Patinaje sobre la tumba de Victoriya
La plaza de los cines Luna se remodeló tras el asesinato de una mujer en 2006
Jack el Destripador colocó las farolas de Whitechapel. Semanas después de su último asesinato se creó un comité de iluminación para alumbrar el barrio marginal del este de Londres donde se había cebado. Spain is different: en Madrid las primeras farolas las instaló Fernando VII para conmemorar el nacimiento de su hija en 1832. No iluminaban los barrios pobres, sino el camino de la reina del palacio al teatro. Aun así, también en Madrid ha habido crímenes que alteraron el aspecto y el espíritu de la ciudad. Más allá del escalofrío, ¿cómo son esos lugares hoy y en qué medida lo son a causa de las desgracias que allí ocurrieron?
Para arrancar esta serie sobre los crímenes que cambiaron Madrid no hay que irse muy lejos, ni muy atrás. Mercedes está con los niños en la plaza de Santa María de la Soledad Torres Acosta y su única preocupación es que no se mojen con la fuente que surge del suelo. "Antes de la remodelación no se me ocurría traerlos", dice Mercedes, que no recuerda el crimen que tuvo lugar el 23 de junio de 2006 en esta plaza conocida como la de los cines Luna. La víctima se llamaba Victoriya Nvosu, era ucraniana, tenía 29 años y recibió 14 puñaladas de su pareja. Murió junto al quiosco de prensa que llevaba años cerrado en medio de la plaza. Nadie se había molestado en quitarlo. Nadie se molestó en hacer nada por esta puerta trasera de la Gran Vía hasta que pasó lo que pasó.
"Fue un crimen en directo; por eso tuvo repercusión", dice un vecino
"Fue un crimen en directo, a la americana, por eso tuvo tanta repercusión", dice Jordi Gordon de la asociación vecinal Acibu, "aunque nosotros creamos las condiciones para que no fuese uno más". Un día antes del apuñalamiento, los vecinos habían colgado un vídeo en YouTube. Dos minutos y medio de peleas, drogas, prostitución, indigencia y suciedad. Salió en todos los medios y todos estaban pendientes cuando Victoriya murió en directo. Con el ojo público sobre el cogote, el Ayuntamiento arrancó la plaza de cuajo y se gastó cuatro millones en una remodelación que los vecinos llevaban años pidiendo. El enjambre de niveles y recovecos se convirtió en un rectángulo plano, iluminado y videovigilado.
Iker y Felipe se huelen el trasero, inconscientes de que pisan un "diseño seguro". Sus dueñas dicen que pasear el perro por aquí en verano es como "meterlo en el microondas"; echan de menos la tierra de la antigua plaza. "Las áreas terrizas son lugares ideales para esconder armas o drogas", explica Pablo Usan, director de Vías Públicas de Madrid, "el objetivo era hacer una plaza diáfana, unitaria y vigilable".
La delincuencia es ya un factor constructivo. En 2007, el Ayuntamiento celebró el primer Congreso Internacional sobre Ciudades, Urbanismo y Seguridad. La palabra clave fue CPTED, el acrónimo en inglés de prevención del crimen a través del diseño ambiental. "El diseño seguro evita factores que favorecen la anidación del delito", dice Manuel Correa Gamero, director del Observatorio de Seguridad; "nosotros estamos empezando, en Holanda y Estados Unidos ya existe una acreditación policial que da el visto bueno a todas las obras". Su primera norma es "ver y ser visto", para ello se ilumina mucho (en Luna hay ocho torres con focos) y se eliminan huecos y recovecos donde esconderse o dormir (de ahí que sea diáfana). El orden y el control se refuerzan con policías, cámaras y limpieza. En el centro de la plaza hay un coche de policía y dos agentes. Alrededor, prostitutas, un borracho increpándole a una cabina para que escupa monedas, una pareja fumando en papel de plata y un indigente dormitando en el regazo de una de las vacas esas. No es nada comparado con la jungla que era esto hace dos años (hasta 70 personas durmiendo y drogándose en la calle). "Nos han quitado un problema, pero esta plaza dura no es lo que queríamos", dice Jordi Gordon (el Ayuntamiento no aceptó las propuestas vecinales para crear una playa o una alfombra de césped). "Lo único que da vidilla son los niños y mira qué parque les han puesto", dice señalando cinco tristes cacharritos en una esquina de la explanada, rodeados de las salidas de humos del aparcamiento. "La plaza no está pensada para los vecinos, sino para los que vienen de compras, sólo sirve para montar tenderetes, no favorece la convivencia sino el comercio, es la privatización del espacio público".
La plaza ha sido escenario de un mercado medieval y una pista de patinaje gestionados por Triball, una inversora que ha comprado decenas de locales en la zona y que pretende fabricar un Soho madrileño. Gentrificación se llama este proceso por el cual un barrio degradado se convierte en lugar de moda, como pasó en Chueca. La Empresa Municipal de la Vivienda tiene una oficina en la plaza para repartir 10 millones en ayudas para los vecinos de la zona, donde el 47% de las viviendas tiene más de 100 años y el 72% no tiene ascensor. Lo que no consiga rehabilitar el dinero público lo renovarán los inversores capitalistas. Al final del túnel el barrio será otro, ya se está notando: se alquila piso a estrenar, 60 metros, 1.300 euros.
Pero para transformar un barrio no basta con echar cemento. La histórica cafetería Batela (hoy Jota Batela) ha cambiado de dueños y está intentando cambiar de clientes. "Antes dejaban entrar a las prostitutas y es un problema", dice Cristina, la cocinera.
Quizás las prostitutas se busquen otra esquina, los inversores consigan dar su pelotazo y Luna se convierta en un paraíso de tiendas monas. Para entonces nadie se acordará de Victoriya. A Kevin, turista australiano, le sorprende que fuese asesinada bajo sus pies a plena luz del día hace menos de tres años. "Pero ahora que lo dices", reflexiona mirando el suelo, "todo este granito tiene algo de tumba".
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