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Un mercado con sus propias reglas

La comercialización de obras de arte africanas suscita opiniones encontradas. Los investigadores no suelen oponerse a la venta de estos objetos, pero sí se lamentan de la irreparable pérdida que significa arrancar las obras de su emplazamiento original antes de haber sido realizado un estudio arqueológico. La imposibilidad de deducir los datos históricos que alberga el contexto estratigráfico en el que se hallan las piezas ha venido dificultando la sistematización de un corpus arqueológico africano. Intentar inculcar a las poblaciones autóctonas la importancia de una investigación científica previa no es fácil; tampoco los países colonizadores han actuado siempre de una forma metódica y respetuosa con el arte africano, sobre todo, en los primeros tiempos del colonialismo. El argumento de que gracias a los museos y colecciones occidentales las obras han sido conservadas, datadas y se han hecho estudios imprescindibles para desvelar el pasado y el presente de la historia de África, siendo cierto, no debe eludir la necesidad de fomentar una actividad similar en los lugares de origen.

El peligro de desaparición o deterioro irreversible que acecha a los restos producidos por las culturas africanas tradicionales tiene varias causas. Para un africano una figura o una máscara tienen valor mientras está activa su carga de energía, cuando se estropean pierden la utilidad, lo que da lugar a su abandono o venta. La rápida aculturación de las culturas africanas tradicionales por influjo de los países colonizadores va debilitando esas antiguas creencias. La gran afluencia de máscaras, figuras y objetos rituales africanos que se pusieron en el mercado a mediados del siglo XX, coincidiendo con la independencia y modernización de los países africanos, se explica en ese marco. La radicalización del islamismo, contrario a la creación de imágenes, es también otro factor adverso. La costumbre africana de recuperar piezas que son reutilizadas para fines rituales y religiosos distintos de aquellos para los que habían sido creadas ha dañado muchos yacimientos y vaciado otros. También son frecuentes los casos en que una figura es desmembrada y vendida por partes en el mismo lugar del hallazgo, de forma que los beneficios puedan repartirse entre varios miembros de la comunidad.

La valoración de las obras de arte africano responde a varios criterios que no confluyen necesariamente. El valor etnológico aprecia la cualidad y cantidad de conocimientos que una pieza puede desvelar a los investigadores de las culturas africanas. Para la arqueología tienen especial valor aquellas piezas que proporcionan fechas y datos que vengan a llenar las grandes lagunas de la historia del continente africano. El valor estético está condicionado por el concepto de belleza del comprador, de manera que en Occidente hace aumentar el precio de las obras africanas más cercanas al canon de belleza clásico, caso de la cultura Ille-Ifé, o de la del antiguo reino de Benin. El valor más aleatorio es, seguramente, el del precio de mercado, sometido, en principio, a la ley de la oferta y la demanda, también depende de los anteriores valores y de factores como: la inflación, el gusto del comprador, o la rareza del objeto.

El mercado occidental suele dar un especial valor a la antigüedad de las obras, sin considerar que en África el espíritu de las tradiciones culturales se ha mantenido hasta la colonización de finales del siglo XIX, casi intacto. Además, la fuerza expresiva del arte africano sigue manteniéndose aún en su arte contemporáneo. La inexistencia de escritura hasta hoy mismo, en muchas partes de África, permite que se pueda hablar de una prehistoria prolongada, que nada tiene que ver con el significado simbólico que atribuimos a la nuestra, puede hablarse de culturas sofisticadas y, sin embargo, ágrafas.

Aunque algunos estilos estéticos son fáciles de distinguir, buscar la pureza formal de las obras de arte tiene un valor relativo, pues cada uno de los grupos culturales ha estado recibiendo influencias de sus vecinos, trasladándose y mezclándose, a lo largo de la historia, de manera que hay una enorme variedad de formas híbridas en el arte africano, no menos valiosas.

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