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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Tedio cavernícola

El raro y poco prolífico subgénero del cine cavernícola conquistó su puesto a perpetuidad en la memoria cinéfila de este crítico mediante su desprejuiciada orquestación de la mentira: era aquel territorio donde podían coexistir voluptuosas chicas en biquini (de pieles) y criaturas animadas por Ray Harryhausen gracias a la puesta en cuarentena de toda verosimilitud evolutiva. 10.000, la última película de Roland Emmerich, demuestra que hay formas menos carismáticas de mentir. También más caras y aparatosas.

Cineasta que quiso postularse como una suerte de Spielberg europeo -y que en el mejor de los casos fue su versión áspera e hiperbólica-, el alemán Roland Emmerich parece cómodamente instalado en su condición de domador de mastodontes capaces de dejar un impacto en taquilla inversamente proporcional a su rastro en la memoria sentimental del espectador. 10.000 hace explícita la poética del cineasta en la que, posiblemente, es la escena más notable de este proyecto anticarismático y colosalmente aburrido: una cacería de mamuts en estampida que quizás marque un hito en aquello que los anglosajones denominan el state of the art de la magia digital. Resulta curioso, no obstante, que la misma truquería capaz de implicar al espectador en esa escena no sirva para borrar los contornos de las lentillas de algunos personajes de esta epopeya que se sueña fundacional y se diagnostica terminal en su patológica adicción al exceso digno de mejor causa.

10.000

Dirección: Roland Emmerich.

Intérpretes: Steven Strait, Camilla Belle, Cliff Curtis.

Género: epopeya prehistórica. Estados Unidos-Nueva Zelanda, 2008.

Duración: 109 minutos.

Coguionizada por el compositor austriaco Harald Kloser, 10.000 parece una partitura más atenta a climáticos arrebatos de su sección de percusionistas que a la continuidad de sus líneas melódicas. En su puesta en escena hay ecos retóricos de los peores rastros que la notable trilogía de El Señor de los Anillos ha legado a la posteridad: insistentes planos aéreos prestos a subrayar la majestuosidad de escenarios naturales y extemporáneas intromisiones de imagen ralentizada que se dirían antes recurso para tapar agujeros que verdadera figura de estilo.

Emmerich parece empeñado en no caer en la trampa de la incongruencia evolutiva, pero da igual. Cae en otro tipo de hoyos: en el lingüístico -que el cineasta justifica por cuestiones de implicación emocional- y en el estético, que le lleva a reclutar las muy contemporáneas bellezas de Camilla Belle y Steven Strait para dar empaque y glamour a su propuesta heroica. Todo ello sería, por supuesto, un mal menor si su armatoste se moviese con cierto gracejo, si el relato lograse abducir la atención del espectador y si, en suma, hubiese algo de fuerza en un conjunto que acaba evocando ecos de Erich von Däniken y traslada la platea hacia el temible ámbito del sopor megatérico. Hay películas que no deberían dar ese salto evolutivo entre el tráiler (resultón) y el producto acabado (insoportable).Una epopeya que se sueña fundacional y se diagnostica terminal

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