Después de la acción
- Itziar Okariz
Ghost Box
Sala Rekalde. Alameda Recalde, 30. Bilbao
Hasta el 21 de septiembre
Al fondo de la Rekalde cuatro proyecciones muestran planos fijos de los lagos Killarney. Los protagonistas de las imágenes son la superficie de los lagos y las paredes rocosas que los rodean. Dentro de plano poco pasa aparte del discurrir del agua y el devenir de una formación brumosa sobre un pinar. En otro espacio, 16 bafles sobre trípode en círculo recogen los sonidos de este enclave irlandés, conocido por la calidad de su eco: ocho altavoces reproducen el sonido ambiente; otros ocho, las capturas de sonido (gritos de animales desconocidos, balidos de ovejas...).
La tercera parte de Ghost Box, antesala de estos dos espacios en los que imagen sonora y visual aparecen disociadas, muestra los dispositivos de la construcción de imagen: sobre cuatro planchas de plexiglás se han colocado fotografías con vistas del trabajo de campo realizado por Itziar Okariz (San Sebastián, 1965) y su equipo: confundidos en el paisaje, aparecen la artista y sus dos ayudantes de espaldas a la cámara. Estas tres figuras, elementos anecdóticos en medio de la belleza sobrecogedora del lugar, recuerdan a las de los paisajes del romanticismo.
Ghost Box es el último capítulo de un proceso de trabajo en torno a los irrintzis -gritos de júbilo de la cultura popular vasca- en contextos diferentes, como el del vídeo del rostro concentrado y casi doliente de la artista ante un micrófono mientras lanza irrintzis o las fotografías de Okariz megáfono en mano en el Bowery neoyorquino.
La serialidad forma parte de la metodología de la artista. En Mear en lugares públicos o privados una acción adquiere diferentes sentidos según se realice en una carretera de noche, una galería o una habitación de hotel. Esta "compulsión a la repetición" le permite explorar el territorio inestable de la diferencia en la repetición o lo mismo como otro.
El montaje de Ghost Box, que apela a la percepción del espectador, es fenomenológico. Sin embargo, el fenómeno que recoge apenas está ahí. O, mejor, no resulta evidente. Okariz trabaja sobre la idea de que el registro de la performance siempre deja algo fuera, de que ésta es irrepresentable. Las acciones del cuerpo -"dibujar con fuego", "mear", "saltar"- generan, además de restos, una experiencia imposible de trasladar.
En el irrintzi, sonido en los límites del lenguaje articulado, se da una disociación espacio-temporal entre cuerpo y acción. Si en sus anteriores series, Okariz introducía el irrintzi en contextos que le resultaban inhabituales, en Ghost Box, donde el grito resulta indistinguible del resto de sonidos animales, lo devuelve a un espacio "natural". El género del paisaje -imagen construida de la naturaleza y, por tanto, forma de control de lo social sobre aquélla- coloca al artista y al espectador en una posición de contemplación. Ésta se entiende convencionalmente como pasividad, simple reacción a una acción previa. En Ghost Box, el orden secuencial jerárquico de acción y contemplación se rompe: mientras se lanza un irrintzi, se escucha el anterior que aún reverbera. De este solapamiento se genera un espacio que es, además de escultórico, un espacio de posibilidad.
-El medio es el museo
Museo Marco
Príncipe, 54. Vigo (Pontevedra)
Hasta el 21 de septiembre
Han pasado los tiempos en los que el museo era visto como un enemigo por algunos artistas, pero las relaciones entre los espacios expositivos y los creadores siguen siendo conflictivas y éstos continúan buscando fórmulas para que sus obras alcancen todo su potencial cuando se exhiben. Las relaciones entre museos y artistas tienen un paralelismo con las que se establecen en los núcleos familiares. Hay padres que apabullan a sus hijos con sus pretensiones y algo similar sucede en ocasiones entre los museos y sus ocupantes temporales, los creadores.
Además, en nuestros días el museo ha superado con creces la misión de mero contenedor de arte y se ha erigido en un instrumento de poder social y político que a veces convierte al artista en un elemento anecdótico. El medio es el museo propone una reflexión sobre todas estas cuestiones a través de las obras de una veintena de artistas internacionales. La mayoría de ellos iniciaron su trayectoria en los años noventa o en la primera década del siglo XXI, pero también se incluyen piezas de algunos más veteranos (Andrea Fraser, Félix González-Torres, Louise Lawler y Thomas Struth) por su influencia posterior.
Entre las obras realizadas específicamente para las salas del Marco se encuentran las del vasco Sergio Prego y la del portugués Sancho Silva, que proponen dos enfoques muy originales. El primero ha construido una especie de pasarela en una de las salas del museo, de forma que ésta se convierte en algo así como en un plató donde el artista realiza una serie de maniobras que son filmadas. Se trata de reinventar el papel del museo que se ve así transformado en una especie de escenario circense. Por su parte, Sancho Silva se atreve a realizar una abertura en uno de los muros del museo y a colocar un cañón de madera que ofrece al público una panorámica visual y auditiva de la calle. Es una fórmula osada para unir dos realidades que suelen permanecer desconectadas entre sí.
- Mirada pensante
Tony Oursler
Centro de Arte La Regenta
Las Palmas de Gran Canaria
Hasta el 31 de agosto
Penes con labios que peroran reflexiones psicoanalíticas de garrafón, globos oculares unidos por una boca que escrutan estupefactos al espectador, cabezas que giran dentro de ristras de intestinos mientras insultan, gimen, reprochan, suplican y emiten opiniones sobre el mundo del arte... Tony Oursler (Nueva York, 1957) ha alcanzado celebridad mundial con esta suerte de órganos sin cuerpo construidos mediante figuras-pantalla moldeadas por proyecciones videográficas, muñecos abyectos que nos aturden con su diarrea verbal pero que nos hipnotizan con su dimensión de criaturas que no terminan de materializarse como puede comprobar quien se acerque estos días por La Regenta a visitar una de las mejores exposiciones que hace este centro desde hace tiempo.
Dotado de un talento excepcional para la dramaturgia en el que resuenan ecos de los experimentos televisivos de Beckett, los filmes de Méliès y centenares de películas de terror de serie B, el artista estadounidense transforma el lugar en el que aterrizan sus seres en un espacio inestable que moviliza los propios fantasmas del espectador, un teatro en el que lo sublime y lo ridículo se intercambian los papeles y por el que desfilan atropelladamente también la obsesión, la ansiedad, la risa, la pulsión erótica y el trauma en un relato que se rompe y se reanuda continuamente. Una casa encantada, una parada de los monstruos, un barracón de espejos que nos confronta con aquello de Mallarmé: "De futuros espectros nosotros somos la triste opacidad".
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