te como'. Y se achanta".

La agente ingresó en la primera promoción de mujeres en 1971
"Antes de poner una multa te pega un tirón de orejas", dicen en Radio-Taxi
"La mayoría de los conductores son honrados y cobran lo que deben"
Angelines impone reglas estrictas: ni alcohol, ni cartas, ni tabaco

La sargento Angelines, nacida en Granada, pertenece a la primera promoción de mujeres de la Policía Municipal, la de 1971. Era de las pocas que tenía carné de conducir. Maneja el volante rápido y con decisión. Hoy va de un lado a otro del aeropuerto. De repente, abre la ventanilla y le suelta a un taxista que conduce hojeando un periódico y sin las manos en el volante: "Eh, las manitas para conducir". La sargento está en todo. Después, aposta el coche patrulla a un lado de la carretera, desde donde se puede ver el estacionamiento -conocido como bolsa de taxis- donde los conductores esperan hasta que llegue su turno para ir a la terminal. Están distraídos, charlando, y ella enciende la sirena para que estén atentos y no pierdan el ritmo. Más tarde, un taxista contará cómo hace meses la sargento se presentó en el bar de la bolsa y requisó todas las cervezas. Se imponía la ley seca.

Al poco de inaugurar la flamante T-4, en 2006, uno de sus soplones hizo saber a Angelines que algunos taxistas jugaban a las cartas mientras esperaban los vuelos. Maldita la gracia que le hizo. Una madrugada se quitó la gorra, cruzó las puertas de cristal como una pasajera más y pilló in fraganti a cuatro que se jugaban las perras. Les rompió las cartas, deshizo la timba y dijo que eso de apostar y jugar en horas de trabajo era más propio de una república bananera. "Estos vicios no los consiento", mantiene ahora. Impone reglas estrictas: nada de alcohol, ni de cartas, ni pantalones cortos. Ni fumar, por supuesto. "Ella, en realidad, es la gran defensora de los taxistas. Antes de poner una multa te pega un tirón de orejas", afirma Juan Manuel García, delegado de Radio-Taxi.

Y es cierto. Los conserjes de los mejores hoteles de la ciudad le han llamado más de una vez para contarle que algún taxista ha estafado a un viajero. La multa por ello es grande y puede suponer la retirada de la licencia. La sargento aboga por ser dura con quien comete la infracción (por ejemplo, hacerle esperar en doble fila y quedar retratado como un fullero) y le obliga a que devuelva el dinero en persona. Antes que la denuncia prefiere el diálogo, aunque es fiel a su lema: "El que la hace la paga". Durante años ha tenido que lidiar con los taxistas de la T-1, algunos de los cuales tenían tendencia a cobrar de más a los extranjeros. "Tienen esa fama, pero la mayoría son honrados que cobran lo que deben y devuelven las cosas si alguien se olvida algo", afirma Angelines, mientras le da una calada al cigarro. "Aunque siempre estoy alerta, por si acaso".

En un descuido, mientras la sargento abronca a un fontanero con el cuerpo lleno de tatuajes por haber aparcado mal, el taxista Jorge López dice que la va a echar de menos. "Es cierto que a veces se extralimita en sus funciones, pero es una gran profesional. Hace que mejore el servicio", cuenta, y recalca que hace dos años se llevó su coche por haberlo dejado en una zona que no debía. "Cada uno en su sitio, no hay compadreo que valga", responde Angelines. Sin tomarse un respiro, se acerca a comprobar la licencia de otro coche y le increpa con el dedo en alto: "Tú el otro día te negaste a llevar a un cliente...".

Le queda menos de un año para retirarse ("no pongas eso, no se vayan a relajar éstos", dice entre bromas) y no se imagina la vida sin recorrer cada día el aeropuerto. "Tengo ahorrado y me gusta mucho viajar. Supongo que voy a estar un tiempo cotilleando por el mundo", explica. Aunque va a echar esto de menos. Se emociona mientras cuenta muchas de las aventuras que ha vivido durante su carrera profesional. Tiene los ojos algo húmedos. Pero no, es imposible. La sargento Angelines Segovia no llora nunca. Será una mota de polvo.

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Sobre la firma

Juan Diego Quesada
Es el corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina. Fue miembro fundador de EL PAÍS América en 2013, en la sede de México. Después pasó por la sección de Internacional, donde fue enviado especial a Irak, Filipinas y los Balcanes. Más tarde escribió reportajes en Madrid, ciudad desde la que cubrió la pandemia de covid-19.

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