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Columna
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El estilo Zúñiga

Juan Eduardo Zúñiga es delgado y moreno, elegante, discreto, no habla alto; no es que hable bajo, es que mantiene el tono de la cercanía, de la complicidad con quien habla. Ha escrito algunas de las mejores páginas de nuestra literatura sin altivez, por eso nos suenan humanas, y sin darse demasiada importancia, por eso él nos resulta creíble, y lo convierte en una rara especie de escritor que habría que proteger a toda costa. Lo convierte en un ejemplo para esas nuevas generaciones que buscan en la literatura la manera rápida de triunfar y hacerse rico, jóvenes impacientes que confunden la originalidad con no tener ni idea de lo que se ha hecho antes. En ese caso aconsejo fijarse en J. E. Zúñiga, que ha tenido la paciencia de dedicar toda su vida a escribir sin esperar nada a cambio (lo que no ha impedido que haya sido premiado y valorado), salvo sus propias palabras iluminándonos a todos. Es muy humana la tentación de sentirse el mejor, pero sentirse el mejor no le hace a uno realmente bueno, también en ese caso es urgente acudir a Zúñiga y ver cómo se interesa por el trabajo de los demás, cómo valora lo que hacen otros. Nunca, por ejemplo, le he oído cuestionar a los jóvenes escritores impacientes como estoy haciendo yo ahora, ni a los maduros, ni a los ancianos, porque seguramente nunca se le ha pasado por la cabeza que la literatura ni los literatos necesiten su aprobación. No creo que haya caído nunca en esa megalomanía tan extendida de creerse con cierto derecho de propiedad sobre la calidad literaria en general, cuando bastante tendríamos con no ser tan benevolentes con nuestro propio trabajo. Él desde luego no lo es, se zambulle en el tiempo alternativo de la literatura, en ese tiempo en que los minutos y las horas tienen otra medida. Es el tiempo de la ensoñación, la imaginación, la memoria. Y con esto no quiero decir que sea un santo, es sólo un escritor que sabe que escribir no supone automáticamente un salto a la fama y que ir en ese plan sería alimentar una frustración difícil de controlar.

Ha escrito algunas de las mejores páginas de nuestra literatura sin altivez

El estilo Zúñiga marca su manera de escribir y también una manera de ser escritor que ha llevado con clase y cuellos altos durante muchos años.

Lo vi antes de conocerle allá por el año 93, por supuesto lo conocía como escritor, pero no personalmente. Asistió como oyente de una mesa redonda en la que hablábamos del por entonces imprescindible en todas las salsas Thomas Bernhard. El prestigio le precedía. Cuando entró en la sala se oyó un rumor: ha venido Juan Eduardo Zúñiga. Ni siquiera recuerdo dónde se celebraba el asunto, pero sí de la situación. Zúñiga sentado y escuchándonos con sus gafas de concha puestas.

No es frecuente que los maestros vayan a oír a los que empiezan. Bueno, pues a lo largo de los años he vuelto a verle una y otra vez sentado discretamente en mesas redondas, conferencias, presentaciones sin ser él el protagonista, lo que tiene narices. Y es que le interesa la literatura y lo que piensan y escriben los demás. El estilo Zúñiga.

Su manera de escribir es difícilmente sencilla y natural. Escribe como él es y eso se nota. Aunque no se le conozca personalmente, uno sabe que detrás de Largo invierno de Madrid, La tierra será un paraíso o Capital de la gloria hay una personalidad serena y lúcida, que ve la vida desde el lado de la comprensión humana. Precisamente estos tres libros, publicados por Alfaguara (donde ha salido la mayoría de su obra, si no toda) y recogidos posteriormente en un volumen en Cátedra, forman una trilogía de esta ciudad nuestra que cambia según los estados de ánimo, los sitios que se iluminaron a los 15 años y que se oscurecieron a los 20, la calle del primer trabajo, el parque de aquel amor, una ciudad que sufrió una Guerra Civil y una posguerra y todo lo demás. Madrid está escrito en cada uno de nosotros, queda en nosotros con lo bueno y lo malo, como los hijos.

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Zúñiga lucha desde la página contra el olvido como si su compromiso social tuviese que ir a la par con su compromiso literario, y tal vez es esa exigencia la que le ha obligado a ser un escritor que se toma su tiempo o que no se deja presionar por la urgencia de los años ni por las modas editoriales al estilo Zúñiga.

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