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Columna
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España

Rosa Montero

Yo no sé si al final nos invitarán a la famosa cumbre económica del 15 de noviembre, pero el mal ya está hecho. Es una pena, porque parecía que en las últimas décadas los españoles habíamos conseguido salir del complejo de inferioridad que hemos arrastrado durante siglos. Hemos sido el pueblo más inseguro del mundo y, por tanto, uno de los más picajosos y susceptibles, porque los fuertes no necesitan demostrar quiénes son, pero aquellos que se creen débiles piensan que tienen que andar sacando pecho y son propensos a sentirse humillados.

Pues bien, yo creía que habíamos dejado atrás esa manera de ser tan menesterosa, pero hete aquí que lo de la cumbre nos ha hecho caer en una regresión fatal. Por todos los santos, ¡pero si incluso han invitado a Corea del Sur!, gemimos, transmutados de golpe en adolescentes granujientos que no consiguen encontrar pareja para el baile. Se me ocurre que haber mantenido una política internacional más bien errática debe de tener algo que ver en el asunto, pero el caso es que retiemblan de despecho nuestras carnes patrióticas y volvemos a soltar los viejos lemas franquistas: no nos quieren porque nos envidian. Somos un país bien raro, a medio camino de la gran potencia actual y del pueblacho que fuimos. Una sociedad desgarrada por las trifulcas del nacionalismo más vetusto y provinciano, pero que, al mismo tiempo, pretende ser tan moderna que somos el país con más reservas para viajes espaciales del mundo. También poseemos el récord mundial de tascas, con 328.202 locales. Añadiré tres récords más: somos el Estado de la UE que más usa el coche para trayectos cortos, el que menos ahorra y en donde se realizan más operaciones de estética. Extraña mescolanza, vive Dios. ¿Esto es lo que nos envidian? ¿Esto es lo que somos? ¿Y qué diantres somos?

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