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Reportaje:LOS CRÍMENES QUE CAMBIARON MADRID

La cabeza del cura y el ramo de Morral

Algunos topónimos de la capital ocultan sucesos de violencia y muerte

Patricia Gosálvez

¿De quién era la cabeza a la que se refiere la calle de la Cabeza? De un rico sacerdote decapitado en 1603 por su criado. El móvil fue el robo y tiempo después, el homicida se paseaba por el Rastro vestido de señorito, cuando decidió comprar una cabeza de carnero. Un alguacil, viendo el reguero de sangre que iba dejando, le dio el alto. Cuando el asesino le mostró el contenido del paquete, la cabeza del animal se convirtió en la del cura asesinado. Por eso en la placa de azulejos de la calle, sobre el nombre, aparece una cabeza humana en un plato, una daga y un carnero degollado. "En esto de la toponimia hay mucha leyenda", dice Manuel Montero Vallejo, autor de Origen de las calles de Madrid. "Pudo existir el crimen, pero lo que es seguro es que en los aledaños del Rastro se vendían cabezas de carneros... quizá se juntaron ambos hechos y así surge la escabrosa historia".

En la calle de la Luna se libró un duelo. La luz del astro ayudó al vencedor
Los jardines de González Carmona cuentan la historia de un apuñalamiento

En Madrid hay unas 20.000 calles. "Al principio no tenían nombre, más allá de 'la calle que va de tal sitio a tal otro", explica el historiador, "a partir del siglo XII la gente las va bautizando; y no es hasta el XIX cuando el Ayuntamiento se mete a poner orden". Fue también entonces cuando "los políticos empezaron a ponerle calles a las gentes ilustres, que lo eran para unos y no tanto para otros". Hoy el proceso burocrático es ineludible y pasa por la aprobación en un pleno.

De esas 20.000 calles, un puñado ocultan tras su inocente nombre historias de violencia y muerte. Por ejemplo: en la calle de la Luna se libró un duelo en tiempos de los Reyes Católicos, fue de noche y la luz de la Luna favoreció al caballero victorioso; los jóvenes que nombran la calle de los Mancebos no fueron amantes, sino los tipos que mataron a Enrique I cuando tenía 14 años lanzándole una teja y que fueron degollados en una torre de esta calle; incluso la simpática Sombrerete viene de una intriga de tiempos de Felipe II en la que acabó ajusticiado un fraile cuyo sombrerete se paseó por Madrid hasta acabar en un estercolero frente a la susodicha calle.

Algunas truculencias tienen más de verdad (por ejemplo, bajo una Cruz Verde en la plaza que ahora lleva ese nombre celebraba la Inquisición sus autos de fe y ejecuciones); y otras tienen más de invento: en la calle del Lazo se supone que vivía una amante de Alfonso X, quien mandó asesinar a otro novio de la chica al que se reconoció por llevar prendido un lazo que el rey había regalado a la dama. Por lo menos, estas medias verdades han dejado nombres hermosos, como el de la calle de Válgame Dios, que refiere a una rocambolesca historia en la que unos hombres pretendieron matar a la amante de uno de ellos y a su hijo, no sin antes confesarla y bautizarlo respectivamente. Para ello convencieron con mentiras a unos monjes, que como no se fiaban, decidieron acompañarse de un hombre fuerte. Llegados al barranco que ahora es la calle, la mujer grito "¡Válgame Dios!" al verse amenazada de muerte y lo hizo justo a tiempo para que el acompañante de los monjes estrangulase a uno de los homicidas frustrados (el otro huyó). La mayoría de estas historias nos han llegado más o menos intactas gracias a Las calles de Madrid, de Pedro Répide, un cronista del XIX, que a razón de nueve artículos semanales publicó el origen de 1.044 calles, plazas y paseos en los periódicos de su tiempo.

En el siglo XXI otro hombre, Luis Miguel Aparisi Laporta, con un talante más científico, ha dedicado media vida a hurgar en los archivos catastrales para componer la exhaustiva Toponimia madrileña, proceso evolutivo, gracias a cuyos constantes apéndices, dentro de dos siglos, quien se interese, podrá saber cuándo se inauguró la calle de las Víctimas del Once de Marzo, en Mejorada del Campo, o la plaza de las Víctimas del Terrorismo, de Tres Cantos. En su libro se descubre que los jardines Manuel González Carmona, en Villaverde, cuentan la historia de un chaval apuñalado allí mismo en 2005 tras una discusión absurda con otro por el agua de una fuente, o que la calle de Francisco Javier Torronteras lo es por el geo que murió en el asalto al piso de Leganés tras el 11-M.

También sabrán nuestros nietos por qué hay una calle llamada Anabel Segura, en Alcobendas. La memoria es frágil, y los nombres de calles, con el tiempo se convierten sólo en eso, una dirección postal. Tranquiliza pensar que alguien se ocupa de vigilar el olvido. La obra de Aparisi incluso hace referencia a calles desaparecidas. La más curiosa, por ser en honor al asesino y no a las víctimas, es una de las más sangrientas. Durante la Guerra Civil, explica la obra del toponimólogo, un tramo de la calle Mayor se llamó de Mateo Morral, el anarquista que en 1906 lanzó desde un balcón un ramo de flores con una bomba dentro a la carroza nupcial de Alfonso XIII y Victoria Eugenia. El ramo se desvió, los reyes salieron ilesos, pero murieron una veintena de personas. Tras la guerra, la calle volvió a ser Mayor, y hoy una escultura de un ángel con una desvaída corona homenajea a las víctimas.

Monumento a las víctimas del atentado contra Alfonso XIII, el 31 de mayo de 1906.
Monumento a las víctimas del atentado contra Alfonso XIII, el 31 de mayo de 1906.SANTI BURGOS

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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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