"El humor ha vuelto"
Joyce se esfuerza por contener su alegría al ver arder las Torres Gemelas, donde su marido trabaja. La reacción de Marshall, su esposo, que la imagina en uno de los vuelos secuestrados el 11-S, no difiere mucho de la suya. Ambos piensan que el ataque les ha librado de la pesadilla doméstica en la que viven desde hace más de un año. Pero su agrio divorcio sobrevive al ataque terrorista y cobra vida en las páginas de Un trastorno propio de este país (Tusquets), la despiadada sátira del neoyorquino Ken Kalfus (1954).
A pocos metros del inmenso boquete de la Zona Cero, donde cientos de grúas y obreros trajinan a diario, Kalfus, felizmente casado, cuenta que la mañana del 11-S tardó algo más de la cuenta en enterarse de lo que estaba pasando. Su mujer, periodista, andaba agobiada con la entrega de un artículo y no prestó atención a un titular que vio de pasada al encender el ordenador. Él también estaba escribiendo y en su casa no tienen televisión. "Creo que fui la última persona de América en conocer la noticia", dice. Con mirada despierta y cabellos algo enmarañados, Kalfus no puede reprimir una sonrisa al explicar que su octogenaria madre, residente en Manhattan, se encaminó decidida, a pesar de los ataques, a su clase de tenis. Se había cancelado y tuvo que volver caminando a casa. "Hubo mucha gente que no entendió la gravedad de lo que estaba pasando inmediatamente".
"Han sido unos años muy amargos en este país. La pena y la angustia fue lo que de verdad me motivó para escribir"
"Quedan muchos libros por escribir sobre el 11-S. Según pase el tiempo se entenderá mejor ese periodo"
Kalfus nació en el Bronx y creció en Long Island. En los ochenta dejó la ciudad y hoy, aunque con su chaqueta de cuero gastado pueda hacerse pasar por vecino del Village, reside en Filadelfia. En los meses previos al 11-S una oleada de divorcios dinamitaba los matrimonios de sus amigos. "Algunos fueron terribles. Veías cómo gente decente perdía totalmente la cabeza", recuerda. Y entonces empezaron los homenajes a las víctimas de los ataques terroristas. Y todos eran extremadamente felices en sus matrimonios, excelentes padres y esposos. Aquello puso la cabeza del novelista a funcionar. "Pensé que al menos tres o cuatro de los cónyuges de las 3.000 víctimas debieron de sentirse aliviados y decidí unir los divorcios de mis amigos con la propaganda falsa y machacona que nos inundaba". Aquel otoño empezó a escribir. En noviembre de 2001 el primer capítulo estaba listo, pero nadie quería oír hablar del 11-S.
Kalfus perseveró y tres años después ya tenía lista la novela aunque no la publicó hasta 2006. A Un trastorno propio de este país le preceden dos colecciones de cuentos y otra novela, pero ha sido con este libro con el que el autor quedó finalista en el National Book Award. "Quedan muchos libros por escribir sobre el 11-S. Según pase el tiempo, se entenderá mejor ese periodo", asegura.
En su caso, la mezcla de divorcio y locura terrorista ha resultado en una peculiar Guerra de los Rose en la era Bush. Esta vez lo que está en juego no es una mansión, como por la que se peleaban a degüello Kathleen Turner y Michael Douglas en la memorable película, sino un destartalado piso de Brooklyn. Dos niños, Viola y Víctor, son, según escribe el autor, "los daños colaterales" del conflicto. El implacable drama doméstico, en el que no faltan cínicos y desalmados abogados, se sucede con el pánico del ántrax, el desplome de los mercados financieros y la invasión de Afganistán como telón de fondo. "Cada capítulo nace a partir de las noticias de aquel momento", explica. "Quería comentar lo que estaba pasando".
Con media sonrisa y un ojo puesto en el monitor que retransmite el partido de los Mets, este fanático del béisbol confiesa tímidamente que John Updike y su serie del Conejo -"los libros que mejor explican la vida en América en el siglo XX"- son su modelo a la hora de mezclar actualidad y novela. "La literatura puede ayudar a intentar explicar la historia contemporánea, puede dotar de cierto sentido los acontecimientos, al recrearlos y ponerlos en un nuevo contexto. Aunque quizá uno no quiera leer seguidas dos novelas que tengan estas pretensiones", bromea.
Kalfus habla con ironía de las sucesivas noticias que mantenían en vilo a los ciudadanos tras el 11-S. "No había terminado un susto y ya estábamos con el siguiente. Las crisis no se resolvían, ni se resuelven, sino que se suceden a ritmo vertiginoso", reflexiona. Sus protagonistas, Joyce y Marshall, tampoco resuelven la suya y siguen la escalada estadounidense hacia la guerra con el frente doméstico arreciando: bajo un mismo techo, en cuartos separados y sin dirigirse la palabra. "Han sido unos años muy amargos en este país. La pena y la angustia que me provocaba ver cómo se hacían las cosas fue lo que de verdad me motivó para escribir", asegura.
La pequeña Viola y un agente desquiciado del FBI se preguntan en Un trastorno propio de este país, una y otra vez, cuál es la clave, dónde está el hilo coherente de una historia que se les escapa. Kalfus se identifica con ellos. "Las noticias nos saltan encima y nuestra capacidad de atención en esta era tecnológica es muy poca. La información nos desborda y nos impide entender. En este sinsentido surge un hueco que es ocupado, muchas veces, por narraciones propagandísticas con discursos compactos y coherentes. Intentar comprender lo que pasa es el gran reto de nuestro tiempo".
El humor es para Kalfus un ingrediente indispensable para afrontar este caos. Los años que pasó junto a su esposa en Belgrado y Sarajevo durante la guerra de Yugoslavia y, más tarde, en Rusia le ayudaron a descubrir los aforismos y el legendario humor negro balcánico, con el que la población hacía frente al dolor. También vio en primera línea los perniciosos efectos de la televisión que controlaba Milosevic. Unos años después el control mediático de Putin volvió a hacer saltar sus alarmas, las mismas que se mantuvieron encendidas en los meses posteriores al 11-S. "Tras los atentados en Estados Unidos había quien decía que ya nunca más volveríamos a reírnos, que la ironía había muerto. Aquello me puso furioso", recuerda. "Pero el humor ha vuelto".
Un trastorno propio de este país. Ken Kalfus. Traducción de Vicente Campos. Tusquets. Barcelona, 2008. 304 páginas, 19 euros.
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