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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Las lunas de la calle de la Unió

Había una vez un entomólogo que fotografiaba insectos para libros y revistas especializadas, se iba a la selva o a cualquier parte del mundo donde le encargasen trabajo y llegaba a Barcelona con sus carretes y muchas historias a su espalda. Curioso de por sí, dejó los insectos y se lanzó a la fauna tótica y más tarde a la fotografía aeronáutica y a la de viajes. Vivió un París-Dakar para sacar fotos de coches y motos en plena carrera y cuando le encargaron fotos para libros de texto de historia de Cataluña tampoco dijo que no. Pero los problemas de salud frenaron sus viajes y aventuras y nuestro hombre tuvo que pensar algo para continuar descubriendo el mundo sin moverse de casa. Se dedicó a la cartografía y al final decidió abrir una tienda en la calle de la Unió, que en un principio no tenia nada que ver con lo que había estado haciendo hasta entonces. Vendía regalos informales al por mayor, aunque él no dejaba de interesarse por la cartografía y todo lo relacionado con el cielo y la tierra. Se dio cuenta de que los globos terrestres dejaban mucho que desear, que apenas había nada de la Luna y que todo había quedado muy antiguo. Así decidió acabar con la venta de regalos para dedicarse en cuerpo y alma a esos globos fascinantes que ya de pequeños alimentaban nuestras ansias de ver como era el mundo más allá de nuestro pueblo.

Entrar en Monimoon es como sumergirse en otro mundo lleno de pequeños mundos que flotan en la nada

Josep Maria Bonet es un hombre que aparenta mucha tranquilidad, y seguro que la necesita para acertar y dibujar el punto exacto donde se encuentra tal río, tal montaña, tal cráter. Porque Josep Maria no se limita a vender, sino a dibujar y confeccionar muchos de los globos que llenan su tienda de la calle de la Unió: Monimoon. Entrar allí es como sumergirse en otro mundo lleno de pequeños mundos que parecen flotar en la nada. Infinidad de globos de todas las medidas, de todos los tiempos, con países que ya no existen, o con otros que acaban de nacer. Montañas, mares, ciudades con letras que el paso de los años ha borrado, reliquias que ya son una joya o perfectas imitaciones con la ventaja de estar hechas con materiales más modernos, es decir, que duran más.

A medida que el dueño va explicando la historia de cada globo y va señalando pequeños puntitos que mi vista no leen, uno deja de tocar los pies en el suelo para volar en aquel rincón de la tierra que seguramente sus pies no pisarán. A Josep Maria no le gusta hablar de él, sino de lo que llena su tienda, que al fin y al cabo es como hablar de él. Me cuenta que durante muchos años sólo hubo dos fabricantes de globos en España, uno en Barcelona y otro en Girona. Hace cosa de 30 años decidieron cerrar y en este momento sólo existe un fabricante en Italia. Durante todo este tiempo, el modelo que se mantuvo en el mercado era sólo un globo físico, con los grabados y los nombres apenas ilegibles y con las fronteras anticuadas. Así que Josep Maria decidió superar este déficit y fabricarlo él mismo. Se trata de una esfera de 25 centímetros de diámetro cartografiada entre él y un experto alemán y fabricada en los talleres de National Geographic. Está totalmente actualizada con las recientes fronteras y rectificaciones topográficas. Aparentemente es un mapa político, pero cuando se ilumina aparece el físico. Se puede adquirir en castellano y catalán. Josep Maria se siente orgulloso de su globo. "Tengo el agradecimiento del Instituto Cartográfico de Cataluña, porque por mucho tiempo, y junto con el atlas de la Gran Enciclopedia Catalana, será un referente en la geografía de nuestro país".

Josep Maria me acompaña al altillo de la tienda para mostrarme otras perlas, como un globo de todos los accidentes de la Luna, y otro de Marte. Me resalta que la esfera no está inclinada, como ocurre en un globo terráqueo. Me enseña una reproducción del siglo XIX, con la letra, el tipo de dibujo y la impresión de la época, pero con las fronteras actualizadas. Y me resalta de nuevo un detalle, la línea eclíptica -la de la constelación del zodiaco-, algo que ya no se ve en los globos modernos. También me hace observar el color de las esferas: cuanto más antiguas, más verdosas. Así es que si alguien quiere una reproducción exacta se le pinta el mar de ese verde desmayado.

Los globos más usuales están fabricados con papel maché, pero los hay en plástico, escayola, incluso en cristal y muy pocos en madera, porque, dice Josep Maria, es casi imposible que la esfera salga perfecta. Pasear por su tienda es un privilegio: 400 modelos más los pequeños escaparates llenos de libros o cualquier artículo cartográfico que ha acumulado en sus viajes. Tiene un globo hinchable de cinco metros de diámetro y otro magnético, es decir, la bola terráquea flota como por arte de magia, aunque en realidad es gracias a un campo magnético de dos electroimanes que lo mantiene en equilibrio. ¿Y qué más? Pues yo, para provocarlo y ganar la partida, estoy tentada de pedirle el mapa del paraíso terrenal. Pero me da miedo que abra uno de sus aparadores y me lo enseñe.

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