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Lección de sentimiento de El Cigala en el Liceo

En cosas de música, tirar por el camino de en medio suele acarrear dos problemas habitualmente insolubles: a los de una orilla no les gusta el resultado y a los de la otra tampoco. Y en ambos casos con la misma objeción: se parece demasiado a lo que no es.

Así las cosas, cuando El Cigala, cantaor jondo de sangre caliente, se metió en el embarrancado terreno del bolero, la mayoría pensó que se trataría sólo de un flirteo sustentado por la larga sombra de Bebo Valdés. Algo así como una canita al aire, perdonable y olvidable. Pero Bebo ya no está y El Cigala ha seguido caminando con seguridad por ese camino que no es jondo ni es bolero. Ha ido mucho más lejos que en sus escarceos con el pianista cubano y está demostrando que su cante puede ser las dos cosas a la vez y contentar a los de un lado y a los del otro, o lo que es lo mismo: a cualquiera que anteponga el sentimiento a cualquier otro prejuicio musical o cultural.

Si quedaban dudas de que eso es así, su paso por el Liceo barcelonés el pasado viernes por la noche lo dejó más que claro. El Cigala no sólo triunfó por todo lo alto, sino que dio una lección de sentimiento jondo aplicada a correosas melodías bolerísticas. Fue el primer concierto del ciclo De Cajón!, el festival flamenco barcelonés, y El Cigala había agotado con mucha antelación las entradas para el Liceo, el local que en los últimos tiempos está sirviendo de reválida a todo artista popular que se precie.

Voz privilegiada

El Cigala presentaba su último disco, Dos lágrimas, y su voz privilegiada se paseó con enjundia entre melodías tan conocidas como Dos gardenias, Amor loco, La paloma y Es la historia de un amor, sin dejar de lado alguna copla y contentando a los más puristas con una intensa soleá interpretada a solas con su guitarrista.

Un par de invitados secundaron a El Cigala en su gran noche liceísta. De la orilla del bolero llegó Moncho y de la orilla más jonda una inmensa Remedios Amaya que devoró el escenario sin necesidad de micrófono.

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Mención especial merecen también los músicos que acompañaban a El Cigala, en especial el caliente y siempre apabullante Yumitos, que llenó con su piano todos los huecos posibles.

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