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Reportaje:VAMOS A...SHANGHAI

Girando en el vértice del futuro

Shanghai devora barrios y crea paisajes urbanos nunca vistos. Una rara simbiosis de la cultura ancestral, la herencia comunista y el consumismo sin límites

A principios del siglo XX fue llamada "la perla de Oriente", "el París de Oriente", pero también "la puta de Oriente", por el papel estelar que ocupaba en Asia, la gran presencia de extranjeros y su amplio abanico de casas de juego y burdeles. Pero con la llegada de los comunistas, liderados por Mao Zedong, en 1949 y la huida de muchos empresarios y compañías a Hong Kong, la ciudad cayó en el ostracismo. Hasta que, en 1991, el Gobierno central permitió que iniciara sus reformas económicas. Hoy, Shanghai se halla inmerso en una carrera desenfrenada para convertirse en la capital financiera y cultural de Asia. Así lo expresó el escritor Rafael Chirbes: "Los obreros procedentes del interior del país miran atónitos el desarrollo de algo desconocido, bello y temible como una planta carnívora".

Éste es un recorrido de un día -que se puede hacer en dos, o bien saltando algunas etapas, para que sea menos intenso- por la más cosmopolita y futurista de las ciudades del país. Una ciudad obsesionada por llegar a lo más alto, que está mudando de piel a un ritmo trepidante en su viaje hacia la Exposición Universal de 2010, como lo atestigua su último icono: el Shanghai World Financial Center, un rascacielos de 101 pisos y 492 metros de altura, que se ha convertido en el más alto de China y en el tercero del mundo.

Cuando la luz del día se despereza, el Bund, el paseo junto al río Huangpu, adquiere un color especial. Los neones que coronan los rascacielos han dejado paso a un azul-violeta-beis. La ciudad comienza otra jornada frenética. Pero a orillas del río, sobre las losas que dibujan el paseo, ancianos y no tanto balancean sus cuerpos, con movimientos de artes marciales, como si danzaran con el aire. Algunos acuden solos; otros, en grupo. Todos forman parte de una coreografía milenaria, cuya silueta se recorta sobre el horizonte de cristal y dinero. Taichi, qigong, bailes, ejercicios de voz, abrazos a los árboles: el parque Jing'an, en la calle de Huashan, o el parque Renmin, en la plaza del Pueblo (Renmin), son otros lugares en los que se puede observar la flexibilidad del cuerpo chino. Alrededor, un océano de rascacielos -en ocasiones, excéntricos o de dudoso gusto- se hunde en el cielo. Más de 700 edificios superan los 30 pisos. En 1980 no lo hacía ninguno. Si a mediados del siglo XVIII Shanghai tenía 50.000 habitantes, y en 1900, un millón, hoy viven en esta municipalidad 20 millones de personas. ¿Dónde está el límite? El Centro de Planificación Urbana, en la plaza de Renmin, da una visión de cómo será la metrópoli en 2020. Una gigantesca maqueta permite al visitante abarcar a vista de pájaro el mar de torres que conforman los sueños de desarrollo de los líderes shanghaineses.

Con la retina aún repleta de imágenes de ese urbanismo delirante, un breve paseo prepara al viajero para la visita al Museo de Shanghai, en la avenida de Renmin. Alberga una de las mejores -si no la mejor- colecciones de arte tradicional chino del mundo, con cerámicas, esculturas, caligrafías, bronces, pinturas y máscaras. Todo ello presentado de forma exquisita y con claros textos en inglés, lo cual no siempre ocurre en China.

Un salto a un taxi de conductor de guantes blancos y aparece el que quizá es el barrio con más encanto de la ciudad: la antigua concesión francesa, situada alrededor de la calle de Huahai. Elegantes mansiones, calles arboladas, villas, restaurantes y tiendas de lujo alternan con la casa museo en la que el 23 de julio de 1921 se celebró el primer congreso del Partido Comunista Chino (PCCh) (calle de Xingye). En una de las habitaciones, una escena reproduce la histórica reunión, con un papel protagonista para un joven, entonces de 27 años, llamado Mao Zedong. Un tremendo contraste con el barrio de moda que ha sido promovido a pocos metros de allí por una firma de Hong Kong: Xintiandi, cuyo dédalo de casas de aire colonial acoge restaurantes europeos, comercios y bares entre el olor a café y la música de jazz. El lugar para ver y ser visto en Shanghailand.

Creados en el siglo XVI por una rica familia de funcionarios de la dinastía Ming, los jardines Yuyuan, en la calle de Fuyou, delicados y tranquilos -si no fuera por los ruidosos grupos de turistas-, son motivo de orgullo para los habitantes de Shanghai. Pabellones, estanques y configuraciones rocosas se suceden para crear rincones de paz, en los que es fácil trasladarse a los viejos libros leídos, hasta que el viaje se ve roto por la silueta de las torres que, como gigantes, asoman por encima de los muros.

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La casa de té en medio del lago

La entrada a Yuyuan se encuentra cerca de Huxin Ting, una casa de té enclavada en medio de un pequeño lago al que se llega por un puente zigzagueante. A su alrededor, un gran bazar -reproducción de la arquitectura tradicional china- ofrece decenas de tiendas de recuerdos, joyas de oro, sedas y ropa tradicional, entre restaurantes como Nanxiang, a cuyas puertas, vecinos y viajeros hacen largas colas para celebrar sus famosos raviolis al vapor (xiaolongbao).

A principios de la década de 1990 no había al otro lado del río Huangpu más que campos de cultivo. Hoy, Pudong, en la orilla oriental de sus aguas color chocolate, es una amalgama de rascacielos en un barrio construido por y para los negocios. Todo muy moderno y quirúrgico, con proyectos destacables, como la torre Jinmao (420 metros), de la firma de Chicago Skidmore, Owings & Merrill; otros no tan destacables, como la torre de televisión La Perla de Oriente, en cuyo sótano se encuentra el Museo de Historia Municipal de Shanghai, y otros simplemente pragmáticos, como el Shanghai World Financial Center (la nueva cima de la ciudad, del estudio neoyorquino Kohn Pedersen Fox).

Imposible evitar el ascenso a los pisos superiores de la torre Jinmao, de 88 plantas, porque la vista corta el aliento. Con la nariz pegada a los cristales, Shanghai entrega todos sus destellos, y los sueños de desarrollo de los dirigentes shanghaineses dejan de ser una maqueta. Una experiencia que irá aún más lejos desde la plataforma de observación del World Financial Center, que, situada en el piso 100, a 474 metros, abrirá en septiembre próximo.

Pero ha llegado la hora de regresar al Bund, donde turistas, emigrantes y vecinos se asoman al Huangpu para contemplar el futuro de China. Por el río suben y bajan barcos y barcazas, acompañados del ronroneo de los motores. Un trasiego cargado de melancolía.

El paseo vespertino por el Bund permite apreciar la pasión asiática por la fotografía de recuerdo. Si uno no lleva su propia cámara, alguno de los fotógrafos más o menos profesionales que se ganan la vida congelando instantes hará el apaño. Pero probablemente no será la única ocasión de posar con el perfil galáctico de Pudong como telón de fondo. Los chinos adoran hacerse fotos, y si en ellas figura un elemento exótico como un extranjero, la afición se convierte en regocijo. La imagen del viajero acabará, así, acompañando durante años la de una familia china, pegada sobre la pared de una casa en algún rincón remoto del país.

La vieja banda de jazz del hotel Peace

A la largo del Bund, una hilera de edificios monumentales, de estilo neoclásico neoyorquino y art déco de los años treinta, evoca el esplendor pasado. Como la sede del Banco de Desarrollo de Pudong, o el famoso Peace Hotel, con su banda de viejos músicos de jazz, o el edificio del antiguo Banco Mercantil de India, Londres y China, en el número 3 del Bund, que ofrece una terraza con vistas y acoge el restaurante del gurú de la cocina francesa Jean-Georges.

En el Bund nace la calle de Nanjing, sinónimo de comercios y luces de neón. Considerada durante mucho tiempo la milla de oro de China -un oro que, sin embargo, ha perdido algo de brillo-, es la arteria vital del Shanghai de antes. Pasear por sus tramos peatonales es imprescindible para cualquiera que visite Shanghai. Allí se juntan quienes practican la gran pasión china de las compras, grupos de jóvenes que salen a divertirse, embaucadores de turistas y algunos emigrantes despistados de entre los cientos de miles que han levantado la ciudad.

Llegada la hora de cenar, la oferta para degustar la excelente cocina shanghainesa, o la extranjera, es enorme. Los chinos adoran comer. Su variada cocina, que para ser verdaderamente aprovechada requiere un conocimiento de los platos y el orden de la comanda, es una prueba. Observar cómo se deleitan ante la mesa, en familia, entre amigos o entre negocios, dice mucho de su cultura. Cuando el día se ha hecho noche, tras la cascada de visitas turísticas y los recorridos en taxi -el mejor medio de transporte en Shanghai, ya que el metro no es muy extenso-, es el momento de tomar una copa en alguno de los lugares de moda.

Las revistas en inglés son una buena fuente, con las direcciones en chino y el número de teléfono. Algunas opciones son el clásico Face, un bar-restaurante en una mansión colonial, en la calle de Ruijin, con un diseño sofisticado, budas y muebles clásicos asiáticos; Cloud 9, en el piso 87 de la torre Jinmao, con su vista de avión del Shanghai nocturno, o Shelter, algo alternativo, para quien prefiere bailar a posar. Bar Rouge, Mint y los locales de Xintiandi añaden sus dosis de cosmopolitismo a la ciudad, mientras las calles de Mao Ming y Julu acogen también una gran oferta de bares.

Shanghai no es el lugar ideal cuando se trata de conciertos y música en vivo, más frecuentes e interesantes en Pekín. Aun así, para los amantes del jazz y el blues, Cotton Club y JZ Club son los lugares, y, para rock, indie, techno y otros, Yuyintang y Logo. Pero, como todo en China, los locales de moda cambian a un ritmo endiablado.

Guía

Cómo ir

- Finnair (www.finnair.com; 901 88 81 26) tiene vuelos en julio de ida y vuelta (con una escala en Helsinki) entre Madrid y Shanghai, a partir de 495,73 euros, tasas y suplementos incluidos. También desde Barcelona, por el mismo precio.

- Air France (www.airfrance.es; 902 20 70 90) tiene vuelos de ida y vuelta en julio (con escala en París), entre Madrid y Shanghai, a partir de 598,73 euros, tasas y suplementos incluidos. También desde Barcelona, por el mismo precio.

Visitas

- Museo de Shanghai (www.shanghaimuseum.net), 201 Renmin Avenue. Abre todos los días de 9.00 a 17.00 (último acceso a las 16.00). Entrada libre. Muestras especiales, 1,90 euros.

Salir

- Face (00 86 21 64 66 43 28). 118 Rui Jin Road. Hotel Ruijin, edificio 4.

Información

- Turismo de China (http://turismodechina.org).

- Oficina de Turismo de China en Madrid (915 48 00 11). Plaza de España, 18, planta 7, oficina 13.

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