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Reportaje:

Interiores de la Catedral

Siete poderes invisibles para los fieles gobiernan 'La Fábrica'

En la catedral no manda el arzobispo tanto como pudiera parecer. Julián Barrio Barrio es, oficialmente, el párroco del mayor templo de Galicia, pero la basílica compostelana tiene su propio gobierno, el Cabildo; su propia cabeza visible, el deán; sus propias cuentas, al margen de los 32,3 millones de euros que recauda al año el Arzobispado; su propio portavoz; sus normas; sus trabajadores, cerca de 70; sus personajes, que son poderes en sí, y sus luchas internas, como cualquier empresa que se precie.

La Fábrica, como se denomina a la catedral en el lenguaje interno, funciona bajo siete mandos. Cuatro son oficiales (la Comisión de Administración, la de Música; la de Liturgia y Pastoral, y la de Cultura y Arte) y tres, oficiosos, que están representados por Armando Raposo, la hermana María Jesús y las empresas contratadas para el mantenimiento y los servicios auxiliares, en las que el Cabildo va delegando cada vez más áreas.

La última oposición a canónigo fue en 1979. Hoy, todos se nombran a dedo
El órgano, dentro de la Comisión de Música, constituye un poder en sí mismo

El Cabildo está integrado por 18 canónigos que, cada cuatro años, eligen al deán y a los cuatro presidentes de las comisiones. Los canónigos votan con fichas plásticas. En la hornacina de una sala de la biblioteca descansan dos cepillos de madera en forma de jarrón. Uno roto y el otro intacto. Cuando se vota se oculta esta parte de la sala con un telón, y los canónigos van pasando a esta especie de cabina electoral. Si votan en contra, depositan su ficha en la vasija destartalada.

El deán actual, el mindoniense José María Díaz, salió elegido hace un año. No logró la unanimidad porque Díaz había cumplido los 76 y algunos canónigos rechazaban seguir el ejemplo de los cardenales, que un año antes habían escogido a un hombre mayor de 75 años, la edad canónica de jubilación, para gobernar los destinos del orbe católico. Además, sobre algunos pesaba también su etapa como secretario de Jesús Guerra Campos, obispo de Cuenca en el franquismo y fiel seguidor del Caudillo.

La carrera de José María Díaz es calificada de intachable por la mayoría. Desde que hace 28 años alcanzó la dirección del archivo catedralicio, ha convertido este tesoro -en el que se guardan desde textos medievales como el Codex Calixtinus hasta bulas del papa Luna- en su propia vida. Lo ha modernizado, ha contratado paleógrafos laicos, ha iniciado el proceso de digitalización, ha sacado a la luz los contenidos en incontables publicaciones y ha multiplicado por diez el espacio con el que contaba. Tanteando las paredes y el suelo, encontró habitaciones ocultas que inmediatamente invadió de libros.

El deán y el portavoz del Cabildo, José Fernández Lago, fueron los últimos canónigos que entraron tras un examen. Hasta 1979 convivieron las canonjías de oposición con las de gracia (elegidos por el arzobispo), pero hoy, suspendidas las pruebas, todos se nombran a dedo. Fernández Lago, un portavoz que no se muerde la lengua, cree que este sistema, que se ha extendido también a las parroquias, "es menos democrático".

Los presidentes de las comisiones son también canónigos. El de la de Música (que probablemente desaparecerá para integrarse en la de Liturgia) es Antonio Suárez; el de Cultura y Arte y responsable del museo es Salvador Domato; el de Liturgia es Juan Filgueiras; y el de Administración es Manuel Iglesias. Por este último pasan todas las cuentas de la Catedral. Nadie revela la cifra recaudada, pero el Cabildo obtiene ingresos a través del museo, colectas especiales, donaciones de fieles, los cepillos, las misas dedicadas en la girola (se abonan 7 euros y el celebrante cita los nombres que indican quienes han pagado), las otras con botafumeiro (encargadas por grupos que pagan 240 euros) y el alquiler de los bajos de la Casa del Deán y la Catedral.

A mediados del siglo XVIII, cada canónigo tenía casa propia y una media de cinco criados. Según el catedrático de Historia Pejerto Saavedra, hasta las Cortes de Cádiz el Cabildo compostelano era la institución más rica de Galicia, por encima del Arzobispado. Todos los inmuebles con la concha labrada en su fachada pertenecían al gobierno de la Catedral, que además poseía tierras, cobraba diezmos y obtenía el 80% de sus ingresos en virtud del llamado voto de Santiago. Un impuesto que pagaban incluso los andaluces y que se justificaba por la aparición del matamoros en Clavijo. Hoy, según el deán, y a pesar de la nueva vida que le ha dado a la Catedral el bum del Camino de Santiago, "los canónigos viven como pueden, en pisos de alquiler o en conventos de monjas".

La pérdida de riqueza y de poder se dejó sentir especialmente en la comisión de música, que fue perdiendo posiciones dentro del esquema de poderes de la Catedral. Llegó a tener tanta importancia que se construyó el Palacio de Rajoy como coervatorio y residencia.Una de las últimas voces blancas que salieron del actual ayuntamiento, tal y como se cuenta en la catedral, fue la de fallecido Prudencio Romo, el alma de Los Tamara.

En otros tiempos, los maestros de capilla estaban obligados a componer todos los años piezas nuevas para las grandes celebraciones y sus partituras se conservan en el archivo. De todo esto, hoy queda un coro para las ocasiones, formado por 10 miembros del orfeón Terra A Nosa; dos organistas laicos (Joaquín Barreira y Manuel Cela) y un cantor salmista, José Botana, acude todos los días desde hace 54 años al templo para cantar los laudes en latín.

Pero el órgano, dentro de la Comisión de Música, podría considerarse como un poder en sí mismo. El Cabildo no escatima e importa tecnología punta. Entre los 4.000 tubos, se conservan muchos originales de 1704 y 1712, pero la consola, con el teclado, los mandos y los pedales, es de 1977. Un Mascioni de Cuvio (Italia) que mantiene la propia empresa fabricante. Para el afinado habitual, en cambio, la Catedral recurre a Santiago Cepeda. En los 40, los dos órganos se redujeron a uno solo que se conectó a todos los tubos y el organista quedó oculto al público. El año pasado Mascioni instaló un combinador electrónico, un ordenador en el que cada organista introduce una tarjeta magnética con las combinaciones, hasta 5.000, de instrumentos que van creando.

57 años de tiraboleiro

María Jesús es la superiora de las Religiosas Auxiliares Parroquiales de Cristo Sacerdote, una orden que nació en Irún para ayudar en las iglesias. En Santiago, ella y otras dos monjas, Aurelia y Ruth, hacen funciones de secretarias y recepcionistas, limpian las capillas, están al tanto de cada movimiento que se produce en la sacristía, informan a fieles y peregrinos, ayudan a dar la Comunión y son la cara amable de la catedral. Pero además, se ocupan del servicio de lavandería, al otro lado del claustro. Son las responsables de que los sacerdotes, los tiraboleiros y los monaguillos vayan hechos un pincel, y echan a lavar "hasta 40 albas diarias".Los que más manchan son los visitantes que, sobre todo en julio y agosto, según la hermana María Jesús, "comen pipas y yogures y dejan todo tirado". En los días que llueve, en verano, "es lo peor. Aquí cambian hasta los dodotis". Este trabajo sucio le corresponde a Eulen, una de las empresas contratadas en los últimos años por el Cabildo. Y si Eulen se encarga de la limpieza; Forjasa se ocupa del mantenimiento de la estructura que sostiene el botafumeiro; Ricarsat repone las bombillas y actualiza poco a poco el cableado de tela de los años 30 y Prosegur pone los guardias de seguridad porque se han disparado los robos. La tienda de suvenires, por último, corre por cuenta de Aldeasa, que paga un canon.A medida que avanzan al galope las contratas externas, en la Catedral sobrevive el poder paralelo de Armando Raposo, tiraboleiro mayor, jefe de mantenimiento y posiblemente mayor conocedor de las tripas del edificio. Raposo, que ya ha cumplido los 75, empezó a tirar de la maroma del incensario en 1950, y es, en realidad, para el público, quien dirige el mayor espectáculo de la Catedral. Su hijo Julio se encarga de los cirios, las obleas y el incienso.

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