El último 'Franco' de Paul Preston
Paul Preston había ido a una clínica de Londres para una revisión oftalmológica. El doctor, al ver su nombre, le preguntó si era el autor de una biografía de Franco que acababa de aparecer. Al confirmárselo Preston, le dijo: "¿Y qué diría usted si escribiera un libro sobre el de arriba?". "¿El de arriba?", preguntó Preston. "¿Se refiere usted al rey Juan Carlos?". "No", insistió el oculista, "el de encima de nosotros". Preston no caía en la cuenta y apuntó: "¿Un libro sobre Dios?". "No, no", precisó el doctor, "un libro sobre Pinochet, que está recluido en el piso de arriba de esta clínica".
Valga esta anécdota como un ejemplo de la popularidad que las obras de Preston suscitan en un público que va mucho más allá de los historiadores. Y es que, junto al rigor científico que las preside, revisten una indudable calidad literaria. Además de la formación humanística propia de las universidades británicas y de su genio literario innato, Preston aprovecha a diario las horas de tren yendo y viniendo de su domicilio a la London School leyendo novelas. Durante la cena que siguió, en un restaurante de Madrid, a la presentación de un libro mío, salió el tema de la novelística actual. Uno de los comensales, director de una conocida colección de novelas policiacas, apartó el plato (que no estaba nada mal), sacó un papel del bolsillo y empezó a tomar apuntes de los comentarios de Preston sobre las últimas tendencias y los mejores exponentes de la novela negra norteamericana. No es extraño, pues, que sus vidas de Franco se revistan de la coloración de una novela negra, con la salvedad de que no se trata de literatura de ficción, sino de una miserable pero tristemente real historia.
La veracidad histórica no está reñida con los juicios apasionados sobre las personas o los acontecimientos
La habilidad narrativa de Preston no es óbice para su rigor metodológico. Como suelen hacer los historiadores ingleses (y en esto, desde mi insignificancia, trato de imitarlos), Preston gusta de referir anécdotas, siempre que sean significativas y ante todo auténticas. El mérito no estriba en multiplicarlas sin ton ni son, sino en seleccionarlas bien y aducirlas oportunamente, como decía ya Don Quijote a Sancho a propósito de los refranes. Así, en esta última obra sobre Franco abundan las que cuentan personas de su entorno inmediato: el cuñadísimo Serrano Suñer, el primísimo Franco Salgado-Araujo, el desvergonzado Sáinz Rodríguez, los sabios doctores Vicente Gil y Vicente Pozuelo, y el misterioso capellán José María Bulart. Preston me contó en cierta ocasión una de Franco y su hija Carmencita muy reveladora de la retorcida psicología del Caudillo, pero no la ha publicado aún porque no recuerda la fuente de donde la sacó. Sólo recuerda que era absolutamente fiable, pero mientras no la pueda respaldar con una cita, no la hará pública (y por la misma razón me la callo yo ahora).
Muchos piensan que sólo son literatura las obras, en prosa o poesía, de ficción, pero cuando vemos a tantos científicos o intelectuales que conociendo cosas muy importantes no las saben transmitir debidamente, hemos de valorar, incluso como literatos, a los que expresan bellamente su pensamiento filosófico, médico, histórico o político. Teodoro Mommsen con su Historia de Roma y Winston Churchill con sus Memorias de la Segunda Guerra Mundial merecieron sendos premios Nobel de literatura. La elegante prosa castellana de Ortega y Gasset o la de Gregorio Marañón, o la catalana de Pla en un tema tan pedestre como son las crónicas parlamentarias, no dejan de ser literatura aunque la escondan tras un estilo funcional diáfano y sin alardes preciosistas.
Sin esta habilidad narrativa de Preston, su monumental y ya clásico Franco, caudillo de España (1994) hubiera resultado una obra de consulta obligada para los historiadores, pero de lectura seguida insoportable para el público en general, porque adoptó un método de exposición lineal, rigurosamente cronológico, casi como una videocámara de vigilancia que hubiera grabado toda la vida del personaje, pero logró hacérnosla no sólo instructiva sino también atractiva, como demostró y sigue demostrando el éxito de ventas y la sucesión de ediciones. En cambio en Franco, el gran manipulador, que acaba de publicar, además de alguna documentación nueva, ofrece dos grandes diferencias de enfoque. En primer lugar, aun manteniendo grosso modo un orden cronológico, el relato se agrupa ahora en grandes temas, articulados por las sucesivas "máscaras", o sea, los retratos que en las diversas etapas o situaciones que atravesó se hizo Franco de sí mismo y que trató de imponer a toda España: el héroe del Rif, el general más joven de Europa, el salvador de España, el forjador del nuevo imperio español, el centinela de Occidente, el artífice de los 25 años de paz... La segunda característica del último Franco de Preston es que no pretende ser una biografía exhaustiva, como Caudillo de España, y tampoco un mero resumen de ésta, sino una semblanza, es decir, un retrato sintético y vigoroso. Algo así como las caricaturas de Peridis, que con unos pocos y levísimos trazos deja retratados a sus personajes mejor que una fría foto. Preston nos había ofrecido ya agudas semblanzas con Palomas de guerra: cinco mujeres marcadas por el enfrentamiento bélico (2001) e Idealistas bajo las balas: corresponsales extranjeros en la guerra de España (2007). Ahora lo hace con Franco.
No desmerece de la veracidad histórica el que este talento literario se acompañe de juicios noblemente apasionados sobre las personas o los acontecimientos. No se puede escribir la historia, y menos la de nuestra guerra civil o el franquismo, asépticamente, como quien narra la desaparición de los dinosaurios o el comportamiento social de los chimpancés. Una noble pasión asoma constantemente en las obras de Paul Preston. Sucedió en El Escorial, en un curso de verano. El profesor Preston había impartido una estupenda lección sobre el franquismo con su habitual vivacidad. En el coloquio subsiguiente un señor pidió la palabra, se identificó como inglés y dijo que los hispanistas ingleses, como Carr y Thomas, habían aportado a la historia de la España contemporánea una meritoria imparcialidad, "pero su conferencia no me ha parecido imparcial", añadió. Preston le respondió: "Usted perdone. Yo no pretendo ser imparcial. Lo que pretendo es ser honesto".
Hilari Raguer es historiador y monje de Montserrat.
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