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Reportaje:

Zonas de alta tensión

Las ciudades albergan barriadas donde la crisis y la marginación amenazan la convivencia

El suceso de Roquetas ha sacado a la luz los barrios donde sobreviven núcleos de población marginada y donde la crisis ha llevado una tensión social que todas las instancias reconocen.

MÁLAGA "No somos marginales"

En el corazón del distrito malagueño de Palma-Palmilla, dos inmigrantes rumanos juegan al póquer. "Antes trabajaba en obras en Fuengirola, Torremolinos y Málaga, y cuando no había trabajo recogía chatarra, pero el precio del hierro ha bajado de 50 céntimos el kilo a cinco y por ese precio es mejor estar aquí", afirma Petre.

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Integración en el centro

El distrito cinco de Málaga tiene 30.000 habitantes censados. De ser independiente, sería el 12º municipio de la provincia. Suciedad, masificación, abandono, paro y tráfico de drogas, entre otras lacras, marcan la vida. "No somos marginales, estamos marginados", se indigna Francisco Aguado, presidente de la Asociación de Vecinos Huerta La Palma.

Palma-Palmilla, con una tasa de analfabetismo que duplica a la media y que en algunas zonas alcanza el 8%, no es el único foco de la capital malagueña susceptible de arder como lo hizo la barriada de las 200 Viviendas en Roquetas de Mar la semana pasada. Núcleos como La Corta, Los Asperones, García Grana o Finca Cabello presentan condiciones similares o peores.

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"El distrito tiene 16 barriadas. Pues bien, en sólo dos de ellas hemos presentado 270 peticiones sólo en temas de urbanismo y medio ambiente", afirma Aguado, frente al tristemente famoso edificio de la calle Cabriel 27, en el que el representante vecinal vivió durante treinta años, y que lleva un año y medio sin luz ni ascensor. "Ahora se vende menos droga que antes. Los traficantes han visto que es más rentable y menos arriesgado alquilar pisos pateras". En 93 metros cuadrados se hacinan hasta 20 inmigrantes sin papeles, generalmente africanos. "Se han dado cuenta de que aquí la policía nunca les molestará, porque nunca entran", asegura el responsable vecinal.

"Vivir aquí es un estigma, sobre todo a la hora de buscar trabajo", dice Aguado, que se esfuerza en buscar elementos positivos en el barrio. "En los últimos años se han hecho dos cosas buenas: el campo de fútbol de césped artificial y la nueva biblioteca, pero aquí hace falta mucho dinero y voluntad de trabajar".

GRANADA "Aislamiento consentido"

En Cartuja-Almanjáyar-La Paz, en la zona norte de Granada, el póquer también es el pasatiempo oficial de los inmigrantes como el senegalés Mamadou Wade, de 26 años. "Llegué en un cayuco a Canarias hace dos años. No tengo papeles ni trabajo", se lamenta. Wade tiene buena impresión de los españoles. "Lo que ha pasado en Roquetas no creo que pudiera ocurrir aquí", afirma.

El barrio soporta desde hace décadas el desacierto de distintas administraciones. Ninguna ha logrado romper el círculo de marginación social, aislamiento urbano, paro y economía sumergida. El aumento de población inmigrante añade, por la diversidad de orígenes y costumbres, complejidad riesgo a la situación general. Los políticos "han hecho la vista gorda ante los problemas", denuncia Antonio Paniagua, miembro de la Plataforma Zona Norte, en la que trabajan conjuntamente 38 colectivos que intentan sacar al distrito del "consentido aislamiento".

La zona norte concentra a uno de cada cuatro parados de la capital granadina, y afecta al 50% de las personas entre 25 y 44 años. En algunas áreas concretas, el analfabetismo alcanza el 22% con un fuerte absentismo escolar. La degradación física de la vivienda y el mobiliario urbano saltan a la vista.

En una plaza Noria Attou, una argelina de 32 años y doctora en Historia Medieval, juega con sus dos hijos. Reconoce que hay "gente rara" y lamenta el "ruido" que a veces tiene que soportar. Ésa es precisamente una de las quejas más repetidas por los vecinos. "Muchos inmigrantes no respetan nuestros horarios", afirma una joven granadina mientras pasea a su hija. Cuestiona además que no se intervenga en los pisos patera.

La integración en el barrio es una de las claves. Mediadores interculturales trabajan en ello desde hace años. Agustin Ndour, traductor senegalés que lleva ocho de sus 39 años en España, reconoce que "no todo es de color de rosa" y queda mucho por hacer. Las administraciones trabajan en un plan integral que pretende sacar de la marginación a la zona.

ALMERÍA "El problema es la droga"

El barrio almeriense de El Puche es otro con colectivos excluidos o en serio riesgo de exclusión social. Siempre ha sido así, desde que se levantara hace más de 30 años para cobijar a las familias de La Chanca que se quedaron sin techo por unas inundaciones. Ahora, tiene 7.000 vecinos y más de un 60% son extranjeros, fundamentalmente marroquíes, informa María José López Díaz.

La población inmigrante establecida en la provincia constituye casi un 25% del total de las personas extranjeras residentes en la comunidad andaluza y está particularmente masculinizada (un 64% de hombres frente al 36% de mujeres).

"Lo cierto es que en el tema de la convivencia El Puche debe ser tomado como un ejemplo en toda España. Siempre hay roces de lo cotidiano, pero su convivencia es ejemplar. Si ha existido algún problema de violencia ha estado relacionado con el tráfico de drogas", explica Luis Gómez, miembro de la asociación vecinal Alcalá, muy implicada en la mejora y el progreso del barrio. José Manuel Ruiz, jubilado residente en El Puche, coincide en la apreciación. "El barrio sigue igual, ni mejor ni peor. Hay mucho marroquí, pero son los que menos problemas dan. Los que venden drogas son los que dan los problemas, sean de la nacionalidad o la etnia que sean", remacha.

"El paro se ve más en la población inmigrante y ya hay muchos que no pueden pagarse la habitación en la que viven. Esa falta de empleo sí puede dar lugar a tensiones", advierte Gómez.

Vecinos del barrio de Casería de Montijo de Granada.
Vecinos del barrio de Casería de Montijo de Granada.M. ZARZA

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