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Columna
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Prensa plural

Se ha dicho siempre que cuando La Voz de Galicia decía "Galicia" quería decir "A Coruña". El periódico coruñés ha elaborado siempre una visión que era la propia de una cierta élite de esa ciudad y de sus intereses, pero que, en el camino por el que se decide en las mesas de redacción qué es noticia y qué no, se transformaba en la visión de los intereses de Galicia. Ello no ha sido específico de ese diario: la totalidad de la prensa gallega ha pecado de un localismo extremo que le ha servido para generar identidades locales y, al calor de ellas, un público cautivo.

Ese es un dato con el que hay que contar. La nuestra es una sociedad muy dividida territorialmente, en la que rara vez la mirada se posa sobre los intereses de conjunto que podríamos y deberíamos tener. Si se exceptúa el caso de las infraestructuras de transporte -y aún en ese terreno con matices- la capacidad de nuestras élites para elaborar una visión de nuestros intereses estratégicos ha sido casi nula, de una originalidad escasa. Tampoco los ciudadanos, hay que decirlo, hemos destacado por exigirla.

De hecho, si uno examina el panorama de los medios de comunicación, los dos rasgos más sobresalientes a destacar son la escasa dimensión económica que poseen y su extrema fragmentación. Las cabeceras se multiplican, y, a su calor, también las radios, televisiones y productoras, pero su tamaño como empresas es reducidísimo y, por tanto, su capacidad para buscar nuevos mercados muy limitada. Su habilidad para extraer contratos del poder político, al que halagan o chantajean, es, sin embargo, digna de un mandarín.

El reciente informe del Consello de Contas en el que se denuncia la colusión entre poder político y medios de comunicación -pues eso es lo que significa el desvío irregular o inmotivado de fondos de la Administración a esas empresas- se ha de entender sobre ese trasfondo. Siendo empresas que rara vez han sabido dar el paso a una mayor eficiencia profesional y a una cuenta de resultados positiva su disposición a tomar el camino más fácil ha sido incondicional. En el poder político esas empresas han contado siempre con oídos atentos. La fe de los dirigentes en la influencia de los medios de comunicación ha sido total, absoluta, carente de matices. A pesar de que las investigaciones mas serias sobre la influencia de los medios de comunicación han reducido siempre el alcance de su capacidad para moldear juicios y percepciones, lo cierto es que ni a uno sólo de entre los líderes del país se le ha ocurrido pensar nunca que habría que jugar a fondo la carta de la transparencia y de la respectiva autonomía de ambas esferas en beneficio de la democratización del país.

Tampoco parece que hayan reparado en que la aparición, en los últimos años, de nuevas cabeceras -La Opinión A Coruña o esta misma edición gallega de EL PAÍS-, la multiplicación de medios y canales radiofónicos y televisivos, la extensión de Internet o la aparición de los gratuitos, ha fragmentado tanto los públicos por segmentos de edad, de nivel cultural, etcétera, que ya ningún medio en exclusiva puede condicionar sustancialmente a la opinión pública. Pero es de suponer que, aparte de una lógica política cortoplacista, tan del gusto del espíritu del país ¿a quién no le agrada una información complaciente y positiva? En todo caso, esa colusión se ha visto favorecida siempre por la impresión de neutralidad ideológica de los medios de comunicación gallegos. Identificados cada uno de ellos con Vigo, Santiago, A Coruña, Lugo, Ourense o Pontevedra, rehuyen, sin embargo, una determinada posición en el tablero de las corrientes de opinión. Eso les ha permitido, como hemos podido constatar en estos dos años de cambio político, pasar de apoyar al Gobierno anterior a ser extremadamente simpáticos con el actual sin que ninguno de entre ellos haya tenido que despeinarse, a pesar de que cualquier lector con memoria podría sacarles los colores con mucha facilidad.

Es importante destacar que esa ausencia de prensa de opinión delata la inmadurez y escasa estructuración de nuestra sociedad. En todas las sociedades democráticas el debate y la pluralidad son la precondición de la formación de una opinión pública exigente. Sin movernos de España es fácil constatar no sólo la enorme disparidad de criterios en la prensa madrileña, sino también en la vasca o catalana. Entre La Vanguardia, El Periódico de Catalunya o el Avui se mueven los hilos de las distintas sensibilidades catalanas como entre el Abc, El Mundo o EL PAÍS las de la España central.

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