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Entrevista:El lugar donde está prohibido escribir mal

"Me interesa la sabiduría de los iletrados"

José Luís Peixoto novela en El cementerio de pianos la vida y la muerte del atleta y carpintero Francisco Lázaro

"Los pianos sin música, metidos en un espacio, son la imagen del tiempo parado. Pero a la vez son un lugar de renovación"
"Portugal es un lugar envejecido, aunque lo esencial permanece. Lázaro es un símbolo de Portugal, un concepto gigantesco"
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"No podemos librarnos del mal"

El mundo literario de José Luís Peixoto hierve de fantasmas, aldeas, muertos, leyendas y huele a Juan Rulfo, aunque él lleva a William Faulkner tatuado en el brazo derecho (Yoknapatawpha), y dice que su gran admiración es Lobo Antunes, "el que se atrevió a hacer cosas que ninguno pensábamos que se podían hacer". Poeta, cuentista, novelista, articulista y dramaturgo, Peixoto nació en 1974 en Galveias, un pueblo del Alentejo que todavía le sirve de refugio y de inspiración, y estudió Lengua y Literatura Moderna (inglés y alemán) en Lisboa. Precozmente reconocido, recibió el Premio Jóvenes Creadores en 1997, 1998 y 2000, esta vez con su primer libro de ficción, Morreste-me (Te me moriste, traducción de Antonio Sáez Delgado, E.R.E., 2004). En 2001, su novela Nenhum olhar (Nadie nos mira, traducción de Bego Montorio, Hiru, 2001) obtuvo el Premio José Saramago. Ahora, los libros de Peixoto viajan ya por medio mundo. Su última novela, El cementerio de pianos, sale ahora en España (El Aleph), traducida por Carlos Acevedo. Relato poético y fantasmal, el libro está construido en torno a las voces de un padre y un hijo, llamados Francisco Lázaro. Situada en Benfica y en el centro de una Lisboa pura, sin maldad ni tiempo, la novela sumerge al lector en un taller de carpintería donde los pianos rotos esperan a ser despiezados: metáfora de las cosas (y los hombres) que no mueren porque sirven para dar vida a los vivos. Una soleada mañana de sábado, en la plaza Príncipe Real de Lisboa, Peixoto explica cómo la sabiduría de la gente iletrada sigue ayudando a entender el mundo, y cómo convirtió la insólita historia de Francisco Lázaro, un carpintero lisboeta que era corredor de maratón y murió durante la prueba de los Juegos Olímpicos de Estocolmo (1912), en literatura de primer orden.

PREGUNTA. Usted nació en una aldea del Alentejo, y sus libros siguen reflejando un mundo rural, casi siempre muy pobre.

RESPUESTA. Me fui de Galveias a los 18 años y me vine a estudiar a Lisboa, pero ese universo sigue muy presente en mis libros, sí. Aunque El cementerio de pianos es menos rural. La primera novela, Nadie nos mira, transcurre entera en el Alentejo, y la próxima, Cal, también está llena de ancianos del medio rural.

P. El personaje crucial es Francisco Lázaro, maratonista y también carpintero.

R. Sí, más o menos la mitad del libro son sus pensamientos durante la maratón de los Juegos de Estocolmo. No quiero ponerme pedante, pero su historia enseña muchas cosas sobre la trascendencia de la vida y la muerte. Lázaro cayó desplomado en medio de la carrera, lo llevaron al hospital y resucitó, aunque acabó muriendo. Mi primer libro, Te me moriste, es la historia de un hijo pequeño que pierde a su padre, es una historia sobre el luto. El día que mi padre murió, nació mi sobrina una hora antes... La vida es una sucesión de nacimientos y muertes simultáneas. Por eso el padre de Lázaro empieza a narrar cuando muere, y luego narra Lázaro, y las historias son las mismas.

P. Y al final encajan y no sabemos si el padre es el hijo. Ni si Lázaro es su padre...

R. Lázaro era un ebanista especializado en carrocerías de coche. En el libro hace pianos. Los pianos sin música, metidos en un espacio, son la imagen del tiempo parado. Pero a la vez son un lugar de renovación, las piezas muertas dan vida a los pianos nuevos.

P. ¿Qué elemento le fascina más de la historia de Lázaro?

R. Lo humano es de lo único que se puede escribir. Me interesa la sabiduría de la gente sencilla, la experiencia de los iletrados... Portugal es un lugar envejecido, aunque lo esencial permanece y la identidad rural sigue siendo fuerte. Y Lázaro es un símbolo de Portugal, un concepto gigantesco. Estocolmo fue su primer viaje al extranjero. Era el ídolo del país entero, y viajó como favorito, decían que tenía los mejores tiempos. Pero lo habían medido mal, claro, porque nunca había corrido fuera y entrenaba por las calles de Benfica con los tranvías, y subía a Lisboa, entre burros y carros. Carpintero, analfabeto, 21 años, 1912: ¿qué siente al llegar allí? Su familia, todo el país escuchó la carrera por la radio... A los 30 kilómetros, cae desplomado. En ese momento, suena el teléfono en su casa y les dicen que ha nacido su hija.

P. ¿Por qué murió?

R. Se untó un aceite, un sebo, una grasa por todo el cuerpo para no sudar y no tener que pararse a beber. Al no transpirar, sufrió un colapso. Murió esa misma noche en el hospital. Una historia portuguesa con certeza: gran entusiasmo, profunda depresión nacional. Eran nuestros primeros Juegos Olímpicos. Fueron siete atletas, y los demás eran aristócratas. Viajaron en barco, vía Inglaterra y Dinamarca, y luego en tren a Estocolmo. Al llegar allí se iban de putas, fumaban, se emborrachaban. Lázaro era el atleta del pueblo, era o povinho. Como no había dinero para vestirle bien, organizaron un acto en el Coliseo dos Recreios. Hubo huelga de tranvías y no fue casi nadie. Así que le tuvieron que prestar la ropa para ir a los actos oficiales. La ropa le quedaba grande y se reían de él. Pero fue el abanderado en la inauguración. El final fue horrible. Portugal no tuvo dinero para repatriar el cadáver y el rey de Suecia organizó una cuestación. Lázaro sólo volvió a Lisboa a finales de septiembre.

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