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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Pakistán abre etapa

Washington corteja ya al primer ministro Gillani mientras el poder de Musharraf declina

Pakistán ha dado un gran paso adelante con la elección esta semana por el Parlamento de Yusuf Raza Gillani como primer ministro. El nuevo jefe del Gobierno, que ha obtenido 264 votos sobre 342 de la Cámara baja, es un vicepresidente del Partido Popular, PPP, ganador de las elecciones de febrero, que dirigía la asesinada Benazir Bhutto, y hará un Gabinete de coalición con la segunda fuerza más votada, la Liga Musulmana del también ex primer ministro Nawaz Sharif, y alguna formación menor. Los dos partidos más importantes de Pakistán, tradicionalmente enemigos, van a gobernar juntos. Uno de los mayores peligros que acechan a la alianza, cuya leal colaboración a largo plazo parece más que problemática vistos los antecedentes, es el hecho de que su mayor nexo de unión sea precisamente la enemiga común hacia el presidente y general Pervez Musharraf, cuyo viaje hacia la irrelevancia parece inexorable.

La emergencia de un poder civil tras nueve años de dictadura pone contra las cuerdas al impopular y aislado Musharraf, aliado crucial de Washington en la región, pero dista mucho de cerrar la gravísima crisis del inestable país musulmán en posesión del arma atómica, azotado por un mortífero terrorismo islamista. Lo mejor que puede esperar de esta forzosa cohabitación el ex jefe del ejército, reelegido amañadamente presidente hace unos meses y vapuleado en las urnas en febrero, es su marginación política. Musharraf retiene importantes poderes nominales, pero su autoridad se desvanece. Lo reflejan el calculado distanciamiento del escenario político de las Fuerzas Armadas, la palanca decisoria en Pakistán, o el cortejo iniciado ya por Washington del primer ministro Gillani.

La relativa convergencia entre Estados Unidos y Musharraf en la lucha contra el fundamentalismo islamista ha sido el cemento de la alianza entre la Casa Blanca y el presidente paquistaní. Pero la situación está llamada a cambiar. Gillani ha asegurado a Bush que su Gobierno le apoyará en su cruzada contra el terrorismo, pero considera necesaria una aproximación global que incluya soluciones políticas. A Washington le ha faltado tiempo para mandar a Islamabad al subsecretario de Estado Negroponte con el encargo de garantizarse la continuidad del compromiso militar paquistaní.

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