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Reportaje:

Madrid se escribe en la calle

El Ayuntamiento criminaliza el segundo gran auge del grafiti al tiempo que lo premia en certámenes

Daniel Verdú

Cuando el Comité Olímpico Internacional (COI) visitó Madrid en 2005 para evaluar la ciudad, el Ayuntamiento borró todas las pintadas de los muros de la M-30. Los dejaron impecables. En pocas horas se corrió la voz y en la tienda de sprays se agotaron el negro y el gris. Desde los coches se veían decenas de chicos debajo de capuchas y encaramados a los muros de la vía de circunvalación.

"Una pared blanca es un imán. Con la nueva ley no cambiará nada. Puede que incluso algunos sectores se radicalicen más. Es algo inherente a las ciudades", explica Spok, un grafitero que lleva 19 años redecorando Madrid.

Se refiere a las medidas emprendidas por los equipos de gobierno de Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz-Gallardón. Ambos parecen haberse puesto de acuerdo, por una vez, y han endurecido leyes y ordenanzas para perseguir la decoración espontánea de muros. Aguirre le dedicó un capítulo especial en su controvertida Ley de Modernización: multas de hasta 6.000 euros. Gallardón lanzó una campaña de borrado de todas las pintadas en los distritos y endurecimiento de las sanciones. Su concejal de Medio Ambiente, Ana Botella, lo dejó muy claro: "El grafiti no es arte". Él se atrevió con la apostilla: "Es una falsa expresión artística".

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Pero el Ayuntamiento tiene una concepción bipolar sobre el asunto. En los premios anuales que el Consistorio concede a jóvenes creadores otorga, desde hace años, un galardón a la categoría de grafiti. Concretamente 3.000 euros para el mejor boceto. Este año, casualmente, se lo llevó Spok. "Nada de ensuciar las paredes, ¿eh?", le dijo la concejal de Servicios Sociales cuando lo recogió. Ese mismo día por la mañana, un camión y varios operarios de la Concejalía de Medio Ambiente recorrían la calle del Barco borrando pintadas de los muros. La mayoría, a pesar de las variadas técnicas de limpieza, permanecían en forma de una leve sombra.

Cada año, el Consistorio se gasta unos seis millones de euros para eliminarlos. Un total de 92 operarios y 60 máquinas limpian dos veces cada 12 meses las 216 zonas de los 21 distritos de la capital.

La calle es el laboratorio de jóvenes artistas. Muchos de los que empezaron pintando trenes y muros de la ciudad son hoy reconocidos pintores o diseñadores gráficos. Spok y Okuda, dos de los más prestigiosos escritores (se conoce así a los grafiteros por su traducción directa del inglés, writers) de España, que hoy exponen en galerías, mostraron a EL PAÍS algunos de los lugares donde se pinta actualmente en la ciudad. Y la movida sigue muy viva. Vallecas, Pirámides, San Cristóbal, Atocha o Parla. Infinidad de metros de hormigón son todavía el lienzo de cientos de grafiteros de la región que, tras la eclosión de los años ochenta y noventa, viven ahora su segunda época dorada.

Sábado por la tarde en el parque de San Isidro. Una veintena de chicos se encuentra en una jam (sesión) de grafiteros. Los muros de un pequeño paso subterráneo lucen firmas, dibujos realistas y alguna chapucilla de aprendiz. La mayoría son jóvenes. Algunos vienen de un concurso que acaba de celebrarse en Pinto. En seguida reconocen a Okuda y Spok. Saludos y muestras de respeto cuando ellos sacan de un carrito de la compra sus sprays. "¿Quién tiene blanco aire?". Un chico de unos 20 años enseguida le acerca a Spok lo que ha pedido. Son muchos años en la calle.

Unos metros más abajo está Bismer. Lleva seis meses en Madrid. Es peruano. Y grafitero. "¿La diferencia? La pintura, hermano. Esto es el paraíso. En mi país cada bote cuesta unos 6 euros y sólo hay 12 colores", explica mientras agita un bote.

Montana, la marca catalana que ha reinventado en España y en Europa la pintura para grafiti, tiene 140 colores distintos y es ecológica. Vende cada bote de 400 ml a tres euros. "Antes, cuando se usaba pintura para coches o muebles de jardín, la gente los robaba porque eran muy caros. Bueno, a mí me lo han contado", explica un muchacho más joven que la marca de sprays. En Madrid hay tres tiendas que se reparten la venta de pintura. La que vende más, World Wide, puede dar salida a más de 1.000 botes a la semana.

A diferencia de Barcelona, Madrid no tiene pocos y permanentes sitios donde se reúne la gente para pintar. Los tags (firmas) están por todas partes. En los muros de la M-30, en las vías del tren, en la periferia, en las señales de tráfico.

El centro de la ciudad está tomado por esas marcas casi territoriales. Son los bombardeos. Ya no hay dibujos ni obras realistas. La prisa no lo permite. Hay que firmar y salir corriendo con el dedo índice todavía manchado de pintura.

Lo que no falla son los trenes y los habituales del género: los treneros. Algunos han contribuido a la mala fama del grafiti. A que los aerosoles, las gorras y los pantalones caídos puedan asociarse con la delincuencia. Pero pocos se resisten a ver circular un tren pintado de arriba abajo con una obra propia. "Yo dejé de ir a los trenes cuando se empezó a pegar a los vigilantes jurados", cuenta un escritor que prefiere no revelar su identidad. "Primero era llegar, pintar y correr sin hacer ruido. Luego fue hacer mucho ruido, pintar e ir a pegarle al vigilante. Era parte del plan", recuerda.

Todos empezaron ahí. En la calle, en los trenes... Okuda, de 27 años, tiene hoy un manager que le consigue exposiciones y promociona su obra por todo el mundo. Ha viajado a Japón, EE UU y a media Europa. Decora locales y realiza el diseño de portadas de los discos de músicos como la Mala Rodríguez. "Lo que hago no sé si se puede llamar grafiti, post grafiti o street art. Da igual. He aprendido en la calle, como todos", dice, mientras pinta de blanco un muro para comenzar su pieza.

Las nuevas leyes no han sentado bien a los grafiteros. Asier y Murphy, del colectivo Desviados, le mandaron un recado al alcalde en octubre. En un muro de 25 metros de largo del lateral de la carretera de Fuencarral apareció un enorme dibujo de Gallardón (bastante realista) con los brazos extendidos y empuñando dos aerosoles con gaviotas del PP. Todo ello con el logotipo del Ayuntamiento de Madrid. "Gallardón Loves Graffiti", rezaba el muro, que duró apenas 24 horas. Alegando trabajos rutinarios de limpieza, el Ayuntamiento demolió la obra y no dejó ni rastro de esa desconocida pasión del alcalde por el arte urbano. Pero han preparado la venganza: un enorme grafiti de 22 metros de largo y casi cinco de alto con los rostros caricaturizados del alcalde de Gallardón, Aguirre y Ana Botella. No quieren revelar dónde está situado, por si se lo destruye el Ayuntamiento otra vez, asegura Murphy. Empezaron el pasado martes y no terminarán hasta la próxima semana. El enorme mural está en un solar abandonado. "Queremos crear en un espacio en el que luego no puedan acusarnos de ensuciar o estropear nada", defiende el grafitero, que confiesa que tamaña labor esconde una triple voluntad creativa, reivindicativa y lúdica.

"Lo que está pasando es increíble, se nos tacha de criminales y no tiene nada que ver con esto. Hay muchos tipos de grafiti. Hay técnicas muy depuradas. Son murales que tardan más de dos días en hacerse. Y si te toca el policía malo, medio millón de pesetas [3.000 euros]", denuncia Murphy, uno de los autores del muro dedicado a Gallardón.

"Nosotros somos como El Jueves de los grafitis. Nos quejamos de la situación, pero de una manera cómica. Con el endurecimiento de la ordenanza se va a conseguir que se hagan más guarrerías. El problema es que cualquier chaval puede poner su firma cien veces con un solo spray. Pero eso no es lo mismo que hacemos nosotros", insiste.

A la jam del parque de San Isidro también han acudido dos chicas. Ésta es una de las principales novedades de la nueva hornada de grafiteros. Ellas también empuñan los sprays. La holandesa Miss Van o Nuria, con estilos muy diferentes, han abierto el camino. "Llevo poco tiempo. Empecé poniendo mi nombre y ahí me he quedado", cuenta Leticia, de 20 años, mientras contempla su narcisística obra. "No hay grandes diferencias entre hombres y mujeres", añade, a la vez que se señala el brazo y advierte de que hay que estar en forma para no cansarse.

Cuando anochece, los grafiteros van recogiendo los bártulos del parque de San Isidro. No dejan ni un solo bote ni basura tirada por el suelo. "Pintar cansa, pero ahora hay que salir por ahí", dice uno.

Spok y Okuda terminan sus obras y las fotografían para conservarlas en su archivo personal. Pero sus piezas, a diferencia de las de la mayoría que pintaban esa tarde, permanecerán al aire libre. En la calle también hay jerarquías.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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