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LECTURA

Al servicio de UGT

Jorge M. Reverte

E n el año 1971 fui detenido junto a Felipe González, Enrique Múgica, Cristóbal Cáliz y Ambrosio Gutiérrez en la casa en la que estaba instalado el aparato de propaganda. Caímos todos. Yo llevaba encima unos papeles sobre Cataluña y una carta de Ramón Rubial. En aquel momento creo que estaba en vigor el estado de excepción. Nos incomunicaron. Nos interrogaba el jefe de policía, un hombre bajito que siempre estaba fumando un puro y tenía muy mala fama. En un momento dado me dieron mi gabardina y, como no la había registrado, resultó que allí estaban los papeles, en los bolsillos, de manera que los rompí y los tiré por el inodoro del calabozo. Recuerdo que lo obturé completamente. Pocos días después, nos llevaron a las Salesas y allí conocí a Pablo Castellanos, en calidad de abogado y desde entonces entrañable amigo. Puestos a disposición del Tribunal de Orden Público, nos dieron la libertad bajo fianza de 75.000 pesetas que Joaquín Ruiz-Giménez nos adelantó. (...)

El 14 de diciembre de 1988, España parece un país fantasma. Las calles están vacías
En su recuerdo de la crisis de la cooperativa hay un permanente deje de amargura
"Sería por mi parte una osadía pretender valorar a un personaje político como Felipe González"

En 1973, en el XII Congreso de UGT, es nombrado secretario general del sindicato, elección que se produce mientras está en la cárcel. (...)

HACIA SURESNES

Según se decía, la mayoría de las delegaciones traían el mandato de votarme para el cargo de secretario general, lo que no entraba en mis previsiones. Pensando en lo mejor para el partido y en salir bien de un congreso que había suscitado grandes esperanzas, tanto en España como en el socialismo internacional, tuve que argumentar y convencer para que se aceptara a Felipe como candidato a la Secretaría General del PSOE. Posteriormente, siempre ha habido algún espabilado que afirmaba estar enterado de todo, diciendo haber oído lo que nunca oyó. Hay compañeros que se imaginan lo que está lejos de la realidad, dando por cierto que todo estaba previsto, todo hecho y todo resuelto de antemano, cuando la verdad es que había que improvisar permanentemente. Una improvisación fue la propuesta y elección de Felipe González como secretario general.

Si entonces me incliné por Felipe, fue porque le creí el más idóneo. Era un compañero conocido, con capacidad expresiva y de liderazgo que en general caía bien; no obstante, le desfavorecía que la delegación de Andalucía votase en contra de la gestión de la Comisión Ejecutiva, así como su dimisión de ésta en marzo de 1973, lo que fue un factor más de la renuncia de una parte de los delegados de dicho congreso.

Felipe ya era conocido tanto en el partido como fuera de él. Era bien recibido y apoyado. Entonces ya era un líder representativo. Creo que su elección como secretario fue un acierto, nuestro partido tenía una implantación relativa, con fuertes incrementos de afiliación en determinadas zonas geográficas. Poco a poco se fue armando, consolidando, con una dirección coherente. Se habían constituido partidos: el de Tierno Galván, una federación de partidos socialistas, etcétera, pero finalmente el socialismo democrático se vio circunscrito al Partido Socialista Obrero Español y, en parte, el mérito de esta recuperación fue suyo. En muy poco tiempo pasamos de ser un partido en la ilegalidad a ser el partido de la oposición. En las citas electoras se vio muy bien reflejado cuando el Partido Comunista, que había llevado la iniciativa en la clandestinidad, obtenía seis o siete diputados. A mi juicio, y con todo mi respeto hacia los veteranos de este partido, el electorado hizo una distinción entre lo que ellos y nosotros representábamos. La tradición, nuestra cultura, se adecuaba mucho mejor a la situación del país, teníamos a nuestro favor lo que se llamaba memoria histórica, que en muchas zonas se ha transmitido de abuelos a hijos y a nietos y que, en gran medida, la historia del socialismo se confundía con la del movimiento obrero. También jugaba a nuestro favor el contexto del mundo internacional, el apoyo de la Internacional Socialista (consecuencia de las profundas diferencias de lo que fue la guerra fría), y también la capacidad de liderazgo de Felipe González, aunque quiero precisar que si este partido consiguió lo que consiguió con Felipe, también es verdad que lo que consiguió Felipe fue gracias a este partido socialista. Es decir, si analizamos quién debe más a quién, aunque sea una simplificación absurda, yo creo que Felipe le debe mucho más al partido que a la inversa, sin ninguna duda.

Inmediatamente después de Suresnes nos dedicamos a trabajar. Las pequeñas heridas se fueron restañando, aunque algunos dimitieran y otros se negaran a postular a cargos de dirección. La repercusión en Madrid fue mucho más negativa, pero creo que, en general, la organización le recibió bien.

Cuando uno se retrotrae a la década de los setenta, recuerda la miniescisión de 1972, el Congreso de Suresnes de 1974, los grandes esfuerzos por conseguir el reconocimiento de la Internacional Socialista frente a las aspiraciones que en igual sentido realizaban Rodolfo Llopis y, en cierta medida, Tierno Galván. El congreso del partido socialista en diciembre de 1976 fue una manifiesta expresión del apoyo de la Internacional. (...)

LA GRAN HUELGA

El Plan de Empleo Juvenil que presenta el Gobierno (socialista), sin negociarlo con los sindicatos, es la espoleta que enciende la bomba: los dos sindicatos mayoritarios convocan una huelga general para el 14 de diciembre de 1988. (...)

Y la confrontación se hace personal, inevitablemente personal, cuando aparecen los nombres de Nicolás Redondo y Felipe González. Del presidente del Gobierno dice, en una entrevista publicada el 20 de noviembre por Sol Alameda en EL PAÍS, el secretario general de UGT: "Las personas cambian, y los partidos, y sobre todo cambian los dirigentes cuando pasan de la oposición al poder. (...) No lo reconozco, en Felipe ya no reconozco a Isidoro. Y yo no he sido tan ingenuo como para creer que las personas se mantienen inmutables. (...) Su frescura, su talante, su imaginación, no son parecidas. (...) Yo le digo que el equivocado es él y que está gobernando a favor de la derecha". (...)

El 14 de diciembre de 1988, España parece un país fantasma. Las calles están vacías; los cierres de los comercios, echados. No andan los autobuses urbanos, ni los trenes. Sólo hierve de actividad el gabinete de prensa del palacio de la Moncloa, que hace auténticas virguerías para justificar que, según las compañías eléctricas, el consumo de energía se asemeja bastante al de cualquier día laborable. Es evidente que los que hacen esos comunicados para las emisoras de radio no se asoman a las ventanas de ninguna ciudad del país para contemplar el más importante paro de actividad laboral que se ha producido en España en muchas decenas de años.

El acuerdo entre Antonio Gutiérrez y Nicolás Redondo, como líderes de los dos sindicatos, la puesta en práctica de la unidad de acción, ha dado unos frutos inesperados.

Por un lado, se ha producido una ruptura que tiene mucho de simbólico en el centenario de la fundación de la UGT, porque es un trauma para el movimiento socialista. Por otro lado, se ha producido un cambio de naturaleza en las relaciones entre los dos sindicatos, emancipados ambos de sus antiguas direcciones políticas. El 14 es un día simbólico. No se trata sólo de un paro que ha obtenido un gran éxito, sino de un cambio histórico en el movimiento socialista español.

Por si las cosas no estaban lo suficientemente claras entre el partido y el sindicato, los conflictos siguen. En febrero, las negociaciones entre el Gobierno, CC OO y UGT para tratar los cinco puntos fundamentales que han provocado la huelga del 14-D se rompen definitivamente. Y el 25 de abril de 1989, UGT decide no apoyar al PSOE en la convocatoria de elecciones para el Parlamento Europeo.(...)

DESPEDIDA

El 7 de abril de 1994, el secretario general de UGT, Nicolás Redondo, se dirige a los delegados que asisten al 36º congreso de su organización.

El balance es de claroscuros, pero el referido a la propia situación no puede ser mejor, si se compara la UGT de este año con la de 1976, cuando celebró su congreso de vuelta a la legalidad. UGT es hoy la primera central sindical española. Y Nicolás Redondo lo celebra exultante.

El de 1994 es, probablemente, su discurso menos político. La autonomía sindical se ha consolidado, y camina con firmeza la política de unidad con el otro gran sindicato, CC OO.

En la despedida de su cargo hay, sin embargo, un poso amargo. No ha sido ajena a su decisión la crisis de una empresa montada por UGT para construir viviendas baratas para los trabajadores, la aventura de la PSV. Un proyecto de miles de viviendas que tropezó con gravísimos problemas de financiación.

El día 22 de diciembre de 1993, nos convocaron a una reunión en La Moncloa. Insistieron especialmente en que asistiera yo, y acudí acompañado de Antón Saracíbar y Sebastián Reina. Al tratar el tema de la PSV, Felipe González nos planteó dos posibilidades: o se declaraba la quiebra o la suspensión de pagos. Asumimos la que resultaba más aceptable y que suponía ceder 9.000 millones de pesetas, lo que suponía una parte importante de nuestro patrimonio sindical. Nunca dijimos que la responsabilidad no era nuestra, infatigablemente buscamos soluciones que nunca encontramos, aun sabiendo dónde estaban.

Fue un momento realmente duro para mí; sin duda, uno de los peores de mi vida. Tenía una conciencia clara de la ilusión que los cooperativistas habían depositado en la adquisición de sus viviendas, y comprendí las razones de las protestas y las imprecaciones.

Más tarde, cuando todo ese asunto ha pasado, al encontrarme con algunos de aquellos cooperativistas, me dicen: 'Oye, a ver si algún día vienes a mi barrio a jugar una partida de mus'. '¿Al barrio donde nos querían linchar?', contesto. Comentarios de este tipo evidencian el resultado final de aquella situación. (...)

En su recuerdo de la crisis de la cooperativa hay un permanente deje de amargura. Fue el tiempo en el que muchos encontraron la fórmula para vengarse de Nicolás Redondo. Él se siente durante todo ese tiempo abandonado y víctima de la revancha que se han tomado desde el Gobierno y el partido los que se han ido haciendo sus enemigos a lo largo de los años.

Al concluir el congreso, Redondo tiene la satisfacción de ver elegido a su candidato, Cándido Méndez, un sindicalista andaluz que optó en su día por dimitir de su cargo como parlamentario para poder apoyar la decisión de Nicolás Redondo de negarse a aceptar la Ley de Pensiones del Gobierno socialista. Aquel primer grave encontronazo entre las dos organizaciones socialistas. (...)

SOBRE FELIPE

Sería por mi parte una osadía pretender valorar a un personaje político como Felipe González, personaje controvertido y que tanta influencia tuvo durante años en la vida de nuestro país. Creo que un análisis sobre Felipe es una tarea de historiadores, de estudiosos, que exige un distanciamiento en cuanto al tiempo y una seria objetividad en cuanto a la persona.

Yo podría aportar ciertos recuerdos de los más de treinta años de relaciones personales. Pero ¿de qué recuerdos podría hablar?, ¿de qué Felipe?, ¿del Felipe de la clandestinidad, el de la ilegalidad, el líder de la oposición o el jefe de Gobierno? Son personas tan diferentes y en ocasiones tan contrapuestas, que prefiero, sin ignorar los desencuentros, recordar las relaciones de amistad que mantuvimos durante años.

Felipe González conversa con Nicolás Redondo en La Moncloa, el 25 de mayo de 1987, para intentar restablecer el diálogo Gobierno-sindicatos.
Foto: Efe
Felipe González conversa con Nicolás Redondo en La Moncloa, el 25 de mayo de 1987, para intentar restablecer el diálogo Gobierno-sindicatos. Foto: Efe

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